Opinión

Los Bachaqueros: marionetas del gran capital

Tremenda revelación. Quien corre así es porque sus papeles no están en regla

Fue una verdadera avalancha humana. Esa es prácticamente la penúltima parada en la subida de Los Naranjos del Cafetal, frente al Centro Comercial Galerías Los Naranjos. Eran casi las siete de la noche, y a esa hora normalmente quedamos en la buseta cuatro gatos. Pero esta vez fue diferente: como perseguidos por el demonio, todos los asientos resultaron ocupados en segundos. Un grupo de bachaqueros negoció con el chofer, no les importó pagar doble, ni irse a pasear más allá de lo normal.

No estaban mal vestidos, todos se conocían, edades multivariadas, muchachos y mujeres.

Dos señoras venían desde comienzo del viaje en la buseta, y su tema de conversación en la subida había sido su odisea del día en varios supermercados, el combate por los productos subsidiados, y cómo una de ellas le había pedido permiso a su “patrona” para salir entre semana porque tenía una reunión con sus socios en el kiosko del cual es codueña. Cuando ven subir en un carrerón a los bachaqueros, una pone cara de sorprendida y la otra la aclara: “es que ahora, de repente aparece la gente del Saime para verificar los documentos en las colas de los mercados”.

Tremenda revelación. Quien corre así es porque sus papeles no están en regla.

Y pensamos en Marx y su ejército de reserva, ese grupo humano que está en el conjunto de los supervivientes, desclasados, dispuestos a tomar riesgos y sacrificarse a cambio de una ganancia rápida, postulados por la vida para que otros, los que tienen y manejan el capital puedan tener enormes ingresos con la adrenalina ajena.

De inmediato vienen a la cabeza las largas colas que desde la madrugada están a las puertas de todos los expendios de comida de esta zona del este de la ciudad, las mismas que están al sur, norte y oeste; aunque los supermercados de esta zona están abastecidos de muchísimos productos importados (carísimos) y no regulados, los bolsones de estos batallones sólo portan harina precocida, papel higiénico, café, toallas sanitarias, margarina y cualquier otra cosa subsidiada.

Luego surge una imagen muy intensa, la vi desde una buseta mientras esperaba que arrancara. Un hombre, grande y fuerte, rodeado por un grupo de bachaqueros, con un enorme fajo de billetes, les repartía su parte a cada uno para que fueran en busca de las mercancías. Productos, por cierto, que no terminan en sus respectivas casas, porque quien paga es el dueño de lo adquirido.

Uno de los presidentes de Fedecámaras le dio la bendición a la actividad cuando dijo que ser bachaquero era una actividad lícita. Claro, en un mundo de bucaneros, ser un aprovechador entra en la ética del capitalismo voraz.

También es cierto que para muchos de nuestros mal llamados empresarios, ver una forma de lucrarse y no hacerlo es de idiotas. Quien tiene los reales para la inversión, para tener los depósitos, y contar con la flota de transporte y con el dinero para pagar las comisiones, tiene que multiplicar rápidamente su capital

¿Y los bachaqueros? Bien gracias, ellos son carne de cañón, los tontos útiles, los desechables, los espantapájaros para encubrir a los verdaderos delincuentes. Son el ejército de reserva listo para caer en el campo de batalla por un repele de boronas. Ellos están ahí para hacer el trabajo sucio y a la vez servir de cabeza de turco, de cara para recibir el odio colectivo.

Es necesario estudiar a fondo el fenómeno, desmontarlo completo, entender las motivaciones de los bachaqueros, y detectar a los verdaderos responsables, a los inversionistas. De repente los nombres que surjan al final de la madeja nos pueden dejar boquiabiertos.

Nota:

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