La curagua, fibra que teje las bases de la unión familiar
Para Ramona Alejandrina Chaurán, de 63 años de edad, trenzar la fibra de la curagua, conocimiento que ahora forma parte del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, es una forma de vida, una pasión y un oficio que le ha servido de sustento para levantar a su familia.
Madre de seis hijos, tres varones y tres hembras, Ramona confiesa que gracias a esta planta sus sucesores ahora son profesionales. "Los eduqué a fuerza de la curagua, poco a poco, pobremente, pero lo hice. Tengo licenciados, educadores, administradores y todos ellos, en algún momento, han aprendido a trabajarla".
La curagua es una planta de origen amazónico que se cultiva en los campos del municipio Aguasay, en el oriente venezolano. De su fibra se obtiene un hilo blanco, suave y resistente utilizado por los artesanos locales para la elaboración de chinchorros, manteles, cojines, entre otras confecciones manuales que son fiel expresión de la tradición cultural de esta comunidad.
"Hablar de Aguasay es hablar de la curagua y hablar de la curagua es hablar de Aguasay", asevera Eduardo Maurera, cronista del municipio.
Este recurso vegetal no sólo representa uno de los más importantes motores de sustento económico de la población, sino, además, es el principal elemento de identidad, unión y orgullo de los aguasayeros.
Dicho cultivo está presente en casi todos los símbolos que identifican la idiosincrasia de la localidad. Se encuentra grabada en la bandera y el escudo del municipio, tiene un himno titulado La curagua, vida y alegría e, incluso, un día festivo, que se celebra el 14 de noviembre.
Tejer su fibra se ha convertido es una costumbre familiar, transmitida de generación en generación, que implica una serie de técnicas y conocimientos, adquiridos a través de la imitación de los expertos en esta labor, en donde las manos se convierten en el principal instrumento de trabajo.
"Yo lo aprendí desde chiquitica, a los 10 años, viendo a mi mamá, Julia Chaurán, y a una vecina que siempre estaban tejiendo", comentó Ramona, quien lleva más de 50 años en este oficio.
Procesar esta planta requiere de mucha paciencia, pues sólo para su cosecha se necesita mínimo un año. "Luego de que los agricultores la cultivan, nosotras se la compramos, ya cuando las tenemos en nuestras manos uno la lava, la seca, la encabeza, la hila en el uso, se retuerce y después de retorcerla se lleva al telar donde se arma el chinchorro", explicó.
En palabras de Ramona parece un proceso rápido y sencillo, pero se necesita de mucho esfuerzo, dedicación, destreza y del trabajo mancomunado entre hombres y mujeres.
Tradicionalmente, los hombres aportan la fuerza y sus conocimientos asociados a la naturaleza para cultivar y procesar la curagua. Ellos son quienes preparan el terreno, siembran la semilla y cuando crece la planta la cortan y la tallan, con un instrumento de madera llamado tortol, para ponerla a la venta.
Por su parte, las mujeres tienen la responsabilidad de tejer y maniobrar la blanca fibra para convertirlas en una variedad de piezas creativas. Primero, la lavan con jabón hasta que quede completamente limpia y la colocan a secar al sol. Luego proceden a encabezarla —rasparla con un cuchillo apoyado en la pierna— y a hilarla por medio de un huso, el cual ayuda a unir las hebras para formar el hilo y retorcerlo. Finalmente, cuando toda la fibra está retorcida se comienza a tejer.
Hilando la imaginación
Si bien el chinchorro es el producto a base de curagua de mayor valor tradicional y simbólico para Aguasay, "no se hacen chinchorros nada más", aclara Ramona, con el hilo de la curagua se pueden hacer un sinfín de piezas artesanales que van desde carteras y sandalias hasta collares, correas, centros de mesa, zarcillos, sombreros, entre otros productos que surgen de la imaginación de las tejedoras.
Benito Irady, presidente del Centro de Diversidad Cultural, explica que la curagua fue usada por los pueblos indígenas venezolanos para la construcción de sus armas de defensa. "Fue utilizada por los kariña, principalmente, para crear la cuerda que tensaba los arcos con los cuales lanzaban sus flechas y con la cual amarraban a los invasores, entre otras utilidades no artesanales", explicó.
Sin embargo, este cultivo llegó a tierras aguasayeras hace aproximadamente unos 100 años. Según la versión más popular que maneja la comunidad, fue un hombre llamado Don Susano Cedeño quien en uno de sus viajes por el Río Orinoco, vio la planta y la llevó hasta el municipio, donde la sembró y se quedó para siempre.
"La trajo a caballo desde Joaquín del Tigre (municipio Maturín, en Monagas), envuelta en un bojote y la sembró en Pueblo Viejo. Las fue sembrando y sembrando pero no sabía muy bien qué hacer con eso. Entonces trajo a un señor llamado Juan Flores y al Catire Idrogo y ellos comenzaron a sacar (la fibra) la curagua", comentó Pedro Celestino Cedeño Poito, hijo de Susano, en una entrevista concedida al Correo del Orinoco.
Influenciada por la experiencia con el moriche, Petra María Mendoza, mejor conocida como la Catira Mendoza, se convirtió en pionera en la elaboración de chinchorros a base de esta fibra , pues fue quien creó las técnicas de tejido que se han mantenido hasta la actualidad, destacó el cronista local.
Sin embargo, Maurera considera que atribuir el origen de este arte a un sólo nombre le quita mérito y protagonismo a una interminable lista de mujeres que a lo largo de sus vidas han sacado adelante a sus familias gracias a las habilidades de sus manos.
Patrimonio de la humanidad
Debido a su trascendencia, significación social e importancia en el desarrollo cultural, esta tradición ha sido digna de ser incluida en la Lista Representativa de Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por parte de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), el pasado 2 de diciembre en Namibia, África.
"Este reconocimiento es algo muy bello, muy importante para Aguasay y para toda Venezuela. Yo no esperé nunca que eso iba a suceder, porque en un pueblito tan chiquito, algo que se veía como que no tenía valor, resulta que si lo tiene y es muy importante", comenta Ramona.
La incorporación de las técnicas y conocimientos relacionados a la curagua se convierte en el cuarto ingreso consecutivo de tradiciones venezolanas a la lista de la Unesco, luego de la declaraciones sucesivas de los Diablos Danzantes de Corpus Christi (2012), la Parranda de San Pedro de Guarenas y Guatire (2013) y la tradición oral del pueblo de Mapoyo y sus referentes históricos en el territorio ancestral (2014).
El camino hacia la candidatura ante esta organización internacional inició en 2013, con la elaboración de un documento, entre el Centro de Diversidad Cultural y el pueblo de Aguasay, que recopila todos los aspectos que justifican la relevancia de esta expresión cultural, el cual fue reconocido como un expediente ejemplar por el comité evaluador.
"Este expediente demostró de qué manera hemos trabajado en la organización de las comunidades, de qué manera hemos practicado la interculturalidad y de qué manera estamos protegiendo los derechos humanos de esas comunidades alejadas como son esos caseríos de Aguasay", resalta Irady.
Con esta declaración Venezuela se posiciona en un lugar significativo entre los países de América Latina con mayor riqueza cultural, haciendo gala de la definición de Estado multiétnico y pluricultural que establece la Constitución Bolivariana.
"No sólo Aguasay sino todos los venezolanos debemos sentirnos orgullosos, porque el mundo nos está reconociendo a partir de nuestra cultura, de estas tradiciones que el pueblo ha venido practicando de manera centenaria a lo largo de su historia", enfatizó Irady.
Esta proclamación es un compromiso para toda la vida. No sólo la comunidad, sino, también, el Gobierno y todo el pueblo ahora tienen la responsabilidad de preservar y mantener viva, años tras año, esta humilde pero significativa costumbre legendaria.
Tal como lo manifiesta Alcides Monagas, cultivador y tallador de la fibra, en el trabajo especial titulado Amor a la Curagua publicado por el Centro de Diversidad Cultural, hay que proteger este recurso vegetal para que sus posibilidades de práctica sean cada vez mayores en todo el territorio nacional.
"Tomen el ejemplo que tengo yo y sigan cultivando esta maravillosa planta, que siempre tendrá mucha importancia y nunca dejaré de sembrarla mientras tenga fuerza y voluntad", expresó Monagas.