Opinión

La otra realidad

El derecho a la vida depende de la voluntad soberana de un terrible poder. Esa es la otra realidad

Cuando Robert Alexy, profesor de la Universidad Christian Albrechts, de Kiel, Alemania, se refiere a los derechos fundamentales en el Estado constitucional democrático, considera que existen tres formas de apreciar la relación entre derechos humanos y la democracia: una ingenua, otra idealista y finalmente la realista. Esta última -dice él- es la correcta para el que pretenda actuar y no solo soñar. 

De acuerdo con esa forma, la relación entre derechos humanos y la democracia se caracteriza por dos “constataciones opuestas” que se expresan en que los derechos fundamentales son profundamente democráticos, por un lado, y por el otro, los derechos fundamentales son profundamente antidemocráticos. La primera, porque aseguran el desarrollo y existencia de las personas gracias a los derechos de libertad e igualdad, y por ello se asegura el funcionamiento del proceso democrático mediante la protección de la libertad de opinión, prensa, reunión y asociación, así como el derecho al sufragio y otras libertades políticas. Lo dice Alexy. Pero luego afirma que, frente a ellos, los derechos fundamentales son profundamente antidemocráticos porque desconfían del proceso democrático. 

También se ha dicho, en el contexto del estudio sobre el neoconstitucionalismo, que el derecho no se distingue conceptualmente de la moral porque incorpora principios comunes a ambos. Con todo esto se ha venido hablando de constitucionalismo, de neoconstitucionalismo y de constitucionalización, es decir, todo un conjunto de teorías y saberes que no terminan de salir del mundo académico. Pero la realidad es otra.

En otro interesante escrito, el catedrático González Cuéllar advierte que ese sueño de la razón ilustrada no cesó de producir monstruos en los siglos XIX y XX en los altares de las naciones, en devastadoras guerras mundiales y atrocidades espeluznantes. Por supuesto, ya sabemos lo que está ocurriendo en el siglo XXI con el terrorismo y sus nefastas consecuencias, incluido el llamado “derecho penal del enemigo”. Es el mismo “cambalache” de cosas del horror y males de una sociedad que sigue vigente con otros signos. Ahora me pregunto: ¿De qué sirve entonces hablar de derechos humanos o derechos fundamentales si la constitucionalización del derecho está prendida de un arsenal nuclear? En fin, el derecho a la vida depende de la voluntad soberana de un terrible poder. Esa es la otra realidad.

Abogado

/N.A

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