Rindieron homenaje al comandante Hugo Chávez en Ginebra
En conmovedoras expresiones el embajador venezolano Jorge Valero -también poeta-, puso de relieve la significación histórica de Hugo Chávez Frías
Un desborde de sentimientos y recuerdos afloró en Ginebra, Suiza, en el evento “Hugo Chávez: Ciudadano del Mundo”, organizado por la Misión Permanente de Venezuela ante la ONU.
Embajadores de América Latina y el Caribe rindieron homenaje a la perdurable huella del Comandante Presidente, en ocasión del tercer aniversario de su siembra.
Los máximos representantes diplomáticos de Bolivia, Cuba, Ecuador, Nicaragua, Haití, El Salvador, República Dominicana y Venezuela sumaron sus voces para dejar constancia de la impronta del Líder de la Revolución Bolivariana.
Organizaciones sociales que hacen vida en este país estuvieron presentes en el tributo mundial, promovido por el Ministerio del Poder Popular para Relaciones Exteriores.
En el acto fue proyectado el documental “Mi amigo Hugo”, del prestigioso cineasta norteamericano Oliver Stone.
En conmovedoras expresiones el embajador venezolano Jorge Valero -también poeta-, puso de relieve la significación histórica de Hugo Chávez Frías.
Aquí sus poéticas palabras:
En esta, ciudad del amañado Léman, donde las velas ondulan bajo la mansedumbre de la nieve y reposan los alientos de Ramuz y Rousseau; de Rilke y Ramos Sucre; de Borges y Lord Byron; de Lenin y Dostoievski, nos damos cita para homenajear a Hugo Chávez, “Ciudadano del Mundo”.
Y nada más alejado de la pesadumbre que su vida y su voz irradiando rebaños de amor.
Como si oteara la impronta del Comandante, Shakespeare, con soneto esperanzado, musita:
No perderás la gracia,
ni la Muerte se jactará de ensombrecer tus pasos
cuando crezcas en versos inmortales.
Vivirás mientras alguien vea y sienta
Y esto pueda vivir y te dé vida.
Aunque hoy -no puedo ocultarlo-, me horadan las palabras de Vallejo:
Hay golpes en la vida tan fuertes, yo no sé…
Pero las lágrimas del sol con llameantes danzas -más allá de la tormenta-, agitan sus alas.
Vienen a mí los versos de Dionisio Aymará con su interrogante:
¿Quién sino tú pudo
enseñarnos el camino que conduce a la altura
donde sólo los más puros destellos
del espíritu habitan?
Al evocar al Arañero intuyo su corazón lleno de viento, tal espiga del alma que como onda peregrina se aposenta en las aguas.
Comulgo con la mística de Rumi cantando a la fecundidad de los portentos y a la pervivencia del legado:
Siembra semillas en las entrañas de la tierra,
y el jardín florecerá más allá
de todo lo creíble.
Tu alegría centinela, Comandante, se ensancha con los días; el breviario de tu lema se convierte en flor. Bebo el santo vino que tu corazón entrega.
Arcano el siglo del que irrumpe tu voz en el pergamino del tiempo, eco germinal de Paul Éluard:
Vencedor y brillante, puro como un ángel
que asciende al cielo, con los árboles
Cuando la vida habla todos los vientos se convierten en palabras. Y el viento estaba en su voz, voz pregonera que canta libre, como niebla.
Boecio, con su canto redentor, a la zaga de Sófocles y Séneca; Cicerón y Virgilio; Ptolomeo y Ovidio, pareciera estampar -mil quinientos años atrás-, los arquetipos de su verbo:
Pero quien tiembla o vacila, porque no está seguro, ´
ni es dueño de sí mismo, ha arrojado el escudo,
ha perdido su trinchera y ha atado a su cuello
una cadena que siempre arrastrará
Por eso brinda su luz en clamorosa llama, como cisne que en su viaje se consagra. Su canto cadencioso, de fresnos precursores, viene a mí como empíreo que remonta vuelo:
Es rayo de luz
en esperanza convertida
Constelación de fuegos
Con su estela enaltecida
Ahora escucho la voz de Percy Shelley, en el elevado césped de la villa ginebrina de Cologny:
Sí… Vive… Está despierto.
Quien ha muerto no es él,
sino la muerte.
Tú, puro amigo, soplo que desatas nubes entre el abrupto temblor del firmamento.
Por eso mi canto, desde la poética campiña, para el que boga por los territorios de la esperanza:
Al que dona sin recibir recompensa
Al que ofrenda su purpúreo corazón
Al que invita a comer los frutos del bien
Al que ilumina los caminos de la especie
Al que conjura las sombras de la muerte
Al que alumbra con sentencias del vivir
Al que predica desde el púlpito de la sencillez
Al que sana con su verbo los vestigios del dolor
Al que divulga verdades como prodigios del cielo
Al que ofrenda buenas obras con bendito proceder
Al que escucha la palabra en la ermita del sufriente
Al que canta en comunión con la heredad desheredada
Al que siembra la esperanza en los predios del azar
¡Alabemos, sí. Alabemos la bondad de su fuego inextinguible!
Que la extinta pena, en su alada huída, deje, en la morada del polen, su inagotable trino.