Opinión

Hooligans

La primera elección verdaderamente significativa para la derecha venezolana en la que resulta vencedora por mayoría de votos, como lo ha sido la del 6 de diciembre, antes que un avance del neoliberalismo es la consagración de una cultura de la disociación psicótica

La primera elección verdaderamente significativa para la derecha venezolana en la que resulta vencedora por mayoría de votos, como lo ha sido la del 6 de diciembre, antes que un avance del neoliberalismo es la consagración de una cultura de la disociación psicótica que se ha venido cultivando en el país desde al arribo mismo de la revolución bolivariana.

Para la militancia de a pie de la oposición, lo importante de este evento no era la posibilidad de cambio que ofrecía la escueta campaña de la derecha, sino la oportunidad de acabar con la mayoría revolucionaria conquistada por el chavismo en los últimos 16 años. Ninguna de las ofertas de cambio era ni siquiera medianamente viable, ni mucho menos sustentable desde el punto de vista argumental. Ni siquiera al más ignaro de los opositores puede resultarle lógico o creíble que los altos precios de los productos puedan bajar mediante una desregulación o liberalización de los mismos.

Nadie en su sano juicio podría aceptar como factible que la reprivatización de las empresas estratégicas pudiera traducirse en rebajas de las tarifas de los servicios públicos. O que la eliminación del control cambiario asegurará la entrega ilimitada de divisas a bajo costo para el público.

Mucho menos podría aspirar ningún venezolano sensato a que la liberación de un golpista contumaz como Leopoldo López garantice de alguna manera un clima de paz y concordia en el país mientras él no sea presidente.

El frenético desgañitamiento en improperios, obscenidades, insultos y amenazas de todo tipo, que vierten por las redes sociales esos militantes de la oposición contra los chavistas desde el instante mismo en que se anunció su triunfo en las elecciones parlamentarias, es de un nivel de desquiciamiento solo comparable al de los hooligans, considerados por el mundo entero como las más demenciales fanaticadas de la historia.

De tanto perder, los escuálidos asumen que esta circunstancial victoria que la democracia venezolana les ha permitido disfrutar, es como el otorgamiento de la Presidencia ya ni siquiera de la República sino de Disneylandia.

Ojalá que el “cambio” no se les venga encima tan rápido, y puedan gozar su fantasía fascista de sentenciar a muerte a cuanto chavista se les atraviese antes de que la revolución los vuelva a derrotar.

Alberto Aranguibel 
@SoyAranguibel

/N.A

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