Nosotros, los desechables
El capitalismo industrial produce, esencialmente, basura. Suavícese o humanícese la palabra (desechos, desperdicios) lo cierto es que la sociedad del "progreso" se las arregló para que todo en el planeta sea producido y usado en provecho de unos propietarios y luego arrojado a la naturaleza o a las calles
En la categoría "basura" que nos han impuesto entra todo lo que es susceptible de utilización y posterior desechado. Desechos: objetos de inmediata o más o menos prolongada obsolescencia, excluidos, ancianos jubilados, presos, enfermos, lumpen de todo pelaje, diletantes varios; animales en exhibición o abandonados, productos corporales, agua contaminada, escombros y cadáveres de la guerra; metales y sustancias tóxicas, espectáculos olvidables y decadentes.
Nos han acostumbrado a que todo tiene una "vida útil", y cuando no se consigue en el mercado entonces ya es basura y está mal visto seguir usándola. De ahí el bochorno de algunos lectores de un reciente artículo en esta página, en el que hablaba en términos celebratorios de un muchacho que está perfeccionando una bomba de ariete con botellas de refrescos desechadas. Uno de esos lectores, estúpido por convicción, decía que eso era de marginales, que lo correcto era que ese muchacho trabajara, no con desechos sino con artefactos comprados a la industria (dónde mierda queda entonces el ingenio, cabría decirle, pero a ese pobre hombre ya lo perdimos como ser racional).
Otro lector, con mejores intenciones, observaba que si seguimos promoviendo la cultura del reciclaje y la reutilización entonces va a llegar un momento en que esa cultura va a necesitar que el capitalismo siga produciendo basura. A esa sensata aunque incompleta visión del asunto es bueno proporcionarle algunos datros que probablemente el lector no tomó en cuenta.
Noventa por ciento de la "basura" doméstica y comercial, esa que uno ve normalmente en los containers, rellenos sanitarios y compactadoras; en los camiones y en las calles donde todavía no ha pasado el camión; en los lechos de los ríos, orillas de las playas, montañas, sabanas, océanos; noventa por ciento de esos objetos y materiales desechados está compuesto por envases (botellas, cajas, bolsas, cajones) de vidrio, plástico, papel, cartón, madera.
Un recuento del año 2013 indica que América y Asia estaban en condiciones de producir y en efecto produjeron 23 mil toneladas de botellas plásticas para bebidas (botellas PET: polietilentereftalato), y el dato que le tenemos al lector es éste: todas esas botellas ya existen. Cuando uno viaja por la carretera que lleva a las playas de Adícora y Buchuaco, rumbo al norte de esa península maravillosa aunque devastada que es Paraguaná, tiene la impresión de que la mayoría de esas botellas están ahí, esperando los 500 años de rigor para que se descompongan y se integren al suelo, así que ante esos y otros desechos masivos tiene uno tres opciones: 1) espera que se descompongan; 2) los incinera (y el daño a la atmósfera y a la capa de ozono sería irreversible); 3) los pone a ocupar más espacio en los rellenos sanitarios y vertederos de basura, lo cual es una manera muy elegante de ejecutar la opción 1; 4) toma una buena parte de esa basura y construye con ella objetos utilitarios.
No hace falta que el capitalismo incremente la producción de basura: con la que ya produjo y que no desaparecerá tenemos para ponernos a trabajar, dejar la pereza y los prejuicios y lanzarnos a la aventura de hacer casas y otras obras que, según la muy conveniente visión del "progreso", sólo son viables si se hacen con cemento y otros productos industriales.
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Quien tiene incrustada en la mente la versión canónica del progreso cree que las cosas sólo tienen valor y son buenas si se consiguen en expendios, tienen una marca y vienen empaquetadas en envases (que luego irán a parar a la basura). Si usted anda por la calle recogiendo basura para tener con qué construirse una vivienda, un mueble u otro objeto usted está en una escala bajísima de la sociedad de consumo: usted es un indigente, alguien que en vez de comprar algo (porque no tiene con qué comprarlo, por ejemplo) va y lo hace con lo que los demás botan. Nada menos glamoroso y chic que una persona que anda echando ojo en los containers y acumulaciones de basura; lo correcto es que usted se asome en las vitrinas de los centros comerciales, en los mercados y en Amazon.
Clave importante: póngase a pensar qué tantas cosas está usted violentando, confrontando, cuestionando, discutiendo y abofeteando con sólo ponerse a pensar qué hacer con esas botellas de vidrio que recogió del pote de la basura en la licorería. No tengo respuestas al respecto, sólo esa pregunta.
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Decíamos por allá arriba que la sociedad del progreso capitalista industrial ha convertido el desechar en una de sus misiones fundamentales, y que a esa lógica que todo lo exprime para después ser defecado no escapamos nosotros, los seres humanos.
Uno de los rituales más asquerosos y humillantes de la sociedad del progreso es la que jubila a las personas cuando apenas alcanzan o despuntan los 60 años de edad. La jubilación se les "vende" a los trabajadores como si fuera un regalo, un reconocimiento del Estado o la empresa para que esa persona que se acostumbró por décadas a ejercer una función se vaya a su casa, presuntamente a "descansar".
En la vida real, el mensaje intrínseco que recibe un jubilado cuando se le ordena que se largue a su casa, a su rancho o al coñísimo, es que ya cumplió su período de "vida útil" y entonces ahora se le está dando el mismo tratamiento que a las botellas de plástico: ya me serviste, ahora te lanzo al Guaire del olvido y del adiós, viejo güevón.
A causa de esto puede verse en las ciudades el espectáculo insólito y triste de unos "ancianos" humildes de 60-65 años, deprimidos, súbitamente enfermos y solitarios; seres entregados al ocio improductivo, al alcohol o al ostracismo, destruidos en su autoestima porque el sistema le está indicando que si no llegó a patrón o a dueño no sirve para nada. Pero también se encuentra uno con casos maravillosos y extraordinarios, sobre todo en los campos, de personas que están activas y esplendorosas en su fuerza física y mental porque tal vez fueron utilizadas por explotadores pero nunca se jubilaron de la vida: del trabajo para sí mismos, de la labor con las manos, del moverse y caminar así sea para disfrutar del aire puro y sembrar y cuidar alguna mata.
El caso más extremo que conozco se llama José Rondón, un joven del páramo merideño, de 99 años de edad, que comenzó a hacer su casa con objetos desechados (madera, botellas, arcilla, cortezas de árboles) cuando tenía 70 y cuyo plan maestro es dedicarle todas sus energías diariamente a esa casa-experimento. Siempre hay algo que hacer en su casa, siempre se le puede ver así sea clavando un clavo, y enseñándoles a los jóvenes que una casa se puede construir con lo que sea y no sólo con lo que venden las ferreterías.
Una vez le pregunté cuándo pensaba terminar la casa. Me respondió: "Nunca. Porque el día que sienta que ya está terminada, ese día me muero".
Moraleja: reutilizar materiales y reutilizar nuestra vida es una buena opción. Que los años finales no nos sorprendan en el geriátrico u otro depósito de gente desechada. Y que para usar los materiales disponibles no tengamos que seguir enriqueciendo a la industria.
/N.A