Opinión

En estas redes caen hasta los más avispados

¿Cuántas personas perspicaces, agudas y serias se tragaron el anzuelo de los niños robados?

El comportamiento individual y colectivo frente a las redes electrónicas (algunas de ellas sociales; otras, antisociales) es todavía un campo parcialmente virgen, si es que existe la virginidad parcial. Falta mucho por investigar y reflexionar en torno a este asunto, y dentro de ese gran tema, uno de los aspectos que merece una profunda indagación es por qué gente muy racional, con una acendrada cultura de lectura crítica, con hábito de análisis de los medios de difusión masiva, gente que no se deja embaucar por los periódicos, la radio, la TV o los portales digitales, cae en cambio mansamente en las redes de las redes.

La semana pasada tuvimos una situación ilustrativa de este fenómeno. ¿Cuántas personas perspicaces, agudas y serias se tragaron el anzuelo de los niños robados, desguazados y vendidos por piezas, puesto a rodar única y exclusivamente por redes digitales, sin apoyo de medios de comunicación importantes, según lo declaró la ministra de Comunicación e Información, Jacqueline Faría? 

Personalmente puedo dar pocos aportes directos a la investigación porque soy de la rara especie que aún se resiste a abrir una cuenta de Twitter o Facebook. Solo he aprendido a husmear en las de los demás (una maña de viejo periodista) y con esas operaciones de fisgoneo puedo concluir que fueron muchos los que no solo se tragaron el anzuelo, sino también el nylon, la caña y hasta al pescador. Y entre esos muchos destacaron los casos de individuos que suelen ufanarse de ser desconfiados, de esos que aplican el lema "si tu mamá te dice que te quiere, verifícalo con una segunda fuente".

Sé que hubo gente muy sensata, muy centrada, muy lúcida que terminó ayudando a que la bola de nieve (o de otra cosa) siguiera creciendo, difundiendo y redifundiendo versiones sobre cuerpecitos desvalijados, madres con ataques de nervios y plagiarios que huían en carros sin placas.

En fin, que una hipótesis interesante para un trabajo académico es la siguiente: a través de las redes sociales se puede engañar no solo a la gente habitualmente engañable, sino que se puede meter en el mismo saco a los avispados. Cuando ciertos mensajes se vuelven virales (¡qué bien puesto está este nombre: se trata, sin duda, de virus muy peligrosos!), hasta a los sabihondos les parpadean las convicciones.

Por supuesto que quien investigue sobre tan interesante asunto tendrá que exponer algunas conjeturas acerca de las causas de esta conducta, descifrar por qué incluso personas con mucho conocimiento científico y práctico sucumben ante la tentación de esta especie de droga de diseño destinada a producir histerias colectivas.

Consulté con un amigo que conoce mucho de estos temas, entre otras razones porque mientras otros andábamos bebiendo cerveza, él se tragaba un libro de Edgar Morin o de Giovanni Sartori. Me dijo que las redes sociales están todavía en la etapa de la fascinación general, una en la que todo el mundo jura que son la quintaesencia de la verdad. Es algo que le pasó, hace muchos años, a ciertos medios impresos (la gente decía: "si lo dice este o aquel periódico, es verdad"… ¡qué tiempos aquellos!); le pasó a la radio en la época de Orson Welles; le pasó a la TV de noticias cuando comenzó a difundir todo en vivo (¿recuerdan CNN en la primera guerra del Golfo?); y le pasó a los medios digitales cuando aprendieron a transmitir en tiempo real. 

Mi amigo dice que el alto umbral de credibilidad que tienen las informaciones traficadas por las redes sociales es proporcional al desprestigio de los medios de comunicación convencionales. En su concepto, los errores y las faltas éticas cometidas por los periodistas y por los dueños y directivos de medios durante todos estos años han hecho que la gente desconfíe profundamente de la función tradicional de la prensa. Mecánicamente se han vuelto hacia el periodismo ciudadano o hacia los comunicadores populares, presumiendo que son más confiables, que actúan de buena fe, que la voz del pueblo es la voz de Dios. Se piensa que cuando la información sale sin intermediarios se encuentra en estado puro. Y así volvemos al punto inicial: esta manera de pensar es profundamente ingenua, si se considera que en las redes sociales no solo está el ciudadano común y silvestre, la hija de la vecina, el compadre y la comadre, sino que es un terreno cada vez más colonizado por toda clase de poderosos y ruines intereses.

En eso estamos hoy. Las redes sociales y antisociales son el sueño realizado de los chismosos, el arma invencible de los fabricantes de rumores, la bomba atómica de los murmuradores y guerreros sucios. Antes, para poner en órbita un rumor había que fajarse con radiobemba o contratar a periodistas especializados en esas bajas artes. Ahora eso queda en segundo plano, y cualquier desalmado puede volver loca a una megalópolis tecleando en su teléfono. Dios nos agarre confesados

clodoher@yahoo.com

/N.A

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