Hace 77 años nace en Nueva Esparta el poeta Gustavo Pereira
“La muerte debe ser vencida / La miseria echada / Que haya pájaros en cada pecho”. (Cartel de la Alegría). Así corto y contundente son los poemas de Gustavo Pereira.
El artista venezolano nació en Punta de Piedras, capital del municipio de Tubores, Nueva Esparta, en 1940. Es autor de una honda producción lírica que, desde su constante preocupación por el acabado formal del poema, sabe combinar con maestría la brevedad y fugacidad de los hechos cotidianos con el vuelo barroco que remontan casi todos sus versos, está considerado como una de las voces más significativas de la lírica venezolana de la segunda mitad del siglo XX.
En su obra concede idéntica atención al bullicio rutinario de la gran urbe moderna que al recogimiento y la reflexión que brotan de la contemplación, con especial énfasis en la radical soledad a la que, a pesar de los numerosos congéneres que le rodean en el ámbito populoso de la ciudad, parece estar condenado el poeta.
Inclinado desde su temprana juventud al estudio de los saberes humanísticos y el cultivo de la creación literaria, Gustavo Pereira se dio a conocer como escritor en la década de los años sesenta, cuando empezó a publicar con cierta asiduidad unos interesantes poemas primerizos en la revista literaria Símbolo. Inmerso, a raíz de esta aventura editorial compartida con varios poetas de su promoción, en el activo mundillo literario de la Venezuela de aquellos años, pronto se distinguió por ser uno de los fundadores de la menos relevante revista Trópico Uno, entre cuyas páginas, además de sus composiciones poéticas, tuvo ocasión de difundir sus postulados teóricos sobre la estética adoptada en su quehacer creativo.
Su gran irrupción en el panorama cultural venezolano no tuvo lugar, empero, hasta mediados de la década de los sesenta, cuando dio a la imprenta el excelente poemario titulado Preparativos de viaje, en el que ya quedaban perfectamente definidas las señas de identidad de lo que habría de ser su corpus poético: por un lado, una sincera inquietud por la dimensión social del ser humano, quien, en su condición de individuo adscrito a una sociedad determinada, está permanentemente marcado y vinculado por las directrices que la gobiernan; y, por otro lado, una no menos auténtica preocupación formal que permite plegar el molde de sus poemas a unas perspectivas tan variadas como la ironía y la reflexión interior.
El tema de la soledad radical del ser humano y del desamparo al que está condenado desde su nacimiento (a pesar de postularse luego como un ser eminentemente social) triunfó plenamente en la segunda entrega poética de Gustavo Pereira, titulada En plena estación (1966), y, sobre todo, en el siguiente volumen de versos que dio a los tórculos, presentado bajo el título de El interior de las sombras (1966).
Posteriormente, el poeta de Baños fue enriqueciendo esta fecunda trayectoria lírica con otros poemarios tan notables como los titulados Los cuatro horizontes del cielo (1969), Sumario de Somaris (1979), Tiempos oscuros y tiempos de sol (1980) y Vivir contra morir (1986).