Daniel Ortega: Un flaco de lentes que ahora tiene aires de Pancho Villa
Es muy difícil salir ileso luego de estar largo tiempo en primer plano. Es el caso del comandante Daniel Ortega, quien llegó a la escena nicaragüense con la estelaridad de los héroes. Hoy, 36 años después del triunfal ingreso de los sandinistas a Managua, sigue siendo el líder del país centroamericano, pero su imagen muestra las cicatrices de una larga carrera política
Si se peinara el bigote al estilo manubrio, podría pasar por una reencarnación de Pancho Villa, aunque el legendario José Doroteo Arango, guerrero de la Revolución Mexicana, no pasó de los 45 años, mientras Daniel Ortega Saavedra se apresta a celebrar, en noviembre, nada menos que 70.
Aparte de un cierto parecido propiamente físico (la reciedumbre de los rasgos, la apariencia campesina), Ortega tiene ese aire propio de los revolucionarios míticos latinoamericanos. Su historia de lucha contra una de las peores dictaduras de la región, la de Anastasio Somoza, le otorga esa aureola de héroe rebelde.
Poca gente recuerda la cara de Ortega cuando él y los demás comandantes del Ejército Sandinista de Liberación Nacional se dieron a conocer ante el mundo, en la Nicaragua que sufría las atrocidades de una tiranía dinástica apoyada, sin ambages, por Washington desde 1934. En aquella época, Ortega tenía más bien el aspecto de un chico estudioso, muy flaco, con unos grandes anteojos y una frondosa cabellera. En ese entonces vivió su momento de máxima popularidad, dentro y fuera de su patria. La hazaña de aquel puñado de patriotas humildes y valientes hizo que la izquierda latinoamericana reviviera, luego de muchos años de fracasos, la gesta victoriosa de Fidel y sus barbudos. De la entrada triunfal de los sandinistas a Managua se cumplen hoy, exactamente, 36 años.
No les esperaba un camino florido. Ya en 1980 comenzó en Estados Unidos la patética era Reagan y, en el contexto de la Guerra Fría, el actorzuelo convertido en presidente de la superpotencia mundial no tendría reparo alguno en financiar las peores acciones de sabotaje y terrorismo contra los sandinistas. Ortega, primero como coordinador de la Junta de Reconstrucción Nacional y luego como presidente electo por el pueblo, logró gobernar a trancas y barrancas hasta 1990, cuando un pueblo atormentado intentó escapar de la guerra de baja intensidad eligiendo a la anodina opositora Violeta Chamorro.
Su salida del poder fue una lección de política para muchos latinoamericanos, tanto de izquierda como de derecha. No era un simple cambio de gobierno sino la salida, por vía electoral, de un movimiento que había llegado originalmente al poder por medio de las armas, que había intentado establecer un gobierno socialista y que ahora devolvía el poder a la oligarquía.
Ortega, como líder del sandinismo, soportó más de 15 años en la oposición, enfrentando los gobiernos de Chamorro, Arnoldo Alemán y Enrique Bolaños. En 2006 consiguió finalmente su objetivo de retornar a la presidencia. Ese triunfo no tuvo, para nada, la espectacularidad de su arribo en 1979 ni el de su victoria electoral de 1984. Apenas logró 38% de los sufragios, pero alcanzó la meta de encaminar de nuevo a Nicaragua por la ruta del sandinismo.
El cambio del flacuchento de anteojos de 1979 al robusto sesentón de la actualidad no es la única transformación que se le atribuye. Su imagen pública ha resentido el paso de los años, no tanto por el tiempo en sí sino, sobre todo, por un asunto muy delicado que ha quedado como mancha indeleble en su hoja de vida: su hijastra, Zoila América Narváez Murillo, lo acusó de violencia doméstica y de abusos sexuales reiterados. Él, obviamente, siempre lo ha negado y los presuntos delitos fueron declarados prescritos, pero una mácula como esa, ya se dijo, no se borra.
En el plano político también ha sufrido daños varios. La derecha lo considera un gobernante ilegal, que en esta segunda oportunidad se las ha ingeniado para no tener que devolver el poder a sus detractores. Dicen que logró, mediante una reforma amañada de la Constitución política, postularse a un segundo mandato, y advierten que irá por el tercero en 2016.
Mientras tanto, desde la izquierda algunas voces le acusan de haber cedido terreno en lo ideológico, de haberse enriquecido en términos personales, de ser ya una mera caricatura del revolucionario de otros tiempos.
Al margen del espectro ideológico, surgen críticas por el papel demasiado dominante de la esposa de Ortega, Rosario Murillo, en todos los asuntos de Estado, y también por la creciente tendencia al nepotismo que muestra su gobierno. En fin, queda demostrado que no es fácil estar en el primer plano de la política durante 36 años y salir ileso. Ni siquiera si uno tiene la aureola mítica de Pancho Villa.
POR CLODOVALDO HERNÁNDEZ
CLODOHER@YAHOO.COM
/N.A