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Vecinos aseguran que la Disip “actuó con salvajismo” en el barrio

Los ojos angustiados de Oswaldo Castro, habitante del barrio Canaima, lograron captar, entre una rendija de la ventana de su casa, “la crueldad y el salvajismo de los disip contra los estudiantes” que apoyaron el levantamiento del 4 de febrero de 1992. Presuntamente vio cuando dispararon contra tres jóvenes.

La casa de Castro se halla a escasos 20 metros del lugar donde –asegura- se consumaron los ajusticiamientos. “Los funcionarios estaban vestidos unos de negro y otros de blanco, algunos con distintivos de la Disip. Esos tipos estaban bien violentos contra los muchachos”, comentó.

En ese momento, Castro y otros vecinos que vivían en las casas del perímetro se limitaron a esconder hasta debajo de las camas a los insurgentes civiles y militares. Las vestiduras verde oliva de los bolivarianos y sus brazaletes tricolores fueron a parar a las letrinas. No pocas prendas pasarían a cenizas a fin de esfumar la más mínima sospecha.

“¡Aquí nadie vio nada, y el que hable lo callamos para siempre, porque se suspendieron las garantías!” amenazó a todo pulmón uno de los hombres. Mientras sostenía su arma larga con una mano, con la otra apuntaba con su dedo índice hacia todas las direcciones posibles, como dirigiéndose a quien pudiera haber “presenciado algo”.

Castro se persignó con la mirada hacia el techo. Su hermano, Pablo Castro, también afirma haber observado los ajusticiamientos desde otro ángulo de la ventana. El día anterior, el 3 de febrero, los Castro y parte de sus vecinos, en una reunión, se habían comprometido con los muchachos a apoyar desde ahí el levantamiento cívico-militar. “Nosotros habíamos acordado que íbamos a luchar con ellos para sacar a Carlos Andrés Pérez”, contó Pablo Castro.

“Teníamos mucha pobreza y miseria. Nada más eso era suficiente para intentar sacar el Gobierno que nos mantenía así. Casi nadie tenía trabajo fijo. Yo era de la asociación de vecinos y casi todo el mundo aquí decidió echarle pierna con los muchachos. Ellos iban a venir al día siguiente (el 4) para dar discursos y motivar a la gente. Nunca se habló de caerse a plomo con nadie”, relata Oswaldo Castro.

De acuerdo con esa versión, durante la mañana del 4, los habitantes -entre ellos los Castro- esperaban la llegada de los dirigentes a fin de desplegarse a otros puntos cercanos para agitar a vecinas y vecinos.

Como a las 10:20 am “apareció en la comunidad una caravana – conformada por dos camiones del Ejército, dos buses (uno de la Universidad de Carabobo) y dos camionetas picó- que fue recibida con disparos de los policías de Carabobo del módulo”, afirman los hermanos Castro.

“El hecho produjo un intercambio de tiros. Los jóvenes estudiantes y militares no habían llegado allí para enfrentarse con nadie, sino en aras del trabajo de agitación política y de respaldo a la insurgencia”, apuntó Oswaldo Castro, quien para entonces trabajaba medio tiempo en una fábrica de pega en Valencia. Esa mañana no asistió a la empresa para “sumarse a la lucha”.

ANTECENDENTES DEL LEVANTAMIENTO

El militante de izquierda Saúl Ortega tuvo su primer contacto con el comandante Hugo Chávez -cabeza del levantamiento del 4 de febrero- mediante el viejo revolucionario Kléber Ramírez.

Ramírez había convocado a una reunión en Yaracuy en agosto de 1991, a fin de presentar su libro la 5ta República. Al ser invitado a la tertulia, Ortega sabía que una convocatoria de Ramírez no debía ser para tocar temas superfluos. Se trataba de una conversación “con cuadros políticos de trayectoria”.

Ortega se había graduado de educador en la UC. No obstante, aún conservaba equipos políticos en esa casa de estudios. Era coordinador académico de un tecnológico en San Diego e impartía clases en Libertador (ambas jurisdicciones carabobeñas).

Como lo intuyó Ortega, Ramírez aprovechó la presentación del aún manuscrito de su libro la 5ta República para sostener reuniones bilaterales con los presentes. Venezuela experimentaba el paquete neoliberal y había sufrido la masacre de El Caracazo.

Ramírez le dijo a Ortega que se avecinaba “algo grande” contra el sistema. A la semana siguiente de la plática lo telefoneó para que acudiera a “un encuentro de emergencia”. La charla se celebraría en la urbanización La Esmerada (San Diego), en la casa de la señora Nancy Lovera.

Ramírez y Ortega acudieron sin retardo a la vivienda. Ahí se consiguieron con cuadros de izquierda de Barinas, Táchira y otros estados. Vestido de civil, el comandante Hugo Chávez les expuso el plan: se preparaba un levantamiento cívico-militar.

Chávez pidió que se organizaran las fuerzas civiles en cada región. Como el resto de los presentes, Ortega se comprometió con él. Antes de irse, el Comandante le dejó su tarjeta personal. Ambos acordaron la utilización de los seudónimos “José María” para Chávez y “el profesor Rojas” para Ortega.

A partir de ese momento se iniciaron los contactos en función de la estrategia, con el propósito de definir la participación civil en Carabobo. No se fijó fecha para “la gran operación”, mas se hablaba de noviembre de 1991.

Ortega recibió la responsabilidad de dirigir la organización civil del estado. Sin embargo, sabía que la tarea implicaba dificultad por el alto grado de atomización de la izquierda. A ello se sumaba el hecho de que no podía dar pormenores sobre el levantamiento.

Otra tarea que asumió fue fabricar los brazaletes que usarían los militares revolucionarios el día del alzamiento. El diseño llevó la impronta de Orlando Acosta (El Ovejo). Las piezas se fabricaron artesanalmente.

Con el transcurrir de los días, Chávez envió al capitán Luis Valderrama a la zona, quien el 4 de febrero sería el comandante de las operaciones rebeldes en Carabobo. Valderrama se instaló en el estado, pues estudiaba en la Unefa. Este desplazamiento permitió continuar la articulación con los oficiales bolivarianos.

El sargento José Viloria se encargó de trabajar el aspecto político dentro de las Fuerzas Armadas. Lo habían destacado en Valencia, luego de haber cumplido misiones en la frontera. Los pasos estaban dados: solo se aguardaba por el día y la hora de la ejecución del plan.

Los estudiantes y civiles debían, según su responsabilidades, tomar las emisoras y otros medios de comunicación -además de hacerse de algunas armerías ubicadas en Valencia- y levantar movimientos de apoyo popular en la UC y al sur de la ciudad.

El 3 de febrero, Valderrama avisó al dirigente Argenis Loreto y este le comunicó a Ortega: ya las fuerzas militares se desplazaban hacia el Campo de Carabobo. Valderrama notificó que todas esas fuerzas en las calles eran aliadas.

Ortega convocó a sus compañeros a un encuentro de emergencia. A su casa llegaron repentinamente unos policías de Carabobo. Sin titubear, salió a la puerta y les preguntó “¿qué pasa?”… Adentro estaban armados casi todos. Los efectivos le indicaron que habían tocado a su puerta solo para avisar que el portón se encontraba abierto…

El 4-F en la madrugada los equipos se apoderaron de las emisoras de radio. Al amanecer, otro grupo se enrumbó hacia la UC a fin de agitar el alumnado. Gran parte de quienes atendieron al llamado se enterarían ese mismo día del objetivo de la rebelión.

“Nosotros habíamos planificado que si fracasaba la acción debíamos replegar a la gente al sur de Valencia. Por eso insistimos en la necesidad del trabajo de masas. Levantar barricadas y grupos aliados a fin de poder resistir en esa zona”, reveló.

 

 

A eso obedece que una vez anunciada por la radio la insurrección, “un grupo de estudiantes se haya ido hacia Canaima para la resistencia”. Allí “estaban dirigentes nuestros vecinales y de la UC. Pero lo previsto no logró activarse”, lamentó.

Ortega subraya que al pasar hacia el barrio Canaima se produjo un hecho sobrevenido: “Un policía se puso nervioso y disparó (a la caravana), lo que provocó el altercado. La Disip cae en el sitio, y es la que remata y asesina a los compañeros allí”.

INDIGNACIÓN POPULAR

Mientras tanto, a esa hora aún reinaba la confusión en torno al módulo Canaima. Los rebeldes se replegaron hacia el interior de las casas del barrio. Algunas paredes y porches mostraban agujeros de balas calibre 38. Al lugar asistieron contingentes de la Disip y la Guardia Nacional.

Los hermanos Castro cuentan que mantuvieron refugiados en su casa a varios de los universitarios hasta las madrugadas del 5 y 6 de febrero. El mismo 4 tocaron a su puerta unos guardias para preguntar si allí se escondían “insurrectos”, a lo que contestaron con un “no” convincente.

Los Castro nunca formalizaron una denuncia ante la Fiscalía. Sin embargo, a más de dos décadas de aquellos hechos aseguraron estar dispuestos a hacerla en procura de condenar a los responsables de los crímenes. Hoy son parte de la organización comunitaria del barrio Canaima.

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