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Ana Enriqueta Terán: Poesía de dolor y de placer

De poeta a poeta, Yolanda Pantin lo expresó de la siguiente forma: “Así como Ida Gramcko experimentó con la prosa poética (…), en Música con pie de salmo, Ana Enriqueta Terán, ejercitada con maestría en los sonetos, los tercetos, las odas, las endechas, las décimas, las liras, los madrigales, entra en el continente del verso libre para afirmarse en la riqueza de sus dominios”

CONSIDERADA UNA DE LAS GRANDES POETAS VENEZOLANAS DE TODOS LOS TIEMPOS, EN EL ÁLBUM DE SU VIDA APARECEN NOTABLES FIGURAS DE LA POLÍTICA Y DEL ARTE. COMENZÓ CON VERSOS DE ESTRICTA MÉTRICA, AL ESTILO DE LOS ESPAÑOLES DEL SIGLO DE ORO, PERO LUEGO PASÓ LIMPIAMENTE A LA POESÍA LIBRE, PUES PARA ELLA ESCRIBIR UN POEMA A VECES ES UN DOLOR, PERO OTRAS, UN PLACER

Cuando se enteró de que habían abierto un curso para enseñar a escribir poesía, Ana Enriqueta Terán tuvo sus dudas. De acuerdo con su larga —¡larguísima!— experiencia, no es algo que se pueda aprender en un salón de clases. Pero no descalificó el esfuerzo: “Solo ayudar a que se piense en la poesía ya es algo grandioso”, dijo.

Con 97 años, Terán sigue escribiendo poemas, tanto en verso libre como con la estricta métrica de sonetos y tercetos. Nació en mayo de 1918, en Valera, un día que caía tal palo de agua que la partera llegó por mero empecinamiento, entre truenos, ríos crecidos y ventarrones. Hoy la tormenta creativa de esta gigante andina aún sigue vigente. Atisbando con esperanza el ya cercano centenario, vive en Valencia y, como cualquier autor novel, tiene obras inéditas, pendientes de publicación.

Su formación intelectual comenzó desde el hogar, enclavado en la cordillera. En entrevistas que ha concedido, la poeta trujillana nunca pierde oportunidad para destacar la importancia que tuvo su madre, Rosa Madrid de Terán, quien la puso en contacto con los poetas clásicos. “En mi casa, de sus labios, aprendí a disfrutar del Siglo de Oro”, afirma orgullosa.

De esa temprana fragua surge una creadora apegada a los cánones de la poesía bien rimada. Ella misma lo dijo en alguna oportunidad: “Garcilaso me acompaña en las derrotas amorosas; Santa Teresa me enseña cómo desear a Dios; Góngora se vuelve licor de libertad en mis liras, tercetos y sonetos. El verso es una rayadura perfecta en lámina de oro”.

En la lectura de cualquier fragmento de su obra temprana, se puede apreciar esta cualidad:

Hoy te recuerdo puro y acerado
ardido en tus ocultas agonías
laurel de llanto, dulce te me hacías
por tu saber oscuro y arbolado

Luego de demostrar sus facultades en el difícil arte de la versificación con métrica, asume también tendencias consideradas más modernas. “El verso libre me solicita y voy a él con respeto y autenticidad. Sin embargo, no abandono las formas clásicas; no las abandonaré nunca. Sonetos y tercetos me serán fieles y andaré por ellos con distintas penumbras pero con un mismo trazo de libertad y honestidad”.

En verso libre, su poesía también rezuma profundidad y belleza:

El mar respira hondo en la casa abandonada
Nuestra infancia alma mía
como el aroma
de una provincia desnuda.

De poeta a poeta, Yolanda Pantin lo expresó de la siguiente forma: “Así como Ida Gramcko experimentó con la prosa poética (…), en Música con pie de salmo, Ana Enriqueta Terán, ejercitada con maestría en los sonetos, los tercetos, las odas, las endechas, las décimas, las liras, los madrigales, entra en el continente del verso libre para afirmarse en la riqueza de sus dominios”.

La extensa obra de Ana Enriqueta Terán, esa capacidad para pisar firme en territorios de lo clásico y lo vanguardista, ha sido objeto de incontables estudios y referencias académicas, tanto en Venezuela como fuera de ella. La especialista María de los Ángeles Pérez López, en una investigación titulada “La poesía de Ana Enriqueta Terán: género y tradición”, afirmó que se trata de un trabajo denso y estimulante que ocupa un lugar destacado en la poesía venezolana contemporánea. Esta analista ubica a Terán en un selecto grupo que acabó definitivamente con el rol secundario que habían tenido tradicionalmente las mujeres en las letras nacionales (tal vez con la excepción de Teresa de la Parra). Las otras poetas mencionadas le otorgan a la lista un carácter de Olimpo solo para damas: Enriqueta Arvelo Larriva, María Calcaño y Luz Machado.

Desde el punto de vista de las corrientes y tendencias, a Terán se le ubica en la Generación de 1942, una en la que destacaron también Juan Beroes, Pedro Francisco Lizardo, Aquiles Nazoa, Luis Pastori, Tomás Alfaro Calatrava y Luis Henríquez. Ese grupo, según los estudiosos de la poesía venezolana del siglo XX, reaccionó contra otra corriente literaria, la del Grupo Viernes, que encarnaba el verso libre como principal ariete, y que tuvo nombres tan refulgentes como Vicente Gerbasi y Pablo Rojas Guardia.

Una vida intensa

Si leyéramos las memorias de Ana Enriqueta Terán, nos encontraríamos con grandes personajes de la contemporaneidad y celebridades del arte. El telón de fondo de su vida es un extenso trayecto de la realidad política, que va desde Juan Vicente Gómez hasta Nicolás Maduro, e incluye personajes como Argimiro Gabaldón (quien era su primo), Jóvito Villalba, Gustavo Machado, Marcos Pérez Jiménez, los presidentes de la IV República y, por supuesto, Hugo Chávez, pues la gran poeta de Valera es —para disgusto de muchos— revolucionaria a carta cabal.

En el plano artístico, el desfile de notables comienza nada menos que con Andrés Eloy Blanco, quien la conoce en 1931 (cuando ella tenía solo 13 años), lee sus primeros poemas y la declara poeta. El cumanés, años más tarde, durante un recital en homenaje a Alberto Arvelo Torrealba, en el Ateneo de Caracas, desató las risas de todos los presentes cuando su voz se abrió paso entre los aplausos: “¡A esa la descubrí yo!”, gritó. La chica acababa de leer versos de una de sus primeras obras publicadas, Décimas andinas.

En el recorrido vital de Terán también aparecen figuras como el poeta español Rafael Alberti (quien le puso el apodo “la Guaricha”); los poetas venezolanos Juan Liscano, Víctor Valera Mora y Ramón Palomares; y los pintores Aimée Battistini, Oswaldo Vigas y Pascual Navarro. Como desarrolló una breve carrera diplomática (a la que renunció para no respaldar la dictadura de Pérez Jiménez), también tuvo la oportunidad de alternar con personajes históricos de nuestra América, como Juan Domingo Perón, Eva Perón y Augusto César Sandino.

Más allá de alternar con gente destacada, en su pasantía diplomática estuvo en Argentina y, según ha dicho en conversaciones y conferencias, regresó convencida del inmenso potencial de la América profunda. “Aprendí a amar las grandes masas indígenas. Soy una poeta mestiza. Y me siento muy orgullosa de eso”.

Vista siempre como una persona de cuidado, por sus vinculaciones y afinidades con la izquierda, no fue sino hasta 1989 (entrando ya en su séptima década) cuando recibió el Premio Nacional de Literatura, un galardón que merecía desde mucho tiempo antes. De cualquier manera, el reconocimiento tuvo el respaldo de tirios y troyanos, igual que cuando la Universidad de Carabobo le otorgó el doctorado honoris causa y cuando, en 2007, el IV Festival Mundial de Poesía tuvo su obra como foco. Para completar la lista de justos honores, el principal teatro de Valera lleva su nombre y la casa donde nació y vivió sus años mozos, en Jajó, adoptó el título de uno de sus poemarios, Casa de hablas, y está siendo transformada en un centro cultural. Allí, por cierto, todavía está el taller en el que Ana Enriqueta desplegó otro de sus talentos: la costura.

Terán ha vivido en diferentes lugares de Venezuela: Puerto Cabello, Valencia, Caracas, Margarita, Morrocoy, pero sigue siendo amante de su montaña natal, a la que dedicó buena parte de su obra inicial. Especial afecto siente por sus coterráneos, a quienes considera gente cortés y maravillosa. Según la poeta, hasta cuando lloran, los niños andinos lo hacen dulcemente.

En su afán de reivindicar y defender lo venezolano —y lo trujillano—, ha puesto la calidad lírica al servicio de la beatificación de José Gregorio Hernández. El privilegiado destinatario del alegato ha sido el papa Francisco. “Es muy justo que también tenga un lugarcito entre los santos del mundo. Es un trujillano ejemplar. Se pierde en la distancia. Qué orgullosa me siento de mi paisano”.

En la biografía de esta poeta no podía faltar la historia de amor y el coprotagonista fue el ingeniero José María Beotegui, a quien flechó el mismo día que se conocieron, en 1954, en un acto en el Ateneo de Valencia, cuando presentaban el primer número de la revista literaria Cuadernos del Cabriales. Una fotografía que ha quedado como testimonio de ese primer encuentro, la muestra a ella en todo su esplendor, con un aire muy español, como haciendo juego con sus primeros poemas. La pareja se casó al año siguiente y la unión se prolongó por más de 55 años, hasta que Beotegui falleció, en 2011. Tuvieron dos hijos, un varón que murió pocos días después de nacer y Rosa Francisca Beotegui Terán, continuadora de la saga de la madre, poeta, aunque de profesión arquitecta.

Por cierto, una vez, en ese afán de los periodistas de formular interrogantes originales, le preguntaron a Ana Enriqueta Terán qué dolía más: si escribir un poema o parir. Y ella, tras pensarlo bastante, respondió que escribir un poema a veces es un dolor, pero otras, es un placer.

AET

 

POR CLODOVALDO HERNÁNDEZ
CLODOHER@YAHOO.COM
ILUSTRACIÓN ALFREDO RAJOY

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