Economía

El “cadivismo”: fenómeno de un país donde el tesoro es botín

Desde que el petróleo nos convirtió en los nuevos ricos del vecindario, el patrimonio nacional ha sido, como diría Alberto Arvelo Torrealba, una colmena tan fácil de saquear, que quien no carga machete puede sacar la miel con las uñas. Más de cien años después, y pese a los quince de revolución, el empeño en chupar el néctar de los petrodólares sigue vigente

 

El Diablo desafía a Florentino con una pregunta: “Si sabe tanto de todo / diga cuál es la república / donde el tesoro es botín / sin dificultad ninguna”. Florentino responde con una referencia biológica a la fauna y a la flora del llano: “La colmena en el papayo / que es palo de blanda pulpa: / el que no carga machete / saca la miel con las uñas”.

El poema de Alberto Arvelo Torrealba, “Florentino y el Diablo”, que el comandante Hugo Chávez convirtió en himno revolucionario, contiene entre sus versos una definición preclara de la sociedad venezolana desde que el petróleo nos convirtió en los nuevos ricos del vecindario. Somos un país donde el tesoro nacional es un botín, dicho sea en el sentido de los bienes de un Ejército vencido, del que echan mano los ganadores.

Para apoderarse del botín hace falta tener el machete bien afilado o, al menos, las uñas largas. Lo primero puede equipararse con pertenecer a las clases privilegiadas. Lo segundo tiene que ver con los pobres que saben anotarse en buenas movidas. Los grandes cacaos logran sacar más miel del panal gracias a sus viejos fueros y a una forma muy peculiar de ingenio para los negocios. Los menos favorecidos aplican eso que llaman la viveza.

Hablemos de lo primero. A la oligarquía venezolana (conservadora, liberal, de la IV República o de la V) le sobra ingenio gerencial. Pero no tanto para los negocios que parten de cero, con eso que ahora llaman un emprendedor fabricando sus primeros productos a la luz de una vela y que, con el correr del tiempo, terminan siendo grandes corporaciones. No, el ingenio que predomina acá es para los negocios derivados de los petrodólares, de la enorme renta que recibe el Estado por la venta de petróleo en el mercado mundial.

La fuerza mental de nuestra burguesía se concentra en inventar maneras de saquear las arcas públicas. Los gerentes más brillantes son aquellos que logran idear los mecanismos más eficientes para burlar los controles o para captar los favores de funcionarios corruptos. Las leyes, resoluciones u ordenanzas aún no han sido aprobadas y ya los “astutos empresarios” han inventado una manera de evadir el control y de hacer de ello un negocio, que suele ser mucho más jugoso que la misma actividad productiva de la empresa.

Detrás de los ricachones que se llevan la mayor parte del botín caen los que ven la oportunidad de sacar miel con las uñas. En la escena actual son los bachaqueros, los raspacupos, los empleados y obreros que te ofrecen un bien escaso, por debajo de cuerda, a un precio no justo, pero ¿qué quieres que haga…?

Los estudiosos de este fenómeno lo han llamado rentismo. Dicen que Venezuela ha vivido inmersa en él desde tiempos de Gómez, cuando el campechano dictador les repartió el país a las empresas trasnacionales para que se llevaran el botín sin dificultad ninguna, sacando la miel no con machete sino con taladros petroleros. El rentismo ha adoptado diversas formas en el transcurso de poco más de un siglo. Los “ingeniosos empresarios” han sabido arreglárselas con dictaduras desembozadas, con democracias chucutas y hasta con la Revolución, mutando en ese engendro llamado boliburguesía. Los “pobres vivos”, por su lado, han buscado la manera de vivir de las migajas.

En los últimos años adoptó, entre otras formas, la del “cadivismo”, nombre derivado de la Comisión Administradora de Divisas (Cadivi), ente público nacido en 2003, cuando el presidente Hugo Chávez instauró el control de cambios. Pero antes puedo haberse llamado “recadismo”, por la Oficina del Régimen de Cambios Diferenciales (Recadi), que nació luego del Viernes Negro (18 de febrero de 1983) y funcionó hasta febrero de 1989, poco antes de El Caracazo. Ni siquiera la transformación de Cadivi en el Centro Nacional de Comercio Exterior (Cencoex) es garantía de que haya cesado el cadivismo. Los daños en términos de dinero han sido conservadoramente calculados en más de 20 mil millones de dólares; los daños morales son incuantificables. Y aquí, tal vez valga la pena volver con Florentino, en su épica porfía con el capitán de las tinieblas: “Lo malo no es el lanzazo / sino quien no lo retruca” y “duele lo que se perdió / cuando no se ha defendío”.

 

BENJAMIN-FRANKLIN

Ilustración: Alfredo Rajoy

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