Opinión

Vergüenza a media asta

Así se titula -“Chile en el corazón”- el poema que el gran Rafael Alberti le dedicó al inmenso Pablo Neruda en la hora de su muerte en Isla Negra

Cuando el presidente de Chile, flanqueado por el de Estados Unidos, mediante un patético jueguecillo de barras y estrellas, difuminó en un “meme” la bandera de su país en la de la potencia imperial, la vergüenza latinoamericana se dobló a media asta. Pero el mandatario siguió arriando su estandarte al completar su “gracia” con la infeliz frase: “Chile está en el corazón de Estados Unidos

Así se titula -“Chile en el corazón”- el poema que el gran Rafael Alberti le dedicó al inmenso Pablo Neruda en la hora de su muerte en Isla Negra. Fallecimiento “natural” sobre el que cobra fuerza el envenenamiento por orden de Pinochet, el tirano impuesto a sangre y fuego bajo la bandera de Estados Unidos. Piñera debió emplear cualquier otra frase para su sumisión de can en la alfombra -Kuczynski dixit-, menos la oda de Alberti al más grande poeta de América (palabras del Gabo).

Por cierto, en Canto General, esa cumbre literaria americana, en el capítulo “La arena traicionada”, Neruda bordó dos poemas que debieron leerle a Piñera antes de su esperpéntico meme: “Los abogados del dólar” y “Cómo nacen las banderas”. Pero nadie se atrevió. Lo dejaron descender hasta el mármol que pisaba Trump, quien acompañó la risa celebratoria de Piñera -¿qué celebraba?- con una mueca que hirió más nuestra pena ajena a media asta.

Pero también, gracias a ese “meme”, hoy todas las ofensas que ha regurgitado Piñera contra la República Bolivariana de Venezuela y su presidente, Nicolás Maduro, resultan honrosas, dignificantes, una condecoración, un lauro. Esa bandera en la que subyuga la “suya” Piñera, ordenó hacer chillar la economía chilena, paso previo del asesinado del presidente Allende y las torturas y crimen de Víctor Jara.

Los cómplices de aquellos crímenes con sus miles de desaparecidos, los grandes medios del planeta, hacen chistes de lo que denominan la “ocurrencia del señor Presidente”. Nosotros, desde la vergüenza de esta “arena traicionada”, buscamos a Neruda y cantamos a la insignia de la estrella solitaria: “Tú y mi estrella, junto a mí/ recién nacida de mi propia arcilla / ya habrás hallado el manantial que ocultas / y en medio del fuego estarás junto a mí/ con tus ojos bravíos, alzando mi bandera”. ¡Ay, Chile!.

Earle Herrera
Profesor UCV

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