Culturales

Paúl del Río, artista / Máximo Canales, guerrero

Leyenda de la lucha armada y reconocido pintor y escultor, era un hombre dual, aunque ideológicamente de una sola pieza. El secuestro del futbolista Alfredo Di Stefano lo hizo célebre a escala mundial. En sus últimos años luchaba por rescatar la memoria histórica de los años 60 y 70 cuando, sorpresivamente, decidió acabar con su propia vida

Se ufanaba de tener gran puntería y, dramáticamente, la última vez que disparó un arma dio en el blanco y acabó con su intensa vida de revolucionario y artista. Se llamaba Paúl del Río y también Máximo Canales, pues ya no se sabía cuál era el nombre y cuál el pseudónimo. Fue pintor y escultor (no le gustaba el mote de “artista plástico”, le parecía cursi) y también fue una leyenda de la lucha armada de los años 60.

En un final digno de una tragedia griega, se suicidó en el cuartel San Carlos, el mismo recinto donde estuvo preso, igual que tantos guerreros que se alzaron contra la IV República, incluyendo al comandante Hugo Chávez.

Paúl del Río era venezolano, pero nació en La Habana y tanto su padre como su madre eran españoles (republicanos anarquistas), así que tenía también algo de esas dos nacionalidades. Y durante su vida, tanto Cuba como España estuvieron presentes. Con la Revolución Cubana tuvo un nexo profundo luego de convertirse en uno de los más conocidos guerrilleros venezolanos de los 60. En España se hizo célebre por haber participado en el secuestro del futbolista Alfredo di Stefano en 1963, cuando el argentino era para el Real Madrid lo que hoy es Cristiano Ronaldo.

Los cubanos fueron los primeros en comprobar la puntería de Del Río, según el también ex guerrillero (ahora opositor) Héctor “El Macho” Pérez Marcano. En un entrenamiento dirigido a los bisoños combatientes venezolanos en el cerro El Bachiller, Del Río (que ya comenzaba a ser Máximo Canales) vació una 9 mm y todos los disparos perforaron el pecho de la silueta colocada en el campo de tiro.

Pese a esas virtudes para la guerra, Del Río/Canales siempre prefirió alabar la limpieza de las operaciones armadas en las que participó. “En nuestras acciones no había civiles muertos, no éramos terroristas”, dijo en varias entrevistas. Ya convertido en leyenda, hubo un tiempo en que el gobierno le atribuía injustamente cualquier cosa que pasara, en especial si tenía perfiles de crimen atroz, como la muerte, en 1967, del médico Julio Iribarren Borges, presidente del Instituto Venezolano de los Seguros Sociales, secuestrado, torturado y asesinado, en uno de los hechos que más desprestigio causó al movimiento guerrillero.

Canales/Del Río estuvo preso varias veces, tanto en el San Carlos como en la cárcel Modelo, donde los procesados políticos tenían que convivir con los presos comunes. Ese lugar fue importante para la vida paralela de este hombre dual, pero ideológicamente de una sola pieza. Allí hizo las primeras de sus obras que fueron expuestas y vendidas. Eran dibujos en tinta china sobre papel. Ya en libertad siguió con esta técnica y posteriormente experimentó coloreando con acuarela. El paso siguiente fue el acrílico sobre tela. Los críticos aseguran que su estilo mezclaba cubismo, surrealismo y modernismo.

También abordó con éxito el campo de la escultura y una de ellas, Mano mineral, está en los alrededores de la sede de la OPEP, en Viena, y junto al edificio principal de Petróleos de Venezuela, en Caracas.

En los últimos años, con una parte de Paúl y otra de Máximo, dirigió la Fundación Capitán de Navío Manuel Ponte Rodríguez, creada para reivindicar a las víctimas de la represión en la democracia puntofijista y bautizada en honor a uno de los líderes de El Porteñazo. Vivía en el cuartel San Carlos, consagrado a la lucha por el rescate de la memoria histórica, cuando sorpresivamente, un día cualquiera, decidió escribir —con su puntería— la última página de su propio capítulo.

POR CLODOVALDO HERNÁNDEZ

/N.A

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