Opinión

Relaciones con Fabricio Ojeda

A Fabricio lo conocí a mediados de los 50. Yo era jefe de Deportes de El Heraldo, y él había llegado de creo que de Maturín, aunque era de Trujillo, donde nació en Boconó; fue maestro de escuela y comenzó a hacer periodismo antes de venir a Caracas. Se incorporó al diario, que dirigía Marco Aurelio Rodríguez, como reportero de Economía. Y en una asamblea de la Asociación Venezolana de Periodistas pronunció un fogoso discurso contra la dictadura y por la libertad de prensa. La Seguridad Nacional disolvió la reunión e hizo algunos presos. La actividad gremial (la AVP y el Sntp estabas dirigidos por periodistas comunistas y adecos que se habían salvado de las ilegalizaciones) reforzó nuestras relaciones, que se extendieron a las familias; a Dalia, su esposa, y Aída, la mía.

Después pasó a El Nacional, donde le asignaron la fuente de Miraflores, donde tenía eventuales contactos con Pérez Jiménez. Siempre mantuvimos nuestros nexos. En el 57 me llamaron de El Nacional, y allí nos encontramos. Lo contacté con el caricaturista Claudio Cedeño, quien le traía un mensaje del PCV clandestino, que propiciaba la unidad. Y así se dieron los primeros pasos para la formación de la Junta Patriótica, en junio de ese año.

En la Junta Patriótica. Fabricio redactaba un boletín semanal de distribución limitada, por supuesto, con noticias censuradas, algunas de las cuales las extraía de Miraflores. La JP emitía documentos mensuales generalmente redactados por Fabricio y Guillermo García Ponce., incluido uno dirigido a las Fuerzas Armadas, que comenzaban a tener efectos y generaban interrogantes sobre sus autores. La SN estaba despistada. En diciembre me dijo que lo habían escogido como presidente de la JP. El 31 lo celebramos Aída y yo con ellos, éramos amigos suyos y de Dalia, en Coche, donde vivía. Al día siguiente me llamó molesto porque no le habíamos informado de la sublevación del coronel Hugo Trejo, de la cual no se sabía nada en el mundo político clandestino. Fue toda una sorpresa.

A partir de entonces fue febril la actividad opositora en la resistencia. Fabricio hacía contactos con el sector empresarial; incluso buscando dinero para las impresiones. Salían manifiestos por todos lados, se movilizaban los estudiantes. y hubo contactos de la JP con los militares que conspiraban. El 22 de enero por la noche me llamó para decirme que “el negocio de San Cristóbal va”; Larrazábal había confirmado que esa noche instruirían el Ejército y la Marina después de dos días de choques en la calle con la policía.

En la madrugada del 23, Amílcar Gómez presentó a Fabricio en una emisora como Presidente de la Junta Patriótica… Y fue cuando el país develó el misterio.

Nueva etapa. Derrocada la dictadura, Fabricio emerge como un líder nacional. Fue candidato de URD al Senado por Trujillo y a diputado por el Distrito Federal, pero la actividad de la Junta Patriótica decaía. Betancourt propuso su ampliación, y lo que aparentaba como un reforzamiento fue más bien su disolución.

Triunfante la revolución cubana, viaja varias veces a Cuba, donde recibió especial atención de Fidel Castro, e investiga para escribir el libro sobre José Martí y la revolución, del cual apenas llegaron unos ejemplares a Venezuela. Conservo uno autografiado por su autor. Entre tanto, la democracia representativa en Venezuela se desprestigiaba cada vez más; se acentuó la represión contra los sectores de izquierda, y en Fabricio fue conformándose un cambio ideológico y político, seguramente influido por lo que escuchaba y veía en La Habana, y fue así como decidió irse a la guerrilla, y junto a Clodosbaldo Russián integra un pequeño grupo en las montañas de Trujillo.

Antes, enterado como estaba de sus planes, me pidió que publicara una nota (trabajaba yo en El Nacional) donde informara que viajaría a Chile, a seguir un seminario sobre política latinoamericana. Todo para despistar, pues la Digepol seguía sus pasos. Fue la última vez que nos vimos, en el patio del Capitolio. Pero no se rompieron nuestros contactos. Al poco tiempo de su instalación, fueron cercados y detenidos por unidades del Ejército y llevados a la cárcel de Trujillo, recién inaugurada. Allí estaban detenidos militares y civiles insurgentes.

En nuestra correspondencia, le pedí escribir el prólogo a un libro, Venezuela OK, del periodista chileno Manuel Cabieses, quien había trabajado en Venezuela, y como convenimos en que era imposible hacerle llegar el texto, le escribí un buen resumen, y al poco tiempo me lo envió. Era agosto del 63. El libro se elaboraba y se imprimió clandestinamente, coordinado por el experto trabajador gráfico Remigio Loreto, pero la policía lo descubrió en unos almacenes, los decomisó y los quemaron. Con un ejemplar que le envié a Cabieses, a Santiago, él logró una edición chilena, siempre con el prólogo de Fabricio, que años después nos trajo.

De esa cárcel se fugó un numeroso grupo de presos, civiles y militares, entre quienes estaba Fabricio. Seguramente fue entonces cuando se forma el Frente de Liberación Nacional, con él como presidente; Américo Martín secretario general, y Douglas Bravo como jefe militar. Fabricio reanudó sus actividades en la clandestinidad con reuniones y contactos; pero estando en su concha en el Litoral, no sé si la Digepol o la Dirección de Inteligencia Militar, lo detectaron y detuvieron. Trasladado al cuartel de la DIM, en el Palacio Blanco, fue encontrado muerto en su calabozo, presuntamente ahorcado. Naturalmente, el Gobierno aseguró que se había suicidado, pero, incluso, una foto donde aparece prácticamente sentado en el suelo y guindado de una cuerda, desvirtúa esa versión del suicidio. Todo hace suponer que fue asesinado por la DIM y trataron de montar un simulacro de suicidio.

Mañana, el Estado venezolano, en reconocimiento de sus méritos, llevará sus restos al Panteón Nacional, donde estará junto a héroes civiles y militares de la Patria.

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