Opinión

Incomunicado

La corrupción siguió avanzando, y Jacinto veía que la gente que él venía denunciando había huido del país y estaba dándose la gran vida

Desde pequeño, Jacinto Fuenmayor supo que nunca lo iban a escuchar. Fue una tarde de enero, mientras veía que en el patio de la vivienda donde jugaba con su amigo Juan García, estaba ardiendo un pedazo de leña. Avisó. Dijo que cuidado, que parecía que eso se iba a quemar pronto. Dijo que apagaran el tizón porque él no podía hacerlo ya que estaba muy lejos, y estaba cuidando a su hermanita Maritza. La casa ardió.

Todos se salvaron, pero la casa quedó en cenizas. Y desde aquel día Jacinto tuvo un presentimiento: Nadie me va a escuchar nunca. Y se metió en la política. Y cada vez que pedía la palabra, la gente lo veía, pero él estaba plenamente seguro de que nadie lo estaba escuchando.

Porque cada vez que hacía un planteamiento en su partido, nadie lo tomaba en cuenta. Sin embargo, se quedó allí, siempre tratando de aportar y dar ideas. Y su partido llegó al poder. Y Jacinto fue el primero en salir a celebrar aquella toma del poder. Y unos días después supo de la corrupción en que estaban metidos unos compañeros del partido. Los denunció en el partido. Lo dijo entre los amigos. Y no pasó nada.

La corrupción siguió avanzando, y Jacinto veía que la gente que él venía denunciando había huido del país y estaba dándose la gran vida. También vio que algunos de los corruptos que él había denunciado, estaban siendo juzgados, pero no en su país, sino en Estados Unidos, y le pareció muy raro aquello.

Sin embargo, leal al partido y a sus ideales, Jacinto siguió denunciando, no solo la corrupción, sino además, el mal estado de los servicios públicos y cosas triviales, como huecos en las calles y semáforos apagados y cobros de peaje a los vendedores de carne y hortalizas, pero nada.

A Jacinto no lo escuchaba nadie. “El transporte –decía- tenemos que solucionar ese problema urgentemente. También el problema del agua, del gas, de la electricidad, y el alto costo de la vida, ese también hay que enfrentarlo con creatividad, con solidaridad, con fe en la gente y en el país”.

Pero nada. Nadie lo escuchaba. Un día, después de hacer una denuncia, y cuando la tarde anunciaba tempestad, Jacinto decidió leer todos sus libros de comunicación, porque sentía que algo estaba fallando. Y fue allí cuando se dio cuenta de una verdad que tenía tan cerca que no la había visto: Descubrió que estaba incomunicado.

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