Distorsiones particulares del consumo venezolano
A medida que avanza la guerra económica, los mafiosos mecanismos utilizados (desde hace más de 100 años) por "empresarios" y comerciantes para beneficiarse ilimitadamente de la renta petrolera en nombre de la "prosperidad" y la "calidad de vida", siguen quedando al descubierto. En paralelo, las infinitas aspiraciones y anhelos individuales por acceder desaforadamente a la amplia gama de consumos suntuarios que ofrece el aguacero petrolero, también se resbalan cuando son utilizados como un medidor de facto para analizar la realidad económica del país
Si se analiza velozmente el discurso político (y económico) del sector más recalcitrante de la derecha venezolana, rápidamente usted se dará cuenta que palabras tales como "hambre", "crisis humanitaria" y "escasez" suelen repetirse a un ritmo cada vez más acelerado. Por su parte, el sector social (la clase media) que tuitea, apoya y se muestra a favor de cuanto macabro plan violento o conspiración golpista se les encomiende a la dirigencia política opositora desde Estados Unidos, asume con bastante seriedad todos y cada uno de estos "padecimientos" fáciles de exportar en términos mediáticos.
La constante arremetida de la burguesía parasitaria contra la Revolución Bolivariana ha barrido en su afán de coronar el poder político a costa de lo que sea hasta los más mínimos criterios de racionalidad económica en cuanto a la fijación de precios se refiere. Ningún producto, sea prioritario o suntuario, importado como bien final o medio empaquetado en la Zona Industrial del estado Carabobo, escapa de la vorágine lambucia y especulativa de los protagonistas nacionales e internacionales de la guerra económica, amparados bajo la incesante mecánica devaluadora de Dolar Today.
Si bien este plan de caotización económica seguirá su marcha y se agudizará por ser un año electoral de extrema importancia para que el enemigo perfile políticamente sus maniobras durante el año 2016, en Venezuela nadie se está muriendo de hambre ni pasando la roncha que en otros países petroleros se está recrudeciendo a una velocidad peligrosa. La comprensión de la que hace uso el chavismo para saber cómo moverse en este campo minado y las diferentes tácticas de contención del Gobierno Bolivariano, aun cuando convergen fenómenos de corrupción en instancias de regulación y control en el área de la distribución estatal, han logrado disminuir hábilmente los decibeles mediáticos del asedio económico.
Aun con el petróleo a 40 dólares, el consumo alimentario de la población venezolana y la inversión social en todas las áreas estratégicas de la nación se han mantenido estables.
Continuamente portales como La Patilla o Runrunes, por tal sólo mencionar dos de lo más granado de la desinformación en Venezuela, utilizan como factor de medición de la gravísima "crisis económica" productos suntuarios tales como un teléfono inteligente, zapatos (y ropa) de marca y distintas actividades de esparcimiento familiar o individual. A veces dirigen campañas relámpago hacia el tema "alimentario", quedándose estancados en reseñar el asombro ante lo que cuesta par de manzanas y un litro de aceite de oliva.
Datanálisis hace pocos días publicó un estudio estadístico sobre la realidad de Venezuela bastante mediocre, afirmando que la "principal preocupación de los venezolanos es el hambre". En ningún momento los entrevistados expresan qué rubros alimentarios han dejado de ingerir recientemente o cuántos kilos de pollo o carne en comparación al año 2014 no han podido cocinar. No figura ningún dato real sobre "el hambre" más allá del chismorreo y el "yo leí" (desde un teléfono inteligente seguramente) en algún sitio que se iba a acabar definitivamente el aceite.
Datanálisis y Luis Vicente León hacen lo mismo de siempre: exhibir el típico titular rimbombante plagado de efectos especiales dirigido a potenciar las simplificaciones aberrantes del consumo masivo (escuálido) preelectoral: "el 90% de los venezolanos está descontento con el gobierno de Nicolás Maduro". Más o menos lo mismo que dijo hace una semana su principal financista: Chúo Torrealba.
En un breve recorrido por tres centros comerciales de Caracas, los precios de los teléfonos inteligentes de diversas marcas oscilan entre los 120 mil bolívares y los 460 mil bolívares.
Las actividades recreativas tradicionales, es decir, ir con la familia al cine, luego comer en alguna cadena de comida rápida y finalmente merendar unos helados, pueden tener un costo aproximado de 6 mil bolívares. Si estas actividades hubieran mermado abruptamente, más de una empresa relacionada con el ramo anunciaría la desconsolidación de sus activos en el país o un programa de reducción de inversiones para evitar pérdidas, lo cual indica el constante y acelerado consumo hacia ese renglón económico.
Zapatos (y ropa) de marca tienen precios variables según los establecimientos comerciales en el cual se desee comprar. Sin embargo, un par de zapatos oscila entre los 13 mil bolívares y los 18 mil bolívares, pantalones de dama y caballero entre 6 mil bolívares y 9 mil bolívares, y franelas y blusas entre 3 mil y 6 mil bolívares. La ropa para niños varía un poco a la baja, pero sin una separación extrema de los precios antes mencionados.
La clase media o media alta, o altísima, en la actualidad, no son los únicos estratos sociales que tienen acceso a este tipo de consumos suntuarios, capaz en volumen su capacidad de compra es mayor pero en términos reales mencionada modalidad consumista adquirió desde hace años dimensiones poblacionales en el acceso y disfrute: en todos los estratos de la sociedad venezolana, en mayor o en menor medida, está presente.
Una familia clase media o media alta promedio, de un núcleo familiar compuesto por 4 ó 5 personas, puede gastarse en la compra de uno o dos teléfonos celulares, en la compra de prendas de vestir y en las rutinarias actividades de esparcimiento familiar, una cantidad estruendosamente mayor que el costo de la canasta alimentaria (especulativa) publicitada por las mismas encuestadoras y centros de investigación de la derecha venezolana.
Esta familia promedio a la que hacemos referencia puede haberse gastado (o está preparándose para gastar) en lo que va de 2015 una cantidad superior a los 600 mil bolívares nada más en la adquisición de estos bienes y servicios de uso superficial, sin incluir viajes, gastos en peluquería, fiestas y otros placeres de la mercadotecnia cultural del capitalismo. En la adquisición de la canasta alimentaria familiar (colocando como referencia el precio hiperespeculativo de 30 mil bolívares mensuales, según el Cendas) esa familia gastará una cantidad aproximada de 360 mil bolívares durante el año 2015: la mitad de lo que gasta en consumos superfluos.
Es el mismo sector social que le desea a Nicolás Maduro la muerte por ser el culpable de la "crisis económica", que se queja cotidianamente en el Twitter y en el Facebook de la supuesta hambruna que está viviendo, que asume que la realidad económica nunca estuvo peor y que ahora piensa irse del país por no tener los recursos mínimos para progresar, temas ampliamente "debatidos" en la peluquería, en un restaurante bebiendo caña y hasta en la playa comiendo pargo. En consecuencia y en extrema comodidad, son los primeros en aplaudir, celebrar y apoyar morbosamente los planes de extrema violencia contra la Revolución Bolivariana. ¿Es posible un mayor nivel de disociación que el actual?
Si bien es cierto que dichos consumos suntuarios también hacen presencia en la franja mayoritaria de la población venezolana, agrupada a totalidad en el chavismo, la proliferación exacerbada de quejas disociadas escasean en el repertorio de argumentos al momento de describir la realidad económica del país. La vorágine inflacionaria actual forma parte de una estrategia preelectoral, conspiradora y eminentemente política protagonizada por la burguesía parasitaria, poco tiene que ver con "reglas" y "leyes del mercado", o con los "errores" de Nicolás Maduro: claridad política que se puso de manifiesto en las primarias del Psuv del 28 de junio.
Pero la distorsión más allá de las distintas percepciones de acuerdo al momento político, siguen ahí. No porque desde una perspectiva moral sea "malo" comprar teléfonos celulares y zapatos de marca, sino porque las prioridades de un país dependiente de ingresos petroleros cada vez más diezmado por la manipulación energética norteamericana y saudí, tienen que irse sincerando progresivamente. Es insostenible en el tiempo futuro seguir manteniendo nuestros altos niveles de consumo superfluo ampliamente dislocados de las necesidades básicas.
Los tiempo de bonanza petrolera terminaron y los recursos que genera el Estado están siendo utilizados para satisfacer necesidades que poco tienen que ver con el farandiconsumismo y mucho con las zonas más sensibles de la guerra económica: alimentación, vivienda, salud, educación, subsidios estratégicos y servicios básicos.
Asumir, a partir del elevado costo de un determinado producto o servicio suntuario, que el país se encuentra en una "crisis humanitaria" es totalmente irresponsable, y más cuando es de conocimiento público que el ingreso petrolero ha caído violentamente y que el Gobierno Bolivariano está haciendo todo lo posible para que los embates del desastre económico mundial no nos pasen factura en el estómago.
Aquellos que vivieron nadando en su burbuja bituminosa durante décadas seguirán con los berrinches y pucheros de siempre, puesto que la disociación y la incoherencia total para con el momento siempre será su principal activo político.
/N.A