Opinión

Las heroicas hermanas Mirabal brillan en Quisqueya

Los historiadores aseguran que tuvo razón, porque la infame violencia de estos femicidios incidió en el derrumbe de la dictadura de Trujillo

Tenía que ser así: el Día de la No Violencia contra la Mujer no es una celebración sino una conmemoración, pues rememora el 25 de noviembre de 1960, cuando la dictadura de Rafael Leonidas “Chapita” Trujillo, mató a tres hermanas que habían tenido una destacada participación en las luchas por la democracia en República Dominicana.

Para el momento de la cruel masacre, Patria Mercedes, Minerva y María Teresa Mirabal tenían apenas 36, 34 y 25 años. Pertenecían a una familia de clase acomodada, pero dos de ellas habían sido encarceladas por conspiración, junto a sus esposos. Luego las liberaron y a los maridos los dejaron en prisión. No fue una medida humanitaria ni nada parecido. Por el contrario, se trató de un subterfugio para eliminarlas. Aquel día, las tres fueron a visitar a los hombres a la cárcel de La Victoria y cuando regresaban a sus casas, en una carretera de la Provincia de Salcedo, cinco incalificables sujetos, pertenecientes al temido Servicio de Inteligencia Nacional, las detuvieron y, para decirlo sin rodeos, las estrangularon, las molieron a garrotazos, y luego lanzaron sus cuerpos por un barranco dentro del vehículo rústico en el que se movilizaban, para así difundir la descarada versión de que habían muerto en un accidente de tránsito. Junto con ellas pereció el conductor, Rufino de la Cruz. Entre las tres, dejaron seis hijos huérfanos.

Cuando, ya en la década de los 80, se propuso la fecha como motivo del Día de la No Violencia contra la Mujer, se tomó en cuenta no solo el hecho de que habían asesinado a tres damas opositoras a una dictadura. También se consideró que aquel fue un régimen particularmente denigrante para las mujeres, a un nivel de “se cuenta y no se cree”.

Lorena Almarza, autora del libro Mujeres aguerridas, dedicó un capítulo a “las Mariposas Mirabal”, como llamó el pueblo quisqueyano a estas mártires. “La historia de las hermanas es aterradora, por la violencia ejercida contra ellas, pero también por la violencia contra un pueblo todo, en medio de una feroz dictadura, en la cual no solo no existía ningún Estado de Derecho –dice Almarza–. El dictador Trujillo ejerció de manera sistemática la persecución, la tortura, el asesinato y la eliminación de sus opositores, llamándolos comunistas. Entre mil otras barbaridades, obligaba a las familias a entregarles a sus hijas vírgenes”.

Esta costumbre de ejercer el abominable derecho de pernada (rémora de tiempos feudales) no solo afectó a mujeres campesinas, indígenas y obreras, sino que se aplicó también a muchachas de la alta sociedad dominicana e incluso a las hijas de importantes colaboradores de Trujillo.

Fernando Camacho, en una nota publicada en el diario español El Salto, pone el foco en este denigrante aspecto, al hablar de la narración que hace Mario Vargas Llosa de aquella situación en su novela La fiesta del Chivo. “Trujillo no solo abusaba sexualmente de las esposas de sus subalternos en el gobierno, sino que además lo hacía saber. De esta forma, Vargas Llosa consigue retratar una crueldad helada. Lo que solemos ver en una novela sobre la represión es cómo se trata a la ciudadanía; no obstante, en esta se incide con ferocidad en la violencia específica ejercida sobre la mujer”.

Según Martín López González, el tirano estaba convencido de que cada vez que poseía sexualmente a una de estas mujeres del pueblo o de las clases acomodadas, las estaba ennobleciendo, elevándolas a su estatus.

Sobre el asesinato de las hermanas Mirabal comenzó a hablarse mucho antes de que ocurrieran los hechos. Era lo habitual que Trujillo hiciera desaparecer a sus adversarios, algunas veces simulando accidentes, y en otras sin guardar las apariencias. Por eso, a las tres Mariposas solían preguntarles si no temían por sus vidas. Minerva daba una respuesta premonitoria: “Si me matan, sacaré los brazos de la tumba y seré más fuerte”.

Los historiadores aseguran que tuvo razón, porque la infame violencia de estos femicidios incidió en el derrumbe de la dictadura de Trujillo.

La institucionalidad dominicana ha intentado honrar la memoria de las heroínas. Entre los homenajes que les han rendido está rebautizar la provincia de Salcedo, hoy denominada Hermanas Mirabal. La que fue su residencia es una casa-museo y también tienen un lugar especial en el Museo Memorial de la Resistencia Dominicana, en Santo Domingo, dedicado a mantener presente el recuerdo de las atrocidades cometidas por Trujillo y por gobiernos como el de Joaquín Balaguer, que vinieron después, que posaron de democráticos pero mantuvieron en vigor muchas de las prácticas represivas de la autocracia.

La directora de este museo, Luisa de Peña, declaró a la BBC que “fue tan horroroso el crimen de secuestrar a tres mujeres, matarlas a palos y tirarlas por un barranco para hacerlo parecer un accidente, que la gente empezó a sentirse total y completamente insegura, aun los allegados al régimen”.

Las insoslayables lealtades –basadas en la complicidad y en el miedo– se resintieron con este crimen especialmente notorio. Apenas seis meses después, los mismos aliados de “el Jefe”, “el Generalísimo” o “el Benefactor de la Patria”, como le decían a Trujillo, lo mataron en su ley: aprovecharon que iba solo con su chofer el 30 de mayo de 1961 y ametrallaron el vehículo en plena marcha. El dictador, que tenía más de 30 años en el poder, murió acribillado, tratando de repeler el ataque con una pistola.

Uno de los participantes en la conspiración, el general Antonio Imbert Barrera, reveló que el crimen contra las Mirabal fue el detonante de su indignación.

“Cuando supe cómo las mataron, dije: ‘¡Coño, ¿será que en este país no hay hombres?!’, y allí comenzó la cosa”.
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La cuarta Mariposa

Las tres hermanas Mirabal son indiscutibles mártires de Quisqueya y de las luchas femeninas en todo el planeta. Pero hubo una cuarta hermana que también desempeñó un papel heroico: se trata de Bélgica Adela Mirabal, conocida como Dedé, quien se encargó de criar a sus seis sobrinos, junto a sus propios hijos.

La abogada Josefina Almánzar, activista dominicana de la defensa de los derechos de la mujer, señaló en una carta escrita en 2005 que Dedé “tuvo el valor y el coraje de criar a cada uno de sus hijos e hijas, llenándoles de un amor tan grande e intenso que transformó el rostro del odio o de la rebeldía que pudiera existir, hasta convertirlos en hombres y mujeres sanos mental, emocional y espiritualmente, positivos y productivos para nuestro país”.

La gesta de Dedé Mirabal, quien falleció en 2014, es también merecedora de reconocimiento y se parece mucho a los anónimos sacrificios que debe hacer la mayoría de las mujeres en nuestras sociedades patriarcales y profundamente machistas.

El relato de la vida de las cuatro mariposas dominicanas es un ejemplo de dignidad. También resulta un motivo para la reflexión, pues sin necesidad de tiranos políticos de exacerbada crueldad, las mujeres siguen siendo víctimas de toda clase de atropellos y crímenes. Los “Chapita” Trujillo andan por ahí, en cualquier esquina, incluso –quién sabe– dentro de nosotros mismos.

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