Ismael Rivera: La melaza que ríe, que canta y que llora
“El Sonero Mayor” estaría cumpliendo hoy 84 años, pero se marchó a los 55, luego de haber colmado de melodía, belleza y poesía al Caribe y sus alrededores. Según Lil Rodríguez, Maelo “rompió moldes, esquemas, métricas, patrones, cánones y todo lo rígido que en música uno pueda imaginar”
Si pretendiéramos definir a Ismael Rivera con algún verso de sus temas, muchos escogerían esa especie de autobiografía cantada que es “El incomprendido”, pero también podríamos optar por “Las caras lindas” y decir que Maelo, “El Sonero Mayor”, fue la melaza que ríe, la melaza que canta y que llora.
Y es que en la manera de sonear de Rivera había mucho de la descripción que el compositor Tite Curet Alonso hizo de la negritud en esa legendaria pieza: Tienen de llanto mucha melodía / tienen belleza y también tienen poesía. Así era Ismael Rivera y así sigue siendo, porque no hay una sola noche en el vasto reino de la música caribeña en que su peculiar voz y su inimitable estilo no retumben en las fiestas familiares, en los ecos de la radio popular, en los audífonos de los salseros impenitentes, en el paso alegre de los bailadores.
Si uno quiere contar la historia de Maelo, otra cosa que puede hacer es copiarse de Lil Rodríguez, nuestra mejor y más entusiasta investigadora de la música que brota de este mare nostrum. Cada año, por esta época, a propósito de la fecha de nacimiento de Rivera (5 de octubre de 1931), Lil le rinde homenaje al puertorriqueño. En una de sus semblanzas, Lil comparó a la orquesta de Rafael Cortijo con un pequeño ejército rumbero, en el que se dio a conocer “la artillería cantada de Maelo, que rompió moldes, esquemas, métricas, patrones, cánones y todo lo rígido que en música uno pueda imaginar”.
Cortijo y Rivera fueron amigos, socios y compadres. El merecido éxito que lograron en los años 50 los había convertido en una referencia de la movida latina. Como en tantas otras historias, entre la fama y la infamia hubo rápidos pasadizos, de manera que en 1962 Rivera fue a dar a la cárcel en Estados Unidos, procesado por posesión de droga. No fue tratado como la estrella musical que ya era, sino como el negro puertorriqueño pobre que había sido antes. La prensa, como también suele suceder, se encargó de demoler su imagen. Ya no era el limpiabotas y albañil que había triunfado gracias a un excepcional talento, sino un latino dañado más. Estuvo en varias prisiones durante casi cuatro años, incluyendo un tiempo en una cárcel de Kentucky que tiene varios pisos subterráneos, razón por la cual se le conoce como “Las Tumbas”. Su pasantía por ese penal fue inmortalizada por Bobby Capó en un tema que Maelo cantó con la inigualable expresividad que da la vivencia: Las Tumbas son crucifixión, monotonía, cruel dolor/ si sigo así, enloqueceré/ ¿Cuándo yo saldré de esta prisión / que me tortura mi corazón? Fue una etapa de gran depresión, pues como lo dice el melómano Ángel Méndez, quien lo conoció, “Maelo era un amante de la libertad”.
Superada esa mala racha, se dio a la tarea de reconstruirse, y ¡vaya que lo logró!, pues cuando se produjo el gran boom de la salsa, en los años 70, ya Rivera era una de las referencias indiscutibles. En la deslumbrante constelación de ese tiempo, Maelo brillaba por cuenta propia. Al retorno de la cárcel ya no estaba el Combo de Cortijo, así que formó su orquesta, llamada Los Cachimbos. Con ella pegó éxitos sensacionales como “El Nazareno”, el ya mencionado “Las caras lindas” y “De todas maneras rosas”. Ante tanto resplandor, la maquinaria de mercadeo de Las Estrellas de Fania ideó una estrategia para incorporarlo a la orquesta de orquestas. El tránsito por esa galaxia fue breve, pero de él quedaron evidencias eternas como el dúo con Celia Cruz en el tema “Cúcala”. También, por supuesto, permanecen los recuerdos y las grabaciones de míticos conciertos en lugares como el Madison Square Garden, en los que la voz de Maelo alternó con el piano de Pappo Luca, el tres de Yomo Toro y con otros colosos de la voz, como Héctor Lavoe, Cheo Feliciano, Ismael Miranda, Santos Colón, Adalberto Santiago y Pete “Conde” Rodríguez.
La muerte de su compadre Cortijo en 1982 sumió a Maelo en una gran tristeza, pues, según afirma Ángel Méndez, “El Sonero Mayor” era un amigo incondicional. Durante sus últimos años ya no fue la melaza que canta y que ríe, sino la melaza que llora.
Volvió a la calle Calma de su Santurce natal, al lado de su madre Margarita, tantas veces mencionada en sus bien templadas improvisaciones. Casi pobre de nuevo, Ismael Rivera murió de un infarto el 13 de mayo de 1987, mientras veía televisión en su casa. Todo Borinquen se hizo presente cuando lo llevaron al cementerio de Villa Palmera. Su funeral fue el acabose, tal como lo predijo al cantar “Entierro a la moda”, muchos años antes: Que vayan tocando mambo, / sones, rumbas y guarachas / pa’ que todas las muchachas / con sus parejos vayan echando/ …y a lo mejor de la caja / yo me levanto y salgo a bailar.
POR CLODOVALDO HERNÁNDEZ
CLODOHER@YAHOO.COM
/N.A