Crónica

Capital que amanece antes del alba (Crónica)

Yordi Piña

 

Llega la oscuridad y el artificio convierte a la ciudad en un concierto de penumbras. El movimiento nunca cesa en aquel escenario de edificios, carros, luces, sombras y velocidad desmedida. Es una capital viva, palpita a toda hora, aunque con un ritmo ciertamente distinto. Algunos deambulan por sus desoladas calles, hombres que caminan de manera apacible el rumbo al descanso que quizá al caer la noche del último día de un corto fin de semana, convertido en horas, claudicó en una parada “momentánea” en uno -o varios- de los tantos bares, tascas y locales que hacen de la noche capitalina una fiesta diurna, una playa de olas etílicas o una pendiente donde muchos llevan una montaña depresiva a cuestas para dejarla caer al vacío del alcohol.

Tráfico diurno que se disipa: espera algún rayo de luz para volver a formarse. Las autopistas quedan desoladas y en ellas resuena el concierto de motores de alta cilindrada que cada noche enciende los “piques” de motos y carros de último/primer modelo. Todos vehículos costosísimos, carísimos, impagables para quienes, en cambio, viven en barriadas de la periferia y deben tomar la primera unidad de transporte público, de lo contrario no llegan a tiempo a sus trabajos.

4:01 a.m. Ciudad mecánica espabilida. En La California pasa una camioneta por puesto con dirección a Plaza Venezuela. Viene a lo lejos como un rayo. ¡Un pasajero! Frena y los cuerpos soñolientos se abalanzan en compás, como una ola, para volver a su posición original. En el pasillo de la unidad de transporte sobresalen algunos zapatos, algunos llenos de cemento, otros blancos, seguramente de alguna enfermera; también unas sandalias con medias. Hace frío. Nadie habla, ni duerme. Ventanas cerradas. Pasajes en mano. Joropo en la radio. El vaho picante de la basura, el asfalto y otros cosas en descomposición se introduce por las finas aberturas de las ventanas durante el recorrido. Es el olor de la ciudad en reposo. -Buenos días-, dice alguien al subir. Nadie contesta. Caracas dejó de ser una ciudad cordial.

Desde la ventanilla se pueden observar algunos edificios administrativos con pocas luces encendidas. Algún trabajador de madrugada, para quien la noche se convirtió en el día. Invertido.

En las estaciones del Metro aguardan vendedores de café, cigarros y chicles, junto a los usuarios que esperan introducirse en el subterráneo y viajar “más rápido a su destino”. A esa hora el autobús corre. En una esquina de Sabana Grande camiones, camionetas y algunos carros pequeños dejan viejos periódicos y se recargan de la noticia fresca y recién horneada. En pocas horas ese papel dejará de ser la novedad.

-¡Llego hasta aquí!-, aclara el chofer y alguien pregunta, “pero no iba para allá o acullá”. NO, sentencia. Todos se bajan resignados. “Yo voy para San Martín, para Quinta Crespo, por ahí. Me monté en una camioneta equivocada. Ahora tengo que esperar que pase otra. Voy para allá a hacer la cola para comprar aceite y café, ya no tengo y debo hacer cola a esta hora, sino no consigo ¿a dónde va usted? Yo soy profesor, sabe, y antes debía montarme todos los meses en una camioneta a esta hora para hacer unos trámites allá en el Ministerio. Ahí viene la otra”, habló un locuaz señor y abordó de inmediato la camioneta a El Silencio.

En el centro de Caracas, cerca de las 5:00 a.m., hay mayor movilidad. También muchas personas enfiladas a las puertas de los Ministerios para realizar trámites (los primeros pernoctaron allí para salir lo más pronto posible). Conversan de sus planes y proyectos fuera del país, otros comentan sus experiencias en el exterior con los documentos, los demás aguardan en silencio. -¡En Chile yo hice todo esto en dos horas!-, comparó una chica embarazada, ya cansada de tanta espera, que buscaba legalizar los documentos de la educación primaria de su hija.

Ahora es la oscuridad la que se disipa con el sol que surge al alba. Ya, en ese momento, Caracas está despierta con su tráfico, su gente presurosa y su Ávila expectante. No espera el canto de los gallos en la ventana de algún barrio para iniciar su rutinaria jornada, no espera la luz para despetar. Caracas nunca duerme.

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