José Vicente Rangel: Histórico y vigente
Ha estado tanto tiempo en la escena política que a veces uno está leyendo algo sobre la época de Guzmán Blanco, Joaquín Crespo o Cipriano Castro y se pregunta qué habrá dicho de esto José Vicente.
En verdad no es así de viejo. Está por cumplir unos 86 de esos que llaman bien llevados, pero ha estado activo en la política y en el periodismo desde mediados del siglo pasado, siempre en los temas más peliagudos, siempre en el candelero.
Estuvo en la lucha contra la dictadura de Pérez Jiménez, como activista del partido Unión Republicana Democrática, capitaneado entonces por uno de los grandes políticos de la pasada centuria venezolana: Jóvito Villalba. Expulsado del país por el gobierno militar, fue a dar a Chile, donde conoció a la artista plástica Ana Ávalos, con quien se casó.
A la caída de la dictadura, comenzó una carrera parlamentaria que se prolongó por 25 años, durante la cual mostró su capacidad para la esgrima política y destacó como denunciante pionero de casos de derechos humanos. De esa época data Expediente negro, un libro que recopiló las tropelías cometidas por los cuerpos de seguridad del Estado durante la década de los 60. “José Vicente es, sin duda, el precursor en la lucha por los derechos humanos en Venezuela”, afirma el defensor del Pueblo, Tarek William Saab.
También, desde el Congreso, fue un acucioso investigador de la corrupción, especialmente en el sector militar. Se dice fácil, pero aquella era una época en la que quien metiera su nariz en los negocios de armamentos y equipos castrenses terminaba sometido a un juicio militar. Su labor, como diputado y como periodista, fue fundamental para acabar con ese tabú.
Su actuación en el Congreso lo catapultó políticamente. En 1973, cuando la izquierda volvía abollada de su experiencia guerrillera, fue el candidato presidencial del naciente Movimiento al Socialismo (MAS). Contra él se desató la guerra sucia anticomunista adeco-copeyana. Decían lo mismo de siempre: que, si Rangel ganaba, al que tuviera dos chancletas le iban a quitar una. Hasta le hicieron montajes a los afiches donde Rangel aparecía de pie, con las manos detrás del cuerpo. En la versión alterada, el candidato ocultaba en la espalda una ametralladora.
Las posibilidades de que la izquierda ganara unas elecciones en ese tiempo de auge del bipartidismo y del sistema electoral “acta-mata-voto” eran del tipo oníricas: solo en sueños. Así que JVR hizo un discreto papel y siguió luego como parlamentario. Volvió a ser postulado candidato presidencial en 1978 y 1983. Esta última vez no tuvo el apoyo del MAS (que ya no quería saber nada del “chiripero” izquierdista) sino del Partido Comunista, el Movimiento Electoral del Pueblo, Nueva Alternativa y otros organizaciones. Esta vez el resultado fue todavía más modesto porque la votación izquierdista se dividió entre Rangel y Teodoro Petkoff.
El período legislativo 1979-1984, el último de su performance parlamentario, fue el más polémico, pues su voto salvado fue clave para que el Congreso no condenara políticamente a Carlos Andrés Pérez por el caso Sierra Nevada. De haberlo condenado, probablemente CAP no hubiese podido volver a la presidencia en 1989 ni hubiese ocurrido todo lo que pasó en ese período constitucional, pero ya sabemos lo que seríamos nosotros si nuestra abuelita hubiese sido una bicicleta.
Claro que un hombre como él tiene enemigos hasta pa’ tirá pa’l techo. Hay quien lo compara con el pernicioso anciano Miquilena en eso de manejar con extrema malicia los hilos del poder. Hay quien le aplica la misma fórmula descalificadora que sufre Diosdado Cabello, es decir, atribuirle la propiedad de toda clase de negocios claros o turbios. Así, dicen que JVR es dueño de tal televisora, de aquel periódico, de esa encuestadora, de no sé cuántos centros comerciales y así hasta donde alcance la imaginación. Los adversarios son diversos: los hay de toda la vida y los hay recientes. Pastor Heydra, jefe de prensa de Carlos Andrés Pérez en su segundo mandato, es uno de los más empedernidos antirrangelistas. Desde aquellos tiempos lo acusa de utilizar su influencia para colocar las esculturas y cuadros de su esposa. Según esa venenosa lengua adeca, quien no aprecie las dotes artísticas de Anita es anotado en el libro de los rencores, que tendría un pasadizo directo hacia la sección Confidenciales.
Más allá de estas maledicencias largamente añejadas, se sabe que el gran maestro de periodismo ha cometido sus errores, como todos. Uno de ellos fue (al menos en el pasado) el pecado capital de la vanidad. Así lo recuerda el ex presidente de un organismo que se denominaba Fondo de Crédito Agrícola. Corría el gobierno de Caldera y Rangel acusó al funcionario de ser un terrófago, al haberse apropiado de la hacienda de un vecino, valiéndose de su posición. El acusado le llevó a Rangel todos los recaudos que demostraban que eso efectivamente había ocurrido, pero que el responsable no era él, sino uno de sus antecesores. Le probó que él, incluso, se había encargado de que el caso llegase a la Contraloría; y le pidió a Rangel que, en su próxima columna, aclarase todo. “Yo no me desmiento”, fue la respuesta del periodista y de allí no lo sacó nadie, al punto de que el funcionario falsamente acusado tuvo que pagar un aviso en el mismo diario (El Universal) para hacer valer su réplica.
La vida le tenía guardada una experiencia karmática: sufrir en carne propia ese tipo de desaguisados mediáticos. Fue a partir de 1999, cuando comenzó a formar parte del gobierno, primero como canciller, luego como ministro de la Defensa (el primer y único civil en ese puesto) y después como vicepresidente ejecutivo. Colocado por primera vez en el lado del poder político, se tuvo que batir duro, incluso contra algunos de los dueños de medios que antes le dieron tribuna en sus feudos comunicacionales.
En ese tiempo, le tocó ser el funcionario que declara y no el periodista que pregunta. “Como fuente es excelente, pero te hace sufrir porque te da datos buenísimos y luego te dice que no los puedes difundir, que son off the record”, cuenta María Lilibeth Da Corte, reportera de El Universal y, hace algunos años, de Unión Radio. “Es reservado y discreto, si no te puede dar un dato que valga la pena, prefiere no atenderte. Cuando te da una entrevista, actúa como un maestro de periodismo, tienes la sensación de que te está poniendo a prueba”.
En su experiencia en el Ejecutivo pasó por varias pruebas de fuego, especialmente en abril de 2002, cuando se mostró dispuesto a una muerte al estilo Allende. En la Vicepresidencia fue una pieza clave en momentos de alta conflictividad política, sobre todo por su experiencia, astucia y disposición al diálogo.
Cuando dejó el gobierno, Rangel logró algo que mucha gente consideraba imposible: regresar al periodismo luego de tan polémica pasantía. Sin embargo, lo consiguió sin grandes traumas, retomando su programa en Televen y varias columnas en la prensa, incluyendo significativas incursiones mediante pseudónimo (que comenzaron mientras aun estaba en los cargos gubernamentales).
El vicepresidente de El Universal, Elides Rojas, prefiere no meterse en profundidades y le da una vuelta humorística a la figuración mediática de JVR. Dice que siempre está presente en los medios venezolanos, pues cuando no sale en la sección Política, sale en Opinión, en Economía, en Cultura, en Sucesos… “Sale hasta en el horóscopo”, ironiza.
“Simplemente es un veterano”, es la lacónica descripción de su compañero de televisora Carlos Croes, mientras la profesora de Periodismo Cristina González señala que Rangel se comporta como un oráculo, pero a veces se pela. “Es un caballero y sabe dónde meterse. Si no, se hace el distraído o el desmemoriado. Es solidario y siempre reconoce un buen trabajo”, añade, mientras el periodista y sacerdote Numa Molina lo califica como “un emblema del periodismo venezolano, un hombre de una sola pieza”.
El comandante Chávez le tenía una confianza infinita, tanto en su rol de periodista como en los de colaborador y consejero. Lo demostró dándole entrevistas desde su época de procesado militar por el 4F hasta el final de su última campaña electoral, en 2012. En esas conversaciones con tan formidable guerrero dialéctico, Rangel siempre demostró sus dotes de interrogador periodístico: cortés, pero incisivo; enfocado en el personaje y no en sí mismo; capaz de interrumpir cuando es necesario y de interpelar mediante el silencio. Sus entrevistas bien podrían servir de enseñanza clínica en las escuelas de Comunicación Social.
Ahora ha ganado el Premio Nacional de Periodismo, primera vez que lo obtiene con el nombre de “Simón Bolívar”, galardón único otorgado a periodistas en ejercicio, un reconocimiento a su obra periodística y no solo a la trayectoria entendida como un largo ayer. Es un premio a ese intenso pasado —que a veces parece llegar hasta el siglo XIX— pero también al presente, pues JVR es un periodista histórico que está hoy tan vigente como siempre.
POR CLODOVALDO HERNÁNDEZ
CLODOHER@YAHOO.COM
Ilustrador: Alfredo Rajoy