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La farsa sobre Singapur: es el país más contaminado del sudeste asiático

Hace poco más de un mes, Singapur era elogiada por los medios europeos y estadounidenses por su respuesta al coronavirus. Sin imponer severas restricciones, esta ciudad-estado había logrado mantener a raya los contagios, que a mediados de marzo apenas superaban los 250. “Singapur es un buen ejemplo de enfoque basado en la participación de todo el Gobierno”, decía el director de la Organización Mundial de la Salud, Tedros Adhanom Ghebreyesus.
 
Pero desde entonces, el número de casos no ha dejado de aumentar. En el recuento de ayer, el país sumó 1.426 nuevos infectados, su particular récord diario. Con ellos, el total de contagiados se eleva a 8.014 personas. Una cifra modesta si se compara con la de algunos países europeos o Estados Unidos, pero que es la más alta de todo el Sudeste Asiático y fuente de preocupación para un territorio de 5,7 millones de habitantes que se pregunta qué ha ido mal para que se haya producido este vuelco en apenas cuatro semanas.
 
Singapur detectó su primer caso el día 23 de enero, el mismo que la ciudad de Wuhan era puesta en cuarentena. Poco después, las autoridades ya habían establecido rigurosos controles en el aeropuerto, realizaban pruebas de detección a los casos sospechosos, buscaban a todas las personas que hubieran mantenido contacto con un positivo y los confinaban en sus hogares hasta cerciorarse de que no eran un peligro. Los colegios seguían abiertos, la gente iba a trabajar y, a excepción de algún pequeño brote, la situación parecía estar bajo control.
 
El punto de inflexión se produjo a mediados de marzo. Por un lado, miles de trabajadores y estudiantes regresaron al país provenientes de territorios afectados, lo que provocó un aumento de los casos importados en más de medio millar.
 
Por otro, comenzaron a aflorar casos de contagio local entre los trabajadores extranjeros afincados en el país. En total, se estima que este colectivo lo integran unas 320.000 personas, la mayoría procedentes de India y Bangladés, que son empleadas en oficios ligados a la construcción, logística o servicios de mantenimiento. Se calcula que la gran mayoría viven en grandes edificios dormitorio, situados en las afueras de la ciudad, en los que las condiciones de insalubridad y hacinamiento –hasta 20 personas por habitación– son algo habitual.

Una bomba de relojería

Alentada por esas condiciones, ya denunciadas por organizaciones en defensa de los derechos humanos, la Covid-19 ha corrido como la pólvora. Como consecuencia de ello, más de un 70% de los infectados son inmigrantes que residen en estos edificios. Y se espera que la cifra siga creciendo. “Estos dormitorios son como una bomba de relojería esperando para explotar”, escribió el abogado y exdiplomático Tommy Koh. “Lo sucedido debería ser un toque de atención para tratar a estos trabajadores como debería hacerlo un país del primer mundo y no de la forma vergonzosa en la que lo hacemos ahora”.
 
Las autoridades han ordenado el aislamiento de los 18 dormitorios más afectados (de un total de 43), en los que sus residentes no pueden salir de su habitación en 14 días y se está efectuando una “agresiva” campaña de tests. Otras decenas de miles han sido llevados a otros recin-tos para reducir el hacinamiento y facilitar la distancia social.
 
Mientras, el resto de la población también ha sido puesta bajo una cuarentena parcial hasta el próximo 4 de mayo. Además del cierre de colegios y otros centros, se prohíben las reuniones sociales en espacios públicos o el uso de instalaciones como piscinas o gimnasios. Quien no respete las normas se enfrenta desde a multas que ascienden a 7.000 dólares ya a penas de prisión de entre seis meses y un año.
 
Debido al tamaño, al autoritarismo del Gobierno y a un buen sistema de salud, los especialistas creen que el país tiene la capacidad para controlar la epidemia. Aun así, advierten que su caso es una muestra de que relajarse antes de tiempo puede resultar desastroso, sobre todo para los más desfavorecidos. “Todos los países deben estar preparados para enfrentarse a una segunda y, posiblemente, tercera o cuarta ola de infección”, dijo a la BBC Yik Ying Treo, de la Escuela de Salud Pública Saw Swee Hock.

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