Reverón: el loco que al morir se hizo genio
Considerado el mejor intérprete de la portentosa luz del litoral central, catalogado como uno de los más importantes pintores venezolanos de todos los tiempos, vivió como un asceta o, quizá, como un demente en su alucinante castillete de Macuto. Luego de su muerte, su talento ha sido reconocido como único y sus obras han llegado a costar cifras millonarias
Considerado el mejor intérprete de la portentosa luz del litoral central, catalogado como uno de los más importantes pintores venezolanos de todos los tiempos, vivió como un asceta o, quizá, como un demente en su alucinante castillete de Macuto. Luego de su muerte, su talento ha sido reconocido como único y sus obras han llegado a costar cifras millonarias
Pertenecía al grupo de los locos egregios, según la definición del psiquiatra y escritor español José Antonio Vallejo-Nágera: enfermos mentales y genios. Y es que Armando Reverón no era un loco en el sentido coloquial con el que a veces usamos esa palabra (para referirnos a alguien un poco excéntrico). Nada de eso, era un auténtico caso psiquiátrico, solo que en lugar de tirar piedras, hacía obras maestras de la pintura.
Reverón vivió entre 1890 y 1954, entre Caracas y Macuto, con algún tiempo de estudio en Europa. Siempre fue un poco raro y desde muy niño mostró un gran talento para las artes plásticas. Tanto la dolencia mental (esquizofrenia, según diagnósticos de la época) como el talento fueron agudizándose con el paso de los años. Nadie puede asegurarlo, pero son muchos los que creen que si no hubiese sufrido este mal, tal vez no habría sido uno de los mejores pintores venezolanos de todos los tiempos.
Mientras vivía, lo consideraron más loco que genio. Después de su fallecimiento, a los 64 años de edad en un sanatorio mental, comenzó a ser visto más como genio que como loco. Así pasa casi siempre. Muchos de quienes sabían de su genialidad consideraban el tolerar sus delirios como un peaje a pagar para hacerse de sus obras. Ricachones y comerciantes de arte iban a visitarlo, se calaban los olores a mono de su alucinante Castillete, su aspecto de demente (semidesnudo, barbudo, sin bañar) y regresaban a Caracas con valiosos cuadros, que luego de la muerte del artista se revalorizaron hasta límites fantasiosos.
El escritor Federico Vegas, en su libro Los incurables, cuenta la historia de una familia acomodada que adquirió (es un decir) una obra de Reverón, pero como aparecían mujeres desnudas, la abuela la condenó a ornamentar el lavandero. De allí salió a un pasillo una vez que el pintor apareció en la portada de la revista Élite. Luego de su muerte, cuando el Museo de Bellas Artes montó una retrospectiva, el cuadro se revaluó y fue a la sala. Varios años después, con Reverón ya convertido en ícono, la familia vendió el cuadro a la casa de subastas Sotheby’s y fue tal la cantidad obtenida que pudieron comprarse un apartamento en Boca Ratón, en Palm Beach, Florida.
La vida de Reverón no tuvo nada que ver con grandes negociantes de arte ni con condominios de lujo. Prácticamente se liberó de toda ambición y prescindió hasta de muchos elementos necesarios. Se limitó a sobrevivir con lo mínimo, como un asceta, en su refugio de Macuto, rodeado únicamente por su fiel Juanita —compañera y modelo—, varios monos y las muñecas de trapo que él mismo fue creando.
Napoleón Pisani Pardi, también pintor y uno de sus más destacados biógrafos, asegura que había algo de satírica actuación cuando mostraba su estilo de vida a los que iban al Castillete, con la actitud de quien va al zoológico. “Reverón hacía el papel del pintor salvaje junto con sus monos y su inseparable Juanita. Para él, aquella farsa era una forma de diversión, una manera de burlarse de la mentalidad de aquellos ingenuos buscadores de un Gauguin suramericano por las playas cercanas a Caracas”.
Los expertos que han estudiado su obra dicen que esta se divide en tres períodos: azul, blanco y sepia y que nadie entendió como él la portentosa luz del litoral central venezolano. “Hizo avanzar la pintura venezolana hasta los terrenos de la más pura autenticidad. Llevó hasta el límite máximo la demostración de lo que en verdad es la pintura cuando se la ejerce como trascendental afirmación del hombre —dijo el escritor Guillermo Meneses—. Armando Reverón era un genio”.
A instancias del presidente Maduro sus restos reposarán próximamente en el templo de los inmortales, el Panteón Nacional.
ILUSTRACIÓN ALFREDO RAJOY