Opinión

Por qué voy a Erika

Este escrito es un alegato personal, así que estará lleno de frases en primera persona. Puede que proceda entonces a pedir alguna disculpa por eso. Pero como hace tiempo está decidido que todos los habladores más o menos públicos seremos juzgados por algo, seguramente el “yoísmo” no será el peor crimen que me encasqueten a la hora de rendir cuentas.

He votado toda mi vida en Caracas, y creo que seguiré haciéndolo durante un buen rato. El nomadismo y el desarraigo me han llevado a vivir ya definitivamente fuera de esa ciudad, pero fue allí donde pasé la más larga temporada de mi vida: 30 años de juventud y maduración (¿envejecimiento?) en varias zonas, con el 23 de Enero como lugar de permanente regreso. Me emparejaba: me iba del Veintitrés. Me divorciaba: regresaba al Veintitrés. Entonces tengo algo de autoridad y compromiso para seguir ofreciendo mis razones para aportar allí el grano de arena político consistente en votar, mientras voy ejerciendo otros actos militantes en toda Venezuela, adonde me agarre la trashumancia.

En las elecciones municipales de diciembre votaré por Erika Farías para alcaldesa. Creo, por lo dicho arriba, que tengo sobrado derecho a exponer un par de razones, el porqué.

Si yo creyera que el valor más importante para entregarle esfuerzo militante y votos a alguien es la amistad, a esta hora estaría quebrando lanzas por Oswaldo Rivero, Cabeza ‘e Mango. Y si yo creyera que el valor más importante es el ejercicio intelectual de la reflexión y la retórica, votaría por Eduardo Samán. Erika no es mi pana como Oswaldo ni discursea como Samán, pero hay una confluencia de asuntos que involucran a la realpolitik, a las condiciones objetivas y al contexto en que está Venezuela, que me llevan a dar la primera razón (no la más importante, sino la primera en saltar al ruedo) para decidirme por la muchacha: de los candidatos chavistas, Erika tiene la única posibilidad real de ganar las elecciones, de derrotar al candidato o candidatos fascistas. Porque tiene a su disposición una maquinaria, porque tiene un equipo acostumbrado a trabajar con ella, porque ya ha ganado elecciones.

En otras circunstancias, si estuviéramos absolutamente blindados y no existieran los riesgos que existen en el camino, tal vez yo quebraría unas lanzas en favor de candidatos alternativos al PSUV; alguna vez ya voté por candidatos del PCV a diputados, y en otras por Tupamaros. Pero estas no son horas de andar arriesgando una victoria por ponernos a hacer experimentos con gente y grupos que no tienen entrenado el músculo de agitar y estimular votantes en cantidad suficiente, y aquí no hay terceras opciones: o gana el chavismo o gana la maquinaria proempresarial financiada por Estados Unidos. Erika, por cierto, es una de las dirigentes sancionadas por el gobierno del infecto presidente de los Estados Unidos, esto, como ustedes saben, ¿verdad?, no es un dato menor.

Las otras razones son de orden más de análisis, si se quiere, un poco emocional o romántico. En política, uno acostumbra evaluar a las personas por lo que han hecho públicamente, de modo que la gente pueda sopesarla y “medirla”, y también por los gestos más o menos ocultos, los gestos más calladitos y “aquí entre nos”, esos que revelan un poco mejor de qué están hechos los principios del político evaluado.

Entre las cosas públicas y notorias me provoca recordar la forma contundente y abrumadora en que Erika ganó en 2012 la gobernación de Cojedes, luego de una campaña particularmente violenta, amarga y sucia en su contra. Todo un aparato discriminatorio donde no faltaron el racismo y la misoginia se movilizó en el estado llanero; Erika y su gente se sobrepusieron a ese clima hostil y Cojedes se consolidó como uno de los bastiones chavistas más sólidos del país. Sobre la impresión que tienen los cojedeños sobre la gestión de Farías, puede uno comenzar por analizar qué ha pasado desde 2012 para acá, donde el chavismo sigue ganando elecciones incluso en los peores momentos electorales (Asamblea Nacional, 2015).

El otro episodio, el de “aquí entre nos”, lo experimenté desde muy cerca el año pasado, cuando Erika era ministra de Agricultura Urbana. Sucede que su equipo tenía en mente hacer un periódico o publicación para circular encartado mensualmente en los diarios más importantes del país, y me convocaron para que creara ese papel. Como nada estaba hecho ni dicho, lancé una propuesta para el registro y testimonios de los agricultores activos de las ciudades.

La propuesta incluía, por si acaso, una entrevista con la señora ministra. Las muchachas de su equipo me explicaron (y tal vez tenga que darme pena que me lo tuvieran que explicar) que ese periódico en el que ellas estaban pensando, y esto incluía a la ministra, no era para la promoción de una gestión ni de una funcionaria. En ese periódico (así me lo dijeron) la protagonista no era la ministra sino el pueblo agricultor o con ganas de entrarle a la agricultura. Por supuesto que me lancé con más ganas a hacerlo; el periódico se llamó Tiempo de sembrar y circuló dos veces, hasta que a Erika le asignaron otra misión en otros espacios.

En la hechura de ese periodiquito me tocó acompañarla en un recorrido por Blandín, esa zona devastada por la inestabilidad del terreno y por los aguaceros, y allí la vi en acción en conversas y faenas de organización de grupos y personas; las indicaciones de la camarada tenían que ver siempre con los detalles que el periódico debía registrar: la historia de la organización comunal allí, lo que tenían que decir al respecto los más viejos, la siembra que ya comenzaba a prosperar. Si me hubiese propuesto o insinuado aparecer ella como la salvadora o heroína del asunto esa breve relación hubiera terminado muy mal (creo que ya me conocen; pa qué me invitan si saben cómo me pongo).

Una de las críticas que he oído acerca de Erika Farías últimamente es una que la señala como “burócrata”, por la cantidad de cargos que ha tenido. Como hace rato tengo entendido que lo malo no es la burocracia (todo Estado se mueve con papeles, así que la burocracia es necesaria) sino el burocratismo, la enfermedad que le da más importancia al papeleo que a la gente, pues creo que esos dardos no le entran ni le encajan a la compañera.

No sé cuántas personas se llevarían tras sus tarjetas Samán y Oswaldo si persisten en sus candidaturas hasta el día de la votación, pero esos votos no los harían ganar; tan sólo conseguirían restarle votos a la única candidata chavista con chance real de derrotar al fascismo. Ojalá estén conscientes de eso los compañeros alternativos.

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