El chavismo tres años haciendo de tripas corazón
La muerte del líder fundamental ha tenido efectos diversos en sectores del movimiento político bolivariano
La muerte del líder fundamental ha tenido efectos diversos en sectores del movimiento político bolivariano: algunos se tornaron más patria o muerte; otros se arrogan el derecho a interpretar el legado del comandante; unos, simplemente, siguen hundidos en la depresión, mientras otra porción se ha vuelto más estudiosa y crítica, sin por ello abandonar la lealtad
Polémico por naturaleza, el otro día Juan Barreto alborotó el avispero cuando dijo que no existe un solo chavismo, sino varios. Algunos dijeron que fue un reconocimiento de la división interna, pero otros estimaron que el líder del partido Redes lo que quiso fue destacar la diversidad que caracteriza a los seguidores de la Revolución Bolivariana.
Cuando se hace un esfuerzo por elaborar un retrato hablado (en este caso, escrito) del chavismo, uno termina por darle la razón al Gordo Barreto: este movimiento político, a tres años de la muerte de su máximo líder, tiene varias caras o, más bien, una cara pero con diferentes expresiones, gestos y hasta muecas.
Mientras Chávez estuvo con nosotros, tal vez la definición más completa que se haya hecho de los chavistas sea la del cantautor Gino González, quien comenzó en primera persona plural diciendo: “Somos los empobrecidos, los obreros, los del barrio, los que hacen los edificios, pero viven en los ranchos”.
González, un cultor salido de El Socorro, en el Guárico profundo, trazó estos otros rasgos: “Somos los esclavizados / primos, parientes, compadres / los tierrúos, los relegados, los míos, cara e’culpable / (…) Somos la clase asaltada desde siempre/ entre dolores y sueños, sin que nos doblegue el hambre / somos los pataenelsuelo, los que no los para nadie”.
Luego, incluyó la visión que tienen los opositores acerca del chavismo: “Somos, pa’ los poderosos, chusma, turba, lumpen, monos / malandros zarrapastrosos, borrachos, vagos y flojos / los sarnosos, las cachifas, los macacos, el perraje / Nosotros somos chavistas, nosotros somos la calle”.
Siguió con unas referencias históricas: “Somos del 89, el 27 e’ febrero / del 92, el 4; de abril, el 13 guerrero”. Agregó más matices de cómo nos ven y cómo nos vemos: “Somos, pa’l capitalismo, las lacras, los marginales / Somos los que decidimos el gobierno que nos cuadre / (…) Nosotros somos la esquina, la parranda, el dominó / el sancocho, la sardina, esa cayapa soy yo”.
Y finalizó con un símil gastronómico: “Porque aquí, en este proceso, nosotros somos la leña / también somos la candela, el agua y el condimento. / Pero no estaría completo, si faltara el Comandante / porque es el alma y el cuerpo y aliño más importante”.
Durante los tres años transcurridos desde el fallecimiento del líder histórico, esta última estrofa ha retumbado con dolorosa fuerza. El chavista común ha hecho de tripas corazón, porque el vacío es innegable.
Con la partida del Comandante todo el chavismo experimentó profundos traumas y, como resultado de ellos y de los acontecimientos ocurridos en estos 36 meses, ese grupo humano tan bien descrito por Gino González se expresa de diversas formas. Veamos algunas de ellas para así acercarnos a un retrato global de este movimiento político que es, más que eso, un sentimiento nacional de carácter indiscutiblemente histórico.
Patria o muerte
Está, por ejemplo, el chavista patria o muerte, el irreductible, el que juró ante el cadáver del Comandante en la Academia Militar o ante su tumba en el Cuartel de la Montaña que defenderá la Revolución hasta el final, pase lo que pase. A estas personas no les han hecho mella las dificultades experimentadas por el gobierno de Nicolás Maduro en los últimos tres años.
Su condición indoblegable se demuestra porque ni la guerra económica ni las colas bestiales ni las vergonzosas desviaciones de algunos pseudo-revolucionarios han logrado arrancar de sus labios alguna palabra crítica. Para este sector de chavistas duros, cualquier admisión de errores u omisiones puede considerarse como una inaceptable concesión al enemigo, una forma de hacerle el juego al imperialismo, una traición, ni más ni menos.
Algunos de los ubicados en esta categoría se limitan a ejercer su propia condición dogmática en su vida personal. “Yo trato de ser como Chávez”, me dijo una vez uno de ellos, al explicarme cómo últimamente se dedicaba a tratar de ayudar a las personas que piden dinero en el metro. “Quiero decir, ayudarlos de verdad, no darles 10 bolívares, sino tratar de rescatarlos, de canalizarlos hacia una vida productiva”, puntualizó.
Otra porción de este grupo de chavistas extremos se dedica a medir la vocación revolucionaria ajena. Son los chavistas con revolucionómetro, quienes suelen descalificar a todo aquel que no sea tan radical como ellos mismos. Si usted quiere verlos en plena perfomance, remítase a páginas como Aporrea. Eso sí, póngase casco, porque le puede caer encima un pedazo de escombro, producto de la demolición.
Hermeneutas del legado
Una variante de los chavistas patria o muerte es un subgrupo particularmente peligroso: son los hermeneutas del legado de Chávez, es decir, especialistas en interpretar la herencia política del líder. Son los que saben —eso juran ellos— exactamente qué estaría haciendo hoy Chávez ante determinada situación o frente a equis personaje o personajillo.
Tener esa facultad (es una facultad, qué duda cabe) les ha permitido azotar a medio mundo, empezando por el presidente Maduro. Cada vez que ocurre un acontecimiento noticioso (y en Venezuela ocurren por docenas cada día), los hermeneutas del legado dictaminan, casi siempre en tono recriminatorio: “Si Chávez estuviera vivo, haría esto o aquello” y ¡ay de quien les discuta!
Los deprimidos
Una parte del amplio espectro chavista no ha logrado superar aún la depresión que les causó el deceso del Comandante. Un psiquiatra o psicólogo podría decir que luego de tres años, esa tristeza es enfermiza. Pero, claro, no se trata solo de aceptar la muerte de una persona de carne y hueso, como lo era Chávez, sino también de asimilar la muerte de uno de los líderes más importantes de la historia venezolana y latinoamericana. Y, más aún, de admitir que su muerte ha significado, por la medida chiquita, un enlentecimiento (con grave riesgo de retroceso) de los grandes movimientos populares en la región.
La actitud de los deprimidos la resumió muy bien un señor en la “esquina caliente” que, el día de la instalación de la Asamblea Nacional con mayoría opositora, exclamó: “Dios debe ser escuálido, porque nos echó esta vaina de quitarnos a Chávez”.
La depresión fue, primero, la causa de la merma en la votación que recibió Maduro en abril de 2013, comparada con la obtenida por Chávez en octubre de 2012. Al menos eso fue lo que argumentaron los voceros del PSUV en los primeros análisis de aquel proceso electoral. “La gente estaba tan triste que no fue a votar”, dijeron.
La prolongada depresión, acentuada por tres años de una atorrante situación económica, causó luego la dramática derrota en las elecciones parlamentarias del 6 de diciembre de 2015, cuyas consecuencias aún están por verse. Y, como suele suceder con los deprimidos, todo se torna en un círculo vicioso: la derrota, a su vez, aumentó las razones para andar cuesta abajo en la rodada.
Los críticos leales
En medio de las dificultades de la orfandad, una parte del chavismo ha procurado crecer, hacerse más fuerte, asumir el reto de seguir en la pelea sin la ventaja que da el tener un formidable líder. Se han dedicado a formarse con más ahínco, a estudiar más que antes. Son quienes creen que ante la más notable de las ausencias, la respuesta es el liderazgo colectivo y para ello es necesario prepararse. Naturalmente, al hacer todos estos esfuerzos, esta gente se ha vuelto más cuestionadora en el plano interno, pero se diferencian de algunos de los grupos anteriores porque entienden también el valor de la fidelidad política y porque sus planteamientos se basan en argumentos, no en la noción de poseer la verdad verdadera. “El chavista de 2016 es leal, crítico, estudioso, combativo”, dice el analista político y humorista Néstor Francia.
Para completar el retrato de este ser colectivo y polifacético que es el chavismo, consulté a Melvin Escalona, un veterano maestro de escuela que ahora ha dedicado casi todas sus energías a la utopía de la Universidad Indígena del Tauca. Activista comunitario en Santa Rosalía, convertido en todo un chamán urbano, Escalona advirtió sobre los riesgos del pragmatismo y otras desviaciones: “Confundir medios con fines siempre conduce a caminos equivocados”.
Ilustración: Mariano Rajoy