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“Cocinar para Chávez ha sido mi mayor bendición”

Silvia tuvo el privilegio de preparar la comida del Comandante Eterno en su visita a Barcelona en 1994, dos años después de aquel “por ahora” que quedó para siempre grabado en el corazón de los venezolanos

Al hablar del oriente venezolano es inevitable que se agolpen en nuestra mente palabras que despiertan los sentidos como playa, sol, arena, olor a pescado fresco, así como  esa sorprendente explosión de sabores que evoca nuestro paladar al imaginar las comidas típicas preparadas por las manos prodigiosas de las mujeres de esta tierra.

Quizás el nombre de Ana del Valle Álvarez no nos diga nada, pero si decimos Silvia, la del restaurante en Puerto La Cruz, seguro llegará de inmediato a la conciencia de los revolucionarios la figura de esa mujer de cabello corto, tez morena, humilde, fuerte, luchadora, sencilla, de manos bendecidas con una sazón estupenda para preparar platos tradicionales del oriente venezolano que cautivó el gusto de muchos comensales, entre ellos el máximo líder de la revolución bolivariana, el Comandante Supremo y Eterno, Hugo Chávez.

Nacida un 3 de noviembre de 1947, siendo la mayor de seis hermanos, su madre la llamó Silvia del Valle, pero al momento de presentarla en la prefectura, su padre decidió que el primer nombre sería Ana, para rememorar a su abuela paterna. No obstante, su madre siempre la llamó Silvia, como popularmente se conoce entre familiares y amigos.

Por su creatividad y talento para exaltar los sabores de los ingredientes al preparar ricas recetas tradicionales, Silvia hizo de la cocina su oficio y profesión. Lo que comenzó como un kiosko de venta de empanadas y jugos en la calle Simón Rodríguez de la ciudad porteña, al lado del edificio de Corpoelec, terminó convirtiéndose en el “Restaurante de Silvia”, que por cuarenta años deleitó a propios y visitantes con deliciosas comidas y además servía como casa de reuniones de quienes militaban en el Movimiento Bolivariano Revolucionario (MBR-200).

Silvia se convirtió en una mujer emblemática para la revolución no sólo por ser una defensora fiel de los ideales socialistas, sino porque fueron sus talentosas manos las que le prepararon la comida al Comandante en su visita a Barcelona aquél mes de septiembre de 1994, después de haber salido de la cárcel de Yare, a tan solo dos años de aquél “Por ahora” que quedó para siempre grabado en el corazón de los venezolanos.

“Mi mayor bendición fue poder cocinarle a mi Comandante Chávez”, dice orgullosa Silvia con voz entrecortada y ojos humedecidos por la emoción. Con un suspiro interminable trataba de llenar sus pulmones de aire, pero el profundo sentimiento de admiración y amor al Comandante Eterno le oprimía el pecho y le regocijaba el alma.

Bien dice el refrán popular que “El amor entra por la cocina, pues no es sólo un arte culinario sino una verdadera expresión de amor. Es así como Silvia a través de la forma creativa de preparar sus comidas demuestra su amor y compromiso con los suyos.

Envuelta en una mezcla de sensaciones de alegría y añoranza, sonríe nerviosa y agita sus manos con timidez mientras las lágrimas a punto de salir de sus ojos acentuaban el brillo de su mirada. Con voz ronca afirma: “Chávez no supo qué era lo que yo le preparaba, porque sólo me limitaba a decirle: “Eso es  machete para fortalecerle el machete”, y suelta una nerviosa carcajada para dar rienda suelta a la represa de llanto que llevaba por dentro al revelar su secreto.

Y es que las expresiones idiomáticas orientales son tan simpáticas y peculiares como su gente. El tajalí lo llaman coloquialmente “machete” por su semejanza con este instrumento para limpiar la tierra de la hierba.

Se enjuga la naríz, su cuerpo se estremece por revivir tantas emociones y un escalofrío le eriza la piel. Levanta erguida la cabeza, su voz se energiza de nuevo y se aclara la garganta para describir con orgullo que ese día le preparó un pisillo de tajalí, sazonado con ajo, cebolla, ají dulce y una pizca de alcaparra, el cual acompañó con arepas, arroz y ensalada de papa, zanahoria y guisantes.

Su mirada se enternece con picardía y se ríe satisfecha porque comenta que Chávez había pedido frescolita, pero que ella le dijo que no tomara eso porque se le “aguaba su hombría” y en cambio le dio de tomar jugo de guayaba, remolacha y zanahoria para repotenciarlo. “Chávez aceptó con gusto la bebida que le ofrecí, y desde entonces, le preparaba la misma comida al Comandante cada vez que visitaba la región, y él, como humilde soldado, disfrutaba esta exquisitez oriental sentado a la mesa en una silla de mimbre”.

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REMEMBRANZAS

La nobleza de Silvia es impresionante, su carácter recio, fuerte y decidido se doblega por su amor al Comandante. Poco a poco la nostalgia se apodera de su espíritu, pues para ella es difícil superar la angustia y el dolor de la pérdida del líder venezolano aún a casi tres años de su siembra.

“Sinceramente cuando murió Chávez sentí que quedé huérfana, como si me arrancaran un pedacito del alma. Sólo me consuela cuando escucho el himno nacional cantado por él, me inunda una profunda emoción que me hace pensar que lo tengo cerca. Asimismo cuando llega su cumpleaños, percibo en el ambiente un olor a café como para que sienta su presencia”, expresó.

Silvia no para de hablar de la grandeza de ese hombre gigante en conciencia, moral, amor a la patria que sembró la esperanza en el pueblo, ese hombre carismático líder de la dignidad venezolana, que desde un principio asume una posición anti imperialista y levantó su espada por la paz, la justicia social, la libertad y la unidad de los pueblos en Venezuela, el Caribe y el mundo.

Asegura que el mejor consejo que le dio este Gigante fue decirle: “Cuando consigas una piedra, desvíate, pero sigue luchando por tus ideales”.

Con pesar comenta que coincidencialmente unos meses después de la muerte del líder de la revolución cerraron el restaurante, ahora sus cansadas manos expertas preparan el pisillo de tajalí para que sus amados nietos se deleiten con el sabor y el aroma de ese sofrito glorioso.

CORAJE

Un halo de cansancio se atisba en su voz, pero a sus 68 años Silvia todavía tiene ímpetu de mujer guerrera. Cuenta que después de un accidente estuvo un tiempo en silla de ruedas y el Señor Todopoderoso le permitió volver a caminar.

Sin embargo, hace dos años tuvo que operarse una rodilla y su recuperación fue lenta y satisfactoria. Hoy día anda con muletas, necesita operarse la otra rodilla y colocarse una prótesis, pero confiada en su fe sabe que el tiempo de Dios es perfecto y en el momento oportuno llegará la solución a su molestia.

SUEÑOS

Entretanto, Silvia habla del futuro con entusiasmo, de sus proyectos y de sus sueños. “Compré un terreno en la vía de Santa Ana, donde quiero construir un museo para mi Comandante con las cosas que humildemente todavía conservo, aquella mesita, la silla de mimbre, el ventilador que le refrescaba… entre otras cositas”, dijo ilusionada. “Y detrás de este museo, pared con pared, haré un lugarcito para que cuando el alma abandone mi cuerpo, me cremen y coloquen allí mis cenizas”.

REFLEXIONES

Silvia invitó a los socialistas a reflexionar para poder rectificar y reimpulsar la revolución no sólo en oriente, sino en todo el país.

“Hay mucho revolucionario de boca para vivir de ella, y de los bolsillos para llenárselos. El verdadero revolucionario no pide nada, sólo defiende sus ideales. Quizás no les guste mis expresiones a muchos, yo hablo claro y raspao, sin adorno, por eso dicen que digo las cosas sin anestesia. Tenemos que sacudirnos y despertar del letargo en que estamos, hay que rescatar y fortalecer los valores revolucionarios en este año crucial para no dejarnos arrebatar el sueño bolivariano de nuestro máximo líder”, culminó diciendo con determinación y coraje.

DESPIÉS

“PISILLO” (palabra que probablemente viene de pisar la carne), es un plato originario y típico de la región de los Llanos Venezolanos, pero que se ha difundido a otras regiones apareciendo adaptaciones según los ingredientes de la zona, como el pisillo de pescado, que no es más que pescado desmenuzado o mechado

El pez sable, también conocido como tajalí o pez mantequilla (familia Trichiuridae), tiene una carne blanca y un sabor suave, lo que lo convierte en una delicadeza en varios países.

En Venezuela, la especie Trichiurus lepturus, se conoce con el nombre de tajalí, es un tipo de pez de mar parecido a un machete, o a un sable, de un metro a un metro y medio de largo, de color plateado, comestible, semeja una correa, largo y aplanado. El nombre viene del árabe “tahalí”, el cual era una correa larga que se usaba en la Andalucía árabe, Reino musulmán de Granada y se colgaba cruzando el hombro, llevaba el peso de la espada.

JB

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