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España: aumentan los ‘suicidios’ por crisis originadas en deudas hipotecarias

“Lo llaman suicidio pero es homicidio cuando la estafa financiera va a por esa persona, creando miedo, depresión y ansiedad”, explica una española, desde la impotencia de haber perdido a su hermano

Suicidios y crisis. Dos palabras que sólo cuando se pronuncian desatan la polémica. Frente a quienes sostienen que no existe relación, otros alertan con datos. Un estudio concluía que la tasa de suicidio creció un 8% desde 2008, con el inicio de la crisis. Otra investigación apuntaba un aumento de la ansiedad y depresión.

Más allá de las cifras, la realidad pone nombres y apellidos. El paro y las amenazas de desahucio fueron las causas que minaron la moral de Francisco José. La pobreza y la exclusión social provocaron que la ansiedad y la depresión se apoderasen de su vida. La llegada de una carta fue la gota que colmó el vaso. En un callejón sin salida, Francisco puso punto final.

La casa de Francisco José sigue en silencio, cerrada, sin venderse. Su familia es testigo e intenta sobrevivir con el peso del recuerdo. Su ausencia se mastica día tras día, desde que hace casi dos años Francisco se lanzase al vacío.

“Lo llaman suicidio pero es homicidio cuando la estafa financiera va a por esa persona, creando miedo, depresión y ansiedad”, explica Nani, desde la impotencia de haber perdido a su hermano. Toda la familia vivía en Villafranca, Córdoba. De aquel día negro apenas recuerda breves momentos, pero sí un dolor profundo, sordo y hueco.

Cuando ocurre un suicidio casi nadie quiere hablar. Hay familias que lo viven como un final a ocultar, aún más cuando la pobreza se cruza en el camino. Nani quiere recordar a su hermano y su historia como una víctima de la crisis. Francisco trabajaba en la construcción cuando firmó una hipoteca con Cajasur.

La llegada del paro parte en dos sus proyectos y, con la ayuda del desempleo, apenas le da para salir hacia delante con su mujer y una hija de ocho años. Las amenazas de desahucio no tardan en llegar. “Una, y otra, y otra, y otra…”, recuerda Nani. No tenían fin.

Para intentar saldar esta deuda, Francisco solicitó ampliar la hipoteca y otra entidad, Ibercaja, le ofrece 22.000 euros, donde su padres fueron avalistas. “Pero Ibercaja, a espaldas de mi hermano, llega a un acuerdo con Cajasur: repartirse la vivienda. Ibercaja le concede el préstamo para pagar a Cajasur. Le dijeron que el desahucio no seguía adelante pero le hicieron firmar negociaciones falsas bajo notario y ahí fue cuando descubrimos la estafa entre las dos entidades”.

A pesar del pago, Nani describe que las presiones continuaron hasta que tuvo que abandonar su vivienda. Ellos suponían que era una dación en pago, pero Ibercaja continuó con su reclamación de 22.000 euros y amenazaron a los padres como avalistas. Buscaban a Francisco a través de cartas, llamadas a altas horas de la noche, en las empresas donde tenía entrevistas de trabajo o incluso delante de su hija cuando la recogía en el colegio.

En 2011, Francisco ya se autolesionó. En una de las visitas al banco, una nueva negativa le hizo coger un abrecartas y hacerse un corte en la yugular. “Estuvo casi una semana en coma, pero salió hacia delante. Después se hizo activista de la PAH. Siempre se arrepintió de aquello. Tomó conciencia, pero era una señal de aviso, de ver si servía esa desesperación y de si ese acto podía acabar con aquel drama”, relata Nani. Pero no fue así, las amenazas aumentaron.

Con la PAH pudo acceder a una ayuda de alquiler y se mudaron a Córdoba capital, pero los problemas nunca se iban. Los 400 euros de ayuda como parado de larga duración se agotaban. El 8 de febrero de 2013 Francisco regresó a casa después de dejar a su hija en el colegio. Lo siguiente que recibe Nani es una llamada de teléfono. Francisco había muerto. “El mundo se para. Se para en seco. El suicidio lo provoca la pobreza.

Y lo suyo no fue sólo un caso de impago. Fue una estafa. Aquel día recibió una carta de Hacienda. Le reclamaban 400 euros de la venta de la vivienda, cuando el titular de la casa era Cajasur y mi hermano no había vendido nada. Esa fue la gota que colmó el vaso.”

Fueron años de dolor y de lucha. De ver cómo las amenazas y las presiones afectaban a toda la familia. “En un año yo vi un deterioro tremendo de mi hermano. Todo se le hacía grande. Pero mi padre también tuvo un infarto con varias recaídas. Mis padres siguen en tratamiento psicológico. Nadie puede hacerse una idea del estado emocional y mental que crea todo ese acoso. Es apabullante. Muy complicado de digerir”.

Nani reconoce que estos suicidios se producen porque falla el sistema al completo. Por más gritos de ayuda que lancen los afectados no encuentran suficiente apoyo. Están desamparados. Son excluidos sociales. “No puedes seguir tu vida de esa forma. Te consumen poco a poco, sin motivaciones ni esperanzas. La misma sociedad te aparta.

Él tuvo el apoyo de Stop Desahucios en su momento, y tenía que acudir a Cáritas en Villafranca, pero ¿es una ayuda, para tres miembros, tres litros de leche al mes con una caja de galletas? Todo le machacaba. Perdió la ilusión incluso por su hija. Había días que ni si quiera quería verla. Esa niña ha aprendido muy pronto de qué va la vida, ha madurado de golpe, por desgracia. Mi hermano vivía en un estado depresivo, distante, serio, y quería siempre quedarse sólo.”

La familia de Francisco José se quedó sin capacidad de reacción. Nani suma la muerte de su hermano a su reciente separación, por malos tratos. Y, aún así, coge el timón de la casa y transforma su luto en lucha. Los primeros días, el caso de Francisco se queda en un cajón, en silencio, esperando que su muerte pase desapercibida, pero su hermana reabre el caso porque la deuda permanece. Lo deja todo.

Vive de lo que le den sus padres y de Cáritas y emprende un nuevo camino para honrar la memoria de su hermano. “No había habido una venta del piso, sólo la entrega. El negocio de los dos bancos era acordar beneficios para ambos. Como no fue una venta, Ibercaja no tuvo el beneficio que quería de aquella vivienda, así que aún muerto mi hermano reclamaba la deuda y yo no me fiaba”, relata Nani, que actúa en cuanto comprueba que el banco también va a por la pensión de sus padres.

Ella con su hija se une a los compañeros de Stop Desahucios. Nunca olvidará cuando intentó convencer a Cajasur de que negociara con Ibercaja para anular la deuda. “Me dijeron que no conocían el caso de mi hermano, pero tampoco como cliente. Y, claro, aún menos la muerte que ellos habían ocasionado de alguna forma. Le planté la foto con la cara de mi hermano sobre la mesa, lo cogí del brazo y le respondí que si no lo reconocía, lo iba a recordar ahora mismo.

Le propuse subir a la azotea del edificio y que nos íbamos a tirar, como ellos hicieron con mi hermano, porque sus amenazas lo empujaron”. No hubo respuesta salvo la indiferencia. A la salida de la entidad estaba Ada Colau, que aún pertenecía como portavoz de la plataforma.

Pasaron los días de titulares, de noticias sobre su hermano y su familia se queda en la soledad, sin ayudas y con la carga de la deuda. Nani se fortalece y emprende el dos de julio una marcha hasta Bruselas, con seis personas más afectadas, para denunciar la estafa financiera. A la vuelta de Bruselas todo sigue igual. El círculo se cierra. La única alternativa era ir a la sede de Ibercaja en Zaragoza. Y allí acude Nani.

“También voy a Stop Desahucios de Zaragoza y, con su apoyo, he conseguido la condonación. Han pasado casi tres años. Lo firmé el pasado 29 de octubre. Me acordé de mi hermano mucho ese día. Es como si yo tuviese esa deuda personal con él. Fue una injusticia grandísima”.

Pero justo después, como activista de la PAH, Nani recuerda que el caso de su hermano no fue el único. Que hay más víctimas como él, y que sin ayuda pueden tener el mismo final. “Ocurre cada día, pero eso no sale en prensa. El problema sigue. Se hizo más conocido con los suicidios, pero cuando no ocurren, no salen. En próximas fechas tenemos más desahucios, como una familia de cuatro hijos y en plenas Navidades. Yo ya no creo a los políticos. Yo hace tiempo que dejé de creer ya en las palabras. Quiero hechos”, afirma con rotundidad.

Nani mira atrás y le da vértigo. Todo ha sido acelerado. No sabe de dónde sacó fuerzas durante este tiempo y ahora no puede dejar de ser activista, de preocuparse por los demás y de denunciar las estafas que esta crisis ha provocado. “He aprendido a ver la realidad, esa de la que aún la gente no es consciente.

Creen que lo que sale en las redes es lo que ocurre y eso es la punta del iceberg. Cuando estás aquí compartes momentos con esas familias, vas a la puerta de un domicilio a parar un desahucio, de recoger a esos niños que están en la calle y buscarles un techo… Vivir ese día a día es lo que me mantiene viva”, confiesa.

No quiere ser protagonista de esta historia. Quiere que lo sea su hermano y Stop Desahucios en Zaragoza, porque sin ellos no existiría esta victoria amarga por las circunstancias. Han conseguido mucho. Nada menos que evitar ver a sus padres en la calle y seguir pagando la deuda.

Se han quitado esa angustia, no el dolor. Nani dice que nunca estarán tranquilos. Que nunca olvidarán lo ocurrido. Que nunca borrarán aquel día. Jamás dejarán de pensar en su hermano.

Tampoco en aquellas cosas que le recuerdan a él, como los magníficos objetos que tallaba en madera durante horas, o cuando dibujaba cargado de ilusión. Entre esa nostalgia brota la melancolía, la rabia, y la impotencia de todo lo que no han podido vivir junto a él. De la comunión de su hija tres meses después de su muerte. De aquel camino hasta Bruselas. De la condonación de la deuda.

Cada uno encuentra una manera de pasar el duelo y de canalizar ese cóctel de sentimientos. Nani localizó la suya: “Mi rabia la saqué en forma de lucha. Sólo me quedaba tranquila cuando me veía en una acción, negociando, luchando. Ahora empiezo a asimilar la muerte de mi hermano, no pude pararme a sentir ni a padecer en esas circunstancias.”

Antes de terminar me recalca un mensaje importante. Que con este reportaje ella solo quiere que su hermano no quede en el olvido. Tampoco su muerte. Aún menos, sus circunstancias. Que su hermano no es un número más. Que tenía nombres. Y apellidos. Como todos los afectados. Y que el paro, la exclusión social y la codicia fueron sus verdugos.

FyF/Publico.es

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