Conoce la vida diaria de refugiados afganos en Atenas (+ Fotos)
Hay algunos ciudadanos griegos que no están contentos con esta situación y, el miércoles pasado, forzaron la cancelación de la ayuda financiera de la Cruz Roja en la zona
Los refugiados afganos han llenado una plaza de Atenas, la Plaza Victoria, las últimas semanas. Reunidos en familias o en grandes grupos, pasan el tiempo sentados en los bancos o en el césped.
Hay algunos ciudadanos griegos que no están contentos con esta situación y, el miércoles pasado, forzaron la cancelación de la ayuda financiera de la Cruz Roja en la zona. Aun así, el ambiente es ruidoso, pero pacífico y seguro. Hay dos autos de policía estacionados en los alrededores, y los agentes mantienen un ojo sobre la zona. Dos ancianos aseguran que han estado hablando con refugiados “en su banco” del parque desde hace años. Una buena disposición y el lenguaje de signos han sido suficientes para superar la barrera del idioma.
Arash es un miembro de la comunidad afgana que ya lleva tiempo en Atenas y ayuda a los refugiados que acaban de llegar. “No hay problemas con los residentes”, explica, refiriéndose a los vecinos. Dice que a veces hay tensión cuando las mujeres se acercan a llevar a los refugiados ropa y comida. Todo el mundo intenta conseguir lo que necesita. “Las personas tienen grandes necesidades”, explica.
Mientras los compañeros de la edición griega de El Huffington Post hablan con Arash, una mujer helena de mediana edad se acerca. Pregunta al afgano cómo puede ayudar y dice que podría acoger en su casa a una familia entera si es necesario.
Arash se lo agradece, pero le explica que todo el que está en la plaza partirá en dos o tres días como mucho.
Todos quieren irse al norte de Europa. Los afganos de la Plaza Victoria están esperando que sus familiares de Afganistán, Europa o Canadá les manden dinero. Los fondos se transfieren a través de las cajas de cambio de divisas o por medio de locales afganos cuyos propietarios cobran una comisión por los servicios.
Cuando se le pregunta por qué solo hay afganos en la plaza, Arash cuenta que ellos hacen paradas más largas en cada país que los sirios que van al norte de Europa. Normalmente los afganos son más pobres y, por razones de seguridad, no llevan tanto dinero encima como los refugiados sirios. “Ellos llevan más dinero desde el principio y se mueven más rápido”, dice Arash.
Parte del dinero se gasta en comida y transporte, pero la mayoría se lo dan a los contrabandistas y traficantes de las mafias. En la Plaza Victoria, estos suelen verse por la noche, “escaneando” la zona, acercándose a las familias y negociando.
Cada nacionalidad tiene sus propios contrabandistas, que están organizados en varias redes. Las mafias en Atenas pretenden subir a los inmigrantes o refugiados en un autobús o un tren hacia la ciudad de Tesalónica. Después les dan instrucciones básicas y el número de teléfono de su compañero en la ciudad. El compañero se encuentra con los refugiados en la estación, los llevará a la frontera con Macedonia y les dirá cómo contactar con el siguiente eslabón de la cadena. Así funciona hasta que llegan a Alemania.
En la misma plaza, aparece un grupo de 30 o 40 sirios, caminando en fila de uno. Se acercan llevando su equipaje a la espalda o en las manos. Se les ve cansados y con prisa. No hablan con nadie. A la cabeza del convoy hay un hombre con aires de alguien que conoce el camino que debe seguir. De mediana edad y vestido pobremente, da la impresión de que podría haber formado alguna vez parte de la procesión que ahora lideraba.
Dos jóvenes –uno con la pierna vendada y en muletas y una niña de unos 7 años que lleva una bolsa de pan– destacan entre los demás. Están sonriendo, aunque el chico de las muletas lucha por poder andar. Se para, empapado en sudor, y su amigo lo ayuda y lo lleva. Es una situación que uno espera ver en un campo de batalla, pero que está ocurriendo en el centro de Atenas.
La fila de personas se para en una cafetería arábiga, donde hay un autobús estacionado. Es una pausa muy breve, solo dura lo suficiente para que la gente beba un poco de agua, deje su equipaje un momento en el suelo y compruebe que lleva su dinero y sus papeles. Un niño explica que tiene 14 años y que viaja solo. Un hombre observa un documento que los sirios han recibido de las autoridades griegas, quizás un permiso de residencia o una solicitud de asilo. Tras enterarse de que está hablando con la prensa, el chico de 14 años sonríe y explica que el caballero que está haciendo la comprobación de los papeles es su tío.
De vuelta a la plaza, Arash expresa una queja de muchos afganos: “Sus colegas solo describen a los sirios como refugiados –que lo son–, pero a los afganos nos llaman inmigrantes”, señala. “Es cierto que la guerra civil en Afganistán ha terminado oficialmente, pero en realidad sigue siendo una zona de guerra, un lugar peligroso para vivir. Hay violencia, enfrentamientos y víctimas de asesinatos cometidos por clanes locales cada día.
Muy cerca, familias y grupos grandes continúan esperando en la plaza, cerca de los traficantes o contrabandistas, de los cajeros de cambio de divisas y de las estaciones de tren y de autobús, a su ticket de salida. Los que necesitan más días para recibir su dinero o simplemente porque están cansados, suelen ir eventualmente a Eleonas, el centro de refugiados temporal que el gobierno griego ha erigido en la capital.