Capos sin patria (Crónica)
Un sanguinario asesino colombiano buscado por las autoridades internacionales, se mantuvo bajo perfil durante siete años como pobre campesino, “vecino de buen corazón”, hermano evangélico y vendedor de quesos. La misma suerte corrieron 69 capos del narcotráfico y el paramilitarismo hasta 2012
“Ojos expresivos, carita sonriente”…, entonaba la canción vallenata de la camioneta por puesto que dirigía el tránsito de los trujillanos hacia Sabana de Mendoza, desde Valera. Los rostros de los pasajeros denotaban todo lo contrario de aquella melodía: ojos inexpresivos y caras nada risueñas. Iban a la cotidianidad, nada les resultaba innovador dentro de aquella unidad colectiva vieja y oxidada, muy oxidada. Las montañas vírgenes del estado Trujillo fueron las únicas testigos del recorrido por aquella zona desértica. Ranchos, casas, extensos sembradíos, empresas, cementerios de tractores, se observan a las faldas de las solitarias carreteras en la vasta vegetación poco habitada o con ningún habitante en largos trechos.
El apacible recorrido se pintó con múltiples tonalidades de verde y gris de carretera, mientras el sopor incrementaba. Aquella tranquilidad era contradictoria con una valla, ubicada en algún lugar de la solitaria carretera, en la que se leía “A toda vida Trujillo, seguridad y convivencia para el buen vivir”… el mensaje fue un preludio. Armas de fuego de alto calibre alzadas al aire por funcionarios que portaban chalecos antibalas, patrullas de la policía científica, llamadas y comunicación estratégica, todos esos elementos desplazándose de un lugar a otro anunciaron la llegada a la zona baja del estado Trujillo. Para los pasajeros era una imagen más de la cotidianidad.
Aún faltaba mucho por recorrer. A las montañas pedregosas de aquel lugar se le incorporaban carreteras de tierra, aunque no era una zona propiamente agrícola; una gran planicie de tierra amarilla con huellas de cauchos, sin ser una zona para la construcción. Algo pasaba… o pasó en aquellos escenarios ¿desarticulados?
Trascurrida más de una hora en carretera, se alzó Sabana de Mendoza. Auténtico hervidero de taxis por puesto, tarantines de buhoneros, personas enfiladas para comprar rubros en los establecimientos comerciales, alguna que otra moto; en conjunto, era la expresión que vivifica la actividad económica netamente comercial de aquel lugar, pero solo con alejarse escasos metros del “bululú”, volvía el espíritu pueblerino apacible.
El lugar se ubica a 478 kilómetros de Maicao y a 385 Km de Cúcuta y, sin embargo, durante siete años fue la residencia del jefe paramilitar de la Costa Caribe colombiana, un sanguinario asesino que aunque buscado por las autoridades internacionales, se mantuvo bajo perfil, ataviado como pobre, campesino, con fama de “vecino de buen corazón”, hermano evangélico y solícito vendedor de quesos. Para los moradores de la comunidad de “Casa Blanca” en la parroquia Valmore Rodríguez, era el señor Omar Montero Martínez; los colombianos asediados y victimizados, le conocían bajo el alias “El Codazzi”.
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El agua se mantiene serena —más que viva— al caer la tarde en aquel sector. Sin embargo, en tan solo segundos, un operativo del Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas (Cicpc) hizo que el nombre de aquel lugar cobrara su sentido original en julio de 2014, hasta transparentarse y dejar en evidencia lo poco evidente. Los funcionarios bajaron de las patrullas e interceptaron a “El Codazzi” en su vivienda. A esta altura, “Casa Blanca” era un torrente. Con la misma velocidad, las autoridades le hicieron abordar una unidad para ser deportado a Colombia, donde ocupaba un peldaño entre los 12 delincuentes más buscados de esa nación.
— ¿Qué pasó?— se preguntaban los vecinos, los habitantes de Sabana de Mendoza y las autoridades policiales del municipio, pues el operativo habría sido ejecutado “directamente desde Caracas”, nadie supo nada de aquello, comentó en medio del agobiante calor de aquellas tierras a YVKE Mundial, José Luis Jiménez, director subdelegación del Cicpc en el municipio.
El hombre poseía Código Rojo de Interpol por desaparición forzada, homicidio en persona protegida, hurto calificado, reclutamiento de menores de edad, desplazamiento forzado y homicidio agravado de cientos de campesinos negados a entregar sus tierras, según reseñan los medios de comunicación de Colombia. El alias “Codazzi” guarda relación con Agustín Codazzi, personaje histórico que tras la disolución de la Gran Colombia, trazó los mapas de Venezuela; en el caso del ya encarcelado homicida y sobre un terreno ilegal, la planificación de caminos y rutas para el narcotráfico, de acuerdo con el parte oficial del Ministerio de Interiores, Justicia y Paz. Contradictorio.
La misma suerte que “El Codazzi” fue contabilizada en Venezuela para aproximadamente 14 sujetos en 2009, 17 en 2010 y 14 en 2011. La cifra incrementó en 2012 con la deportación de 131 colombianos, vinculados —además del narcotráfico— al contrabando de extracción, paramilitarismo y al crimen organizado. Entre ellos, Daniel “El Loco Barrera”, uno de los principales productores y traficantes de drogas de la nación neogranadina.
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Contrario a las comodidades que pudieran dar los amplios márgenes de ganancias de este mundo ilícito, Montero Martínez vivía en condiciones aparentemente abstinentes en Trujillo. Era un rancho con algunas paredes de bloques, puertas y ventanas de metal. A cuatro meses de su captura, el lugar luce bastante sucio y desolado. Unos metros más abajo de lo que fuera su lugar de residencia, se encuentra el conuco donde este “sembraba” plátanos y cambures. Una nube de polvo se alzó a las puertas de una pequeña casita ubicada adentro del sembradío, alguien barría, era necesario seguir sigiloso. A los pies del lugar, una cancha donde “El Codazzi” jugaba bolas criollas y cartas los fines de semana, cuando no asistía a una iglesia evangélica ubicada en el Eje Panamericano.
La Ley de Extranjería y Migración de Venezuela, en su artículo 8, prohíbe la admisión de extranjeros en la República que puedan alterar el orden público o comprometer las relaciones internacionales por ser requerido por las autoridades internacionales, policiales o judiciales; cuando hayan cometido un delito que la ley venezolana castigue, mientras no cumpla una condena en el país donde se originó; cuando ocurran violaciones a los derechos humanos, cuando estén relacionados al narcotráfico o en caso de que padezcan enfermedades infectocontagiosas que comprometan la salud pública.
Empero, otros bemoles se añaden a la presencia de grupos paramilitares extranjeros en la zona baja del estado Trujillo (municipios La Ceiba, Miranda y Sucre) y pudiera que en otros lugares del país.
Mediodía y mucho calor. Yeffrie González Briceño, director de la Policía Municipal de Sucre, declaró a Radio Mundial desde la sede de la autoridad policial municipal —donde el crímen organizado hubiera asesinado hacía semanas a un funcionario— que los grupos paramilitares efectúan el cobro de vacunas, como mecanismo de legitimación de "poder". Hacendados, empresarios y parceleros deben pagar por el hecho de "tener", de lo contrario, estos grupos asesinan a familiares, hurtan bienes o acaban con la vida de quienes “tienen” en el desértico lugar, o en muchos otros del país.
Las autoridades venezolanas se han encargado, con investigaciones, experticias y acciones, de la captura y deportación de estos sujetos que dejan marcas y perpetúan el dolor en algunas comunidades, tanto de su país de nacimiento como en aquellos donde operan ilegalmente: representan ausencias forzadas, llantos, incertidumbres, angustias, miedos. Con su extradición, finalmente, quedan como habitantes de un país que los rechaza, como capos sin capital y sin patria.