Los chalecos amarillos llegan a Chile ante fuertes protestas
Convocados a través de grupos de Whatsapp y ante el extendido temor de que turbas ataquen sus residencias, vecinos de todo Chile se aliaron con fuerzas del orden para resguardar sus casas. Portando chalecos amarillos empezaron a pasar la noche en la calle, armados con picos y palas.
Conforme los saqueos al comercio comenzaron a expandirse en Santiago y otras ciudades, crecieron los temores de que también las viviendas serían asaltadas.
Con la policía y militares sobrepasados por los extendidos desórdenes callejeros, los vecinos decidieron organizarse para vigilar sus casas y los comercios de sus barrios.
A sugerencia de la Policía, los guardianes de las casas comenzaron a cubrirse con los vistosos chalecos amarillos -que se hicieron célebres el año pasado en las manifestaciones en Francia- para diferenciarse de los encapuchados que han aprovechado la exaltación política para saquear el comercio.
Así, poco a poco, esta especie de escuadrones paralelos se fueron extendiendo a casi todos los barrios de Santiago y otras regiones, y se preparaban nuevamente este lunes para otra noche de vigilancia.
«Personas del barrio con chalecos refractantes hacen rondas y (usan) ropa blanca para distinguir de noche», versa el mensaje del grupo de vigilancia de un condominio de casas de familias de clase media alta en el barrio de Peñalolén, en el oriente de Santiago.
Esta forma de organización vecinal se ha repetido en otras ciudades como Viña del Mar e incluso en sectores de viviendas más pobres.
En Peñalolén los hombres se alternaban cada dos horas para vigilar el exterior de un condominio de 60 casas, mientras las mujeres lo hacían en el interior. Munidos de palas, chuzos o escobas se reunieron en grupos de seis a ocho personas. También bloquearon accesos vehiculares con automóviles y vallas.
La instrucción era también portar la cédula de identidad, hacer sonar las alarmas y avisar por los grupos de Whatsapp ante cualquier complicación.
Unidos frente a la inseguridad
En edificios de Santiago, las comunidades también se organizaban, sobre todo porque conserjes y guardias tenían dificultades para llegar a sus puestos de trabajo debido a las extendidas protestas, que afectaron la circulación del transporte público.
«En caso de que ingresen personas no autorizadas y tengamos problemas en los accesos se activarán y no se apagarán las alarmas de incendio de la comunidad, por lo que ante esta situación se pedirá ayuda en la contención», decía un mensaje a los vecinos de un céntrico edificio de Santiago.
Estas redes entre vecinos también se están usando para pasarse datos sobre qué negocios, supermercados o gasolineras están funcionando en un país bajo estado de emergencia y toque de queda nocturno desde el sábado.
Tras la sorpresiva ola de protestas con hechos vandálicos el viernes de noche y el sábado, que dañaron una gran parte de la red del metro de Santiago, los comercios están cerrados por el temor a los saqueos e incendios, que dejaban un saldo hasta ahora de 11 muertos.
Los chalecos amarillos han sido la forma en que muchos chilenos, perplejos aún por la magnitud de las manifestaciones, las mayores desde el retorno a la democracia en 1990, han logrado canalizar su temor frente a un despertar político inesperado en uno de los países económicamente más estables de América Latina.