La peste capital
Restablecer la actividad económica, así sea limitadamente y dizque con cautela, es restablecer la cadena de contagio rota por la primera cuarentena planetaria
Hay crisis económica porque solo estamos comprando lo esencial. Es que el capital se quiere imponer sobre la vida.
En varios países europeos comenzaron el lunes a “desescalar” la cuarentena, precisamente aquellos en que la peste ha sido más mortífera. En los Estados Unidos asciende a escala bíblica, muy adecuadamente en la primera Semana Santa sin liturgia pública. Ni las fosas comunes, ni el amontonamiento de cadáveres, ni las cavas llenas de cuerpos, ni la propuesta de improvisar parques como camposantos, nada intimida al capital para pujar en favor de la muerte con tal de inmolarnos ante las ganancias, que, como era de esperarse, son más sagradas que el Santo Sepulcro.
Restablecer la actividad económica, así sea limitadamente y dizque con cautela, es restablecer la cadena de contagio rota por la primera cuarentena planetaria. Se garantiza así la producción de ganancias y de muerte, como si no hubiese alternativas, muchas. Una sola: la renta básica universal, que te asignan por ser gente. Pero no, El capital no teme a la muerte porque es la muerte.
Encima de esa máxima crueldad, con coronavirus nadie fallece con su gente sino en soledad y no solo quien fenece sino que sus seres queridos no pueden ayudarle a bien morir porque a veces no pueden ni recuperar el cadáver, extraviado en pilas improvisadas. Eso desea el capital que se intensifique al reanudar el trabajo.
Siempre se dijo que Nueva York es la ciudad en la que se encuentra todo. Y todo incluye lo mejor y lo peor. La única vez que pude visitarla vi lo mejor de ella. Pero, imprudente de mí, no quise ver lo peor: Donald Trump, el niño malcriado del Leviatán financiero. Nunca me ha interesado cómo opera Wall Street. Pero esta hidra, Trump, que ríete de la de Lerna, que el capital destacó para representarlo, no es un energúmeno sencillo.
Es un producto acendrado en años de minuciosa estructuración, peor que un virus de laboratorio. Es la última versión, grotesca, del Sueño Americano, el de la basura blanca. No manda porque ya ningún presidente manda ahí, pero es el figurón que el Estado Profundo eligió esta vez para la Casa Blanca. Su acción aturdida y trágica ante el coronavirus ha sido su nivel de incompetencia y espero que su canto del cisne.