Serbia encara otra vez el drama de los refugiados
Empero, la situación actual en el mundo, cuyas consecuencias solo está comenzando a sentir la vieja Europa, propicia que este acercamiento a la realidad de hoy se realice en un escenario con ciertos parecidos al de entonces
Llegar a la capital de Serbia tras 22 años de ausencia supone un reto para todo observador, sobre todo por los peligros y cambios radicales que vivió este país en tan corto periodo histórico.
Empero, la situación actual en el mundo, cuyas consecuencias solo está comenzando a sentir la vieja Europa, propicia que este acercamiento a la realidad de hoy se realice en un escenario con ciertos parecidos al de entonces.
En aquel momento, marzo de 1993, alarmaba y sorprendía el estado de guerra imperante, creado con la exacerbación de los sentimientos nacionales debido a la escalonada escisión de los estados que integraron la antigua República Socialista Federativa de Yugoslavia.
A la separación de Croacia, Eslovenia y Macedonia le siguió Bosnia y Herzegovina, caracterizada por un cruento enfrentamiento entre las fuerzas proclives a la independencia- muy estimulada desde ciertas potencias occidentales- y los sectores serbios que la objetaban por causas ancestrales a veces vinculadas hasta con la propiedad de la tierra.
Ese estallido provocó un brusco movimiento de las personas que huían de las zonas de conflicto armado y Belgrado se vio prácticamente invadida por desplazados que buscaban refugio.
Muchas familias belgradenses-como pude constatar- expresaron su solidaridad recibiendo en sus hogares a aquellos fugitivos, un gesto de enorme valor humano, aún más preciado y generoso porque debido a las sanciones de la ONU contra Serbia la situación económica se complicó drásticamente con la escasez de combustible, alimentos y artículos para el hogar.
Hoy, cuando este país se ha convertido en la ruta hacia el occidente rico europeo para los fugitivos de los conflictos armados en el norte de Africa, Afganistán y el Medio Oriente, con una grave crisis humanitaria como consecuencia, la población de esta capital vuelve a volcar sus sentimientos solidarios hacia esa gente totalmente desamparada y abandonada.
Mientras descansan en parques, estaciones ferroviarias y de ómnibus, a veces en improvisadas tiendas de campaña, para después continuar camino hacia la frontera húngara en su larga peregrinación hasta Alemania, reciben de las autoridades de aquí el apoyo mínimo indispensable para una estadía sin convulsiones, sin represión policial.
En tanto, por iniciativa individual o a través de organizaciones sociales de todo tipo, fluye la ayuda humanitaria en agua, alimentos, ropa de abrigo, medicinas y artículos de higiene personal. No faltan los juguetes para una masa humana integrada en gran parte por niños y adolescentes.
Una visita a esos lugares permitió observar que si bien las condiciones son precarias y la falta de higiene puede derivar en males mayores, esas personas no son hostigadas, e incluso los niños juegan libremente en las áreas libres y llegan a reñir en torno a un balón de fútbol que algún vecino les proporcionó.
Las condiciones climáticas del otoño, que suelen ser generosas en Serbia, se complicaron esta vez con lluvias día y noche que hicieron aún más difícil la vida de estas personas, quienes se trasladan a través de los Balcanes en lo que pueden, muchas veces pagando algunos tramos en tren o bus, mientras una buena parte lo hace a pie, en largas y agotadoras jornadas.
En ese empeño, cuentan también con el apoyo de los habitantes de las localidades por donde pasan, quienes les ofrecen servicios- carteles en árabe e inglés aparecen por doquier con las debidas indicaciones-e incluso les sirven de guía por los caminos más expeditos y menos peligrosos, lo cual es de especial importancia en los límites fronterizos con Hungría.
Y esto sucede cuando la economía nacional pasa por dificultades y el país da la impresión de estar sumergido en un proceso de transición, cuyo futuro no se aprecia con claridad para muchos analistas y observadores.
El presidente Tomislav Nikolic se refirió a la delicada posición de Serbia ante esta corriente migratoria que tiene como destino la Europa Occidental, donde hay cierta resistencia a recibirlos y algunos estados de la Unión Europea (UE) no muestran deseo alguno de hacerlo, lo cual ocasiona que se mantengan en territorio serbio y que su numero crezca cada vez más.
En declaraciones a una televisora italiana durante una visita que realizó al Vaticano, el mandatario resaltó el trato que su país ofrece a esas personas y añadió que el papa Francisco le agradeció por mirarlos como seres humanos que solo buscan seguridad y protección para su vida.
Opinó que se requiere de una amplia acción de toda la UE para que los refugiados se desplacen con seguridad y después se analicen las causas por las cuales abandonaron sus hogares.
Esta posición contrasta con la del primer ministro de Hungría, Viktor Orban, quien clamó por devolverlos a los lugares de donde salieron, los campamentos de refugiados de El Líbano, Jordania y Turquía, al opinar que allí estaban seguros.
Si bien expresó que su gobierno los dejaría pasar a todos, exteriorizó sus temores de que eso podría envalentonar a muchos otros a emigrar y aseguró que Europa sucumbirá si les permite entrar.
En medio de estos dilemas se encuentran los refugiados, víctimas del limbo en que lo arrojaron acciones irresponsables de Estados Unidos y sus aliados de Europa, precisamente.
(*) Ex corresponsal en la antigua República Socialista Federativa de Yugoslavia.
/N.A