Donald Trump: el pelucón boca e’ jarro
Discapacitado para el lenguaje políticamente correcto, el magnate neoyorquino se ha lanzado a la lucha por la nominación presidencial republicana. Inauguró la campaña diciendo lo que dijo del pueblo mexicano y logró el objetivo de hacerse notar. Allá y acá encontró rechazo, pero también apoyo, porque el Trumpismo es un modo de ver el mundo
No es el peor gringo posible. Lo que pasa es que es del tipo sincero. Piensa lo mismo que toda la derecha y la ultraderecha de Estados Unidos, pero mientras los otros se ponen bozales, se perfuman la lengua antes de expresarse, usan máscaras y disfraces de gente decente, este tipo habla a boca de jarro.
Donald Trump es el prototipo del magnate postmoderno. Es prepotente, supremacista y jura que su montaña de dólares lo hacen mejor que el resto de la gente; ha forjado su fortuna trepando sobre los hombros ajenos; su éxito ha costado tantas víctimas que —figurada o literalmente, depende cómo se le vea— debería tener su cementerio corporativo. En fin, un Rico McPato cualquiera.
Todas esas son las características típicas de muchos hombres de negocios del mundo actual, gente a la que se le rinde pleitesía por su capacidad para llevar sus cuentas bancarias hasta límites de la fábula. Pero en el caso de Trump, es su discapacidad para el lenguaje políticamente correcto lo que le hace particularmente repudiable… Eso y el copete, claro.
Convertido hace años en una figura mediática, Trump parece un personaje escapado de una de aquellas series que hicieron furor hace algunas décadas, en las que se ponía de manifiesto la fatuidad y la mala entraña de la clase dominante estadounidense, algo como Dinastía, Falcon Crest o Dallas. Un multimillonario engreído, con una manera de peinarse particularmente ridícula, emperador inmobiliario, dueño de casinos, capo de los mayores concursos de belleza del planeta, presentador de reality shows… todo en este sujeto es sospechoso, huele a estafa continuada, a procederes mafiosos, a trata de blancas. Y si a eso se añaden sus nada ocultos prejuicios raciales y arranques de xenofobia rabiosa, pues se le pone la guinda al postre.
En una sociedad que le rinde culto al dios dinero, Trump es todo un pontífice. Su relato personal habla de fortunas amasadas a punta de audacia y falta de escrúpulos. También hay episodios de crisis y bancarrota. Como aderezo, su vida privada ha sido siempre foco de atracción para la prensa sensacionalista, en particular por las espectaculares mujeres que han sido, sucesivamente, sus esposas: Ivana Zelníckova, Marla Maples y Melania Knauss. En materia de consortes, por cierto, le pone freno a su xenofobia, pues la primera de ellas nació en Checoslovaquia (país que dio paso a la República Checa y a Eslovaquia); mientras tanto, la actual esposa es eslovena.
Como suele suceder, el éxito en los negocios ha estimulado la ambición por el poder político. Por iniciativa propia o por sugerencia de los infaltables adulantes, Trump ha creído tener madera para ser líder de masas y alcanzar altos cargos, incluyendo la presidencia de EEUU. En oportunidades anteriores no había pasado de ser uno de esos aspirantes pintorescos, que luego se retiran. Pero esta vez, quizá porque el hombre ya se acerca a los 70 años, se lo ha tomado más en serio. Las encuestas parecen soplar a su favor, al menos entre la tropa de precandidatos que se han lanzado a disputar la nominación del Partido Republicano.
Con su forro de millones, el “Pelucón Mayor” (como lo bautizó el presidente Nicolás Maduro) se da el lujo de ser él mismo, sin ninguna contención o censura. Dijo lo que dijo sobre el pueblo mexicano e inauguró formalmente su campaña, pues en el mundo entero hubo reacciones. Allá y acá despertó oleadas de antipatía, pero también muchas aprobaciones abiertas o soterradas. Después de todo, el trumpismo es una manera de ver el mundo, tenga uno o no dinero, tenga uno o no copete.
POR CLODOVALDO HERNÁNDEZ
clodoher@yahoo.com
/N.A