Ezequiel Zamora hizo y hace temblar a la Oligarquía (+ Perfil)
A MEDIADOS DEL SIGLO XIX LLEGÓ A SER EL GRAN LÍDER DE LAS MASAS DESPOSEÍDAS Y ESTABA GANANDO LA GUERRA FEDERAL, CUANDO FUE ASESINADO. CASI TODOS LOS GOBIERNOS, DESDE ENTONCES Y HASTA 1999, SE ENCARGARON DE OCULTARLO, DEMONIZARLO O RIDICULIZARLO. BAJO LA REVOLUCIÓN BOLIVARIANA HA RETOMADO SU SITIO COMO VALIENTE CIUDADANO Y GENERAL DE HOMBRES LIBRES, ESE ROL QUE HACE TEMBLAR A LOS RICOS
Ezequiel Zamora ha hecho temblar a la oligarquía en dos épocas separadas por un abismo de años. En su tiempo, el siglo XIX, lo hizo con su actuación directa en la organización de una poderosa milicia que protagonizó la Guerra Federal; en el siglo XXI, rescatado del olvido y de la satanización histórica, volvió convertido en un emblema de las luchas populares.
Con Zamora ha ocurrido más o menos lo mismo que pasó con Bolívar: las clases dominantes se encargaron de silenciarlo, ocultarlo, domesticarlo, ridiculizarlo, demonizarlo. Buscaron muchas formas de arrancar su ejemplo de la memoria popular, de distorsionar su herencia rebelde. Durante todo el siglo XX se le caracterizó como un bandido, un cuatrero, un armador de zaperocos. Tuvo que llegar el comandante Hugo Chávez Frías para que la figura de aquel pulpero convertido en centauro retomara el lugar que le correspondía en la historia contemporánea de Venezuela.
La discriminación contra el hombre nacido en Cúa el 1º de febrero de 1817 comenzó bien temprano. La historia oficial demuestra cómo se le segregó. Basta ver que los méritos de la Federación se le atribuyeron a su cuñado, Juan Crisóstomo Falcón, a pesar de que este nunca fue un verdadero líder popular ni mucho menos un gran estratega militar, como sí lo fue Zamora, a quien por algo se le conoce simultáneamente como el “Valiente Ciudadano” y el “General de Hombres Libres”. De hecho, Zamora, que estaba en el exilio, tardó apenas unos días en incorporarse a los combates tras el llamado Grito de la Federación, el 20 de febrero de 1859, hecho protagonizado por Tirso Salaverría en Coro. Mientras tanto, Falcón retornó varios meses después, cuando ya había corrido bastante sangre en la cruenta conflagración que habría de durar cinco años.
Y esa no es la única comparación que puede hacerse. Zamora dirigió los tumultuosos ejércitos de los federalistas de una manera tan brillante que, a la vuelta de dos años, prácticamente tenía ganada la guerra. A pesar de no ser un militar de carrera (ya se dijo que era bodeguero), la maniobra retardatriz que finalizó en Santa Inés (Barinas) es estudiada en los cursos de estrategia castrense como una muestra de excelencia en la conducción de una batalla. En cambio, Falcón asumió la dirección del Ejército rebelde luego de la muerte de Zamora (ocurrida en San Carlos el 10 de enero de 1860) y, de manera inexplicable, terminó frenando el impulso que las tropas traían para encaminarse hacia la capital y tomar el poder. Al poco tiempo, bajo su conducción, el federalismo estaba en pleno repliegue, envuelto en una serie de episodios fallidos, el peor de los cuales fue la batalla de Coplé, donde aquella portentosa fuerza quedó descuadernada y en huida.
La desaparición de Zamora estuvo cerca de causar la derrota militar de la Federación, que hasta ese momento había sido un ejército cohesionado por una mística muy particular, encarnada por líderes telúricos regionales, entre quienes el tuyero había logrado conquistar el sitio principal. Descabezado, el movimiento insurreccional perdió su empuje, sufrió la ya mencionada debacle de Coplé (el 17 de febrero del mismo año 1860) y luego dio tantos tumbos que la guerra degeneró en una sucesión de escaramuzas y pequeñas batallas en las que ninguno de los dos bandos parecía capaz de alcanzar una victoria definitiva.
Una de las causas del frenazo sufrido por los federales luego de la muerte de Zamora fue la sospecha de que el balazo asesino (un certero disparo de fusil que ingresó por un ojo y le destrozó el cerebro), podría haber provenido de sus propias filas.
Los documentos recopilados por los historiadores demuestran que las conjeturas al respecto surgieron de inmediato, pues existe una carta del general Falcón a su hermana Estefanía, la viuda de Zamora, en la que le asegura que “la que lo mató no fue una bala aleve lanzada por un fusil federal, como te han hecho sospechar”.
UNA VEZ QUE CHÁVEZ LLEGA A LA PRESIDENCIA, EN 1999, LA OLIGARQUÍA COMENZÓ A SENTIR VERDADERO TEMOR DE QUE EL ESPECTRO DEL HOMBRE ASESINADO EN SAN CARLOS APARECIERA DE NUEVO, CON SU CAUDAL DE PUEBLO DESPOSEÍDO Y REBELDE
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Había razones para recelar, en verdad. Sobre todo porque el francotirador se ubicó en una zona que había estado durante varios días bajo control de los federales (San Carlos estaba técnicamente sitiada por las tropas de Zamora). Los dedos acusadores apuntaron durante mucho tiempo (en rigor, siguen apuntando) al propio Falcón y a uno de sus lugartenientes, un personaje que luego habría de jugar roles muy destacados en la política nacional: Antonio Guzmán Blanco.
Otras versiones indican que, al margen de quien haya disparado en su contra, a Zamora lo mató el exceso de confianza. La impresionante victoria de Santa Inés, los éxitos alcanzados en otras ciudades llaneras, como Acarigua y Araure, y el buen resultado que estaba logrando en San Carlos le hicieron creerse invulnerable y desoír las advertencias que algunos de sus más fieles colaboradores le habían hecho en torno a una posible traición. Una prueba de esta actitud excesivamente confiada sería que minutos antes de ser asesinado estaba tranquilamente almorzando con una familia amiga. De pronto, se disculpó, dijo “ya vengo”, y esas fueron sus últimas palabras.
La polémica se mantuvo soterrada, sin embargo, durante los restantes años de la Guerra Federal e, incluso, durante los primeros tiempos del gobierno de Falcón, quien asumió la presidencia tras la firma del Tratado de Coche. Luego, el general federalista Félix Bigotte publicó un libro en el que aseguró que en el lugar de donde presuntamente salió el tiro mortal, junto a unas matas de cambur, se encontró nada menos que el rifle del general Falcón. El aludido, naturalmente, rechazó el señalamiento y dijo que Bigotte hacía esa tardía denuncia por razones políticas. En realidad, el oficial era uno de los tantos federalistas que terminaron descontentos con Falcón, a quien acusaban de gobernar como un godo. Ese descontento provocaría nuevas conflagraciones internas y mucha inestabilidad política a lo largo de los últimos 40 años del siglo XIX.
La mayoría de los gobiernos que se sucedieron, desde Falcón hasta el último de Rafael Caldera, ya en las postrimerías del siglo XX, tomaron la precaución de tratar a Zamora como un material peligroso. Un detalle de ello es que durante varias etapas existió una división político-territorial llamada estado Zamora, pero luego desapareció. Guzmán Blanco, siempre tan astuto, le salió al paso a las maledicencias ordenando llevar los restos del general al Panteón Nacional en 1872. Los gobiernos puntofijistas optaron por una conveniente amnesia selectiva, especialmente en sus programas educativos, donde la etapa de la Guerra Federal, en general, y la figura de Zamora, en particular, fueron parcialmente borradas.
Luego de la insurrección del 4 de febrero de 1992, el hombre con cara de cuchillo sale de un largo período de obligada hibernación de la mano de Hugo Chávez, quien plantea la tesis del Árbol de las Tres Raíces, una de las cuales era la ideología zamorana de igualdad y justicia social.
Una vez que Chávez llega a la presidencia, en 1999, la oligarquía comenzó a sentir verdadero temor de que el espectro del hombre asesinado en San Carlos apareciera de nuevo, con su caudal de pueblo desposeído y rebelde. La tensión llegó al máximo cuando el nuevo jefe de Estado promulgó un total de 49 leyes, incluyendo entre ellas la muy zamorana Ley de Tierras y Desarrollo Agrario. La historia de este tiempo reseñará al presidente Chávez, el 10 de diciembre de 2001 (en el 142º aniversario de la batalla de Santa Inés), entonando El cielo encapotado, anuncia tempestad y el sol tras de las nubes, pierde su claridad, ¡Oligarcas, temblad, Viva la libertad! ¿Quién puede dudar que era Zamora resurrecto, en plena plaza Caracas?
Allí, las clases dominantes clavaron el hacha de la guerra, una que todavía está clavada.
Kelly Potella, joven integrante de la Red Nacional de Escritores Sociales, en un trabajo publicado en Aporrea.org, señaló: “Zamora representa el despertar de los pueblos que habían sido sometidos, dominados, esclavizados, explotados, sometidos a tratamientos inhumanos al serles prohibida hasta sus prácticas culturales propias, sus idiomas, sus espiritualidades, el derecho a la tierra”.
Y en su blog Acarigua en Biografías, el cronista Juan Manuel Álvarez expresa: “Dentro de la memoria del pueblo venezolano siempre se ha recordado a Ezequiel Zamora, quien queda en la Historia como un gran revolucionario, valiente y con mucho ímpetu. Zamora simboliza, como ningún otro prócer de nuestro país, la igualdad social y la insurrección armada para lograr esa igualdad, esa justicia entre todos los venezolanos. Ezequiel Zamora es el gran líder y caudillo que impulsó la democracia de nuestro país y el trato justo hacia toda la clase humilde y campesina”.