¡Qué lindo el gordito!
La abuela de unos 56 años, de acuerdo con su propio testimonio, aunque aparentaba unos cuantos más, se subió a la buseta con una hermosa niña de cuatro primaveras, según los deditos mostrados a la hora del interrogatorio. Era fuertecita, cabellos rizados, con unos cacheticos adorables y unos vivaces ojitos negros. Con el vaivén de la cocina, como se conoce coloquialmente a los últimos asientos de los transportes colectivos, la somnolencia llegó, y Morfeo acunó a la bebita, rendida en los brazos de la cansada señora. Llegó la hora de bajarse, y ella no pudo más que echarse al hombro a la muchachota y dar traspiés con su importante carga.
Mientras tanto, como en cualquier novela costumbrista, algunas de las pasajeras pasaron al cuchicheo: está muy grande… pesa demasiado… debería caminar…
Y en términos generales, ninguna de ellas parecía haberse visto al espejo durante unos cuantos meses. Todas estaban pasaditas de kilos.
Y es que según el más reciente informe de la Fundación Centro de Estudios sobre Crecimiento y Desarrollo de la Población Venezolana –Fundacredesa-, que evalúa los percentiles, los datos, de evolución de los venezolanos, ya no tenemos problemas con la desnutrición sino más bien de sobrealimentación.
Este tipo de estudios se realizan evaluando a la población durante cinco años seguidos, comparando, midiendo, pesando a miles de persona. Y eso se debe al hecho incuestionable que para ver un comportamiento de un grupo humano no basta un par de meses, porque la aplicación de una medida socioeconómica sólo puede tomarse luego de pasar un buen tiempo.
Hasta para quienes hacen ejercicios sin caer en la trampa de la mágica oferta televisiva de la instantaneidad, el resultado del esfuerzo del progreso no se percibe en una semana, y tampoco depende sólo de la hora diaria de práctica: hay numerosos factores que deben coincidir para lograr el deseado cambio.
En el caso de la nutrición, se estudian aspectos como el desarrollo intelectual, la presencia o no de parásitos, los hábitos alimenticios, el consumo de proteínas y de harinas, de azúcares y de vitaminas; además se evalúa la dentadura, el sistema óseo, e incluso los espacios vitales donde se reside y convive, todo lo cual configura una evaluación compleja cuyas conclusiones sólo emergen luego de miles de horas de indagación.
Entre el 2007 y el 2012, con el cambio de las políticas públicas y la inversión social como parámetro en contra de lo que antes se denominaba el “gasto social”, se determinó que 80 de cada 100 niños venezolanos presentan una buena y equilibrada salud, pero el resto, el 20% , tiene problemas de sobrealimentación.
Eso antes hubiese sido imposible, porque los pobres no veían la carne en mucho tiempo y la comida estaba constituida básicamente por harinas. Había una alta tasa de desnutrición. Recordamos un estudio realizado por los médicos del l J.M de Los Ríos, el Hospital de Niños, en el que se determinaba que el 80% de los niños menores de dos años en el estado Lara sufrían de desnutrición crónica, cuya consecuencia directa e inmediata era que la mayoría al llegar a la edad adulta tendrían limitaciones para el desarrollo intelectual, incluso les costaría hasta amarrarse las trenzas de los zapatos, por aquello de la motricidad fina.
Ahora, gracias a las políticas implementadas por un gobierno que piensa que es ganancia invertir en el bienestar de la gente, esas cifras se han revertido. Pero como no todo es bueno, al haber más dinero, las transnacionales de la comida han profundizado su influencia a través de las franquicias y la publicidad, y la comida chatarra, cada vez, forma más parte del menú, y de la cultura urbana. Esos productos abomban pero no alimentan. Generan sobrepeso y, mientras tanto el payaso amarillo, rojo y blanco y sus cajitas felices están demoliendo a la población infantil y juvenil, porque subalimentados y con sobrepeso, las neuronas no van a tener posibilidades de desarrollo, y si les cuesta pensar, analizar, comprender, serán más fáciles de controlar, domesticar, alienar.
La apuesta de la visión neoliberal trasciende las ganancias rápidas, y se alinean con un plan a largo plazo, a una propuesta de domesticación a través de del falso confort.
Una situación que fue tocada, oh Dios, en la disneyriana película Wally, donde los humanos habían cedido a esas mal interpretadas comodidades, y eran víctimas de un sistema aplicado por máquinas. Claro, al final la esperanza, otra máquina vendría a ser la salvación. Una promesa tan manipuladora como cualquier pensamiento religioso domesticador. Porque la única realidad es que una vez causado el daño, repararlo es muy difícil.
Entonces cuando nos paremos frente a un niñito y pensemos ¡qué bonito el gordito!, revisemos si nuevamente nos están engañando con espejitos para arrebatarnos mañana lo que debería ser un futuro de justicia y equidad.