Opinión

El vía crucis del papa Francisco

Lo que Francisco no quiere entender o no puede entender es que la relación de un católico con su Dios no es igual para todos, no es igual la de un humilde trabajador que la de un capitalista explotador

En lo que la prensa ha dado en llamar una reprimenda del papa Francisco a los líderes de la Iglesia colombiana, el máximo jerarca de la Iglesia católica mundial expresó a los 130 obispos reunidos en Bogotá que la misma necesita de una mirada propia, para orientarla hacia la paz y la reconciliación. Enfocando el origen del conflicto de ese país, Francisco clamó por avanzar “…hacia la abdicación de la violencia como método, la superación de las desigualdades que son la raíz de tantos sufrimientos, la renuncia del camino de la corrupción como salida fácil, la paciente y perseverante consolidación de la ‘res pública’, que requiere la superación de la miseria y la desigualdad”. Con profunda certidumbre, les aclaró a los obispos que ellos “no son técnicos ni políticos, son pastores”.

Evidentemente, estaba informado de que mientras invocaba la paz en Colombia, apoyaba el diálogo y las negociaciones del Gobierno con las FARC en La Habana, la Iglesia colombiana desde la base torpedeaba sus intenciones para oponerse junto al expresidente Uribe a favor a ese camino de paz y reconciliación que tanto anhela para los colombianos. ¿O es que acaso es un secreto que en los días previos al referéndum que habría de ratificar el acuerdo logrado en La Habana, los sacerdotes desde los púlpitos llamaban a votar en contra?, como efectivamente ocurrió, tras la amenaza de que de no hacerlo se desplegarían los mil demonios contra el país. Esto, no me lo dijo nadie, lo conozco de manera directa.

Ahora, tras su visita y su desesperado llamado a reconstruir espiritualmente a un país quebrado, la vida demostrará que su grito caerá lamentablemente en “saco roto”, la oligarquía colombiana de la que forman parte la mayoría de los obispos, sencillamente no acatará las demandas del Papa y seguirá pugnando por un país en defensa de los ricos, de los opresores, porque contrario a lo que se pueda suponer, el Papa ya no manda en el Vaticano, mucho menos a su grey desparramada por el mundo.

Lo que Francisco no quiere entender o no puede entender es que la relación de un católico con su Dios no es igual para todos, no es igual la de un humilde trabajador que la de un capitalista explotador, no es la misma, la de aquel que hace de la política un espacio para enriquecerse de manera corrupta e ilegal, que la de un obrero o un campesino que con el sudor de su frente le lleva el pan a sus hijos.

En Venezuela, ha sido público y notorio que tras la construcción de múltiples viviendas, algunas de las cuales erigidas en el este de Caracas, territorio de la clase media, para ser entregadas a personas humildes de la población, los nuevos feligreses no se logran “mezclar” con los habitantes tradicionales de esas urbanizaciones, que asisten a las misas en las iglesias de esos sectores; por el contrario, han sido segregados y marginados durante los ritos dominicales. Incluso, durante aquellos meses de enfermedad y convalecencia del Comandante Hugo Chávez, mientras algunos de esos feligreses que pedían por su salud en la misa, eran observados con cara de disgusto y repudio por aquellos que se creían y se creen los verdaderos y únicos dueños de la iglesia.

Tampoco la iglesia es la misma, recuerdo al cura Hasbún que desde un programa cotidiano en el canal de televisión de la Universidad Católica de Chile, propiedad de la Iglesia, llamaba a desatar la violencia contra el gobierno de Salvador Allende, y tras su derrocamiento, hacía apología de Pinochet mientras miles de chilenos estaban siendo asesinados, torturados y desaparecidos. ¿Puede este engendro fascista tener una cercanía a su Dios como la que tenían centenares de sacerdotes que permanecieron fieles a su pueblo, algunos de los cuales incluso fueron asesinados por la dictadura como Joan Alsina, Miguel Woodward, André Jarlan y Gerardo Poblete o desaparecido como Antonio Llidó? ¿Eran acaso ellos miembros de la misma iglesia de Hasbún?

En su viaje a Colombia, Francisco se reunió con una delegación de la Conferencia Episcopal Venezolana (CEV), entre los participantes en el encuentro estaba el cardenal Baltazar Porras, quien accedió a esa majestad, por recomendación de su amigo Pietro Parolin, exnuncio en Venezuela y ahora secretario de Estado del Vaticano, desde donde dirige la oposición a Francisco, quien se vio obligado a nombrar a Porras, en virtud de los necesarios equilibrios que el Papa debe mantener entre los grupos de poder que pululan en la Santa Sede. Tan solo un mes antes, Porras conocido por la promoción de la violencia contra el gobierno y su apoyo al terrorismo, le impidió al sacerdote Numa Molina presidir una misa en su diócesis de Mérida en honor de las víctimas de la violencia terrorista. Vaya manera de practicar la democracia de este seudo católico, que dice implorar por ella.

Esa reunión no revistió mayor importancia, toda vez que en un hecho inédito, la CEV se autoinhibió como mediadora, al apoyar y actuar como miembro de una de las partes y oponerse al diálogo que ha promovido el Papa en el conflicto interno del país. Al igual que en Colombia, actuando contra la voluntad del Sumo Pontífice, la Iglesia venezolana ha sido promotora de la violencia y el terrorismo.

No es mera especulación hablar sobre la pérdida de poder de Francisco y el sabotaje a su gestión desde el interior de los muros del Vaticano. En el año 2015, se publicó el libro Vía crucis del periodista e investigador italiano Gianluigi Nuzzi, en el que con más de un millar de escritos originales se documentan los graves hechos de corrupción que agobian la estructura máxima de la Iglesia católica, en la que altos prelados que gobiernan la curia, despliegan verdaderas actuaciones mafiosas que incluyen robo, malversación, estafa, despilfarro del dinero de los creyentes, malas prácticas en los procesos de beatificación y santificación (manejados como verdaderos negocios), desvío del dinero que llega desde todas partes del mundo, que debería destinarse a obras benéficas para aliviar a personas necesitadas y que es utilizado para la vida lujosa y el dispendio de cardenales y altos jerarcas de la curia.

El objetivo es minar la credibilidad en Francisco y generar un malestar de los feligreses hacia su gestión, desde el momento en que tras su llegada al papado intentó hacer transformaciones profundas y poner correctivos a una Iglesia que se debate entre su alejamiento de los pobres y el crecimiento de otras iglesias cristianas.

En su alegato, Nuzzi, quien como él mismo dice, no pretende hacer una “defensa del Papa, sino un análisis periodístico de los graves problemas que afectan a la Iglesia”, pone en manos de los lectores abundante información para entender las actuaciones políticas del Vaticano.

En lo que a nosotros respecta, se podrá comprender la razón de las contradicciones entre las declaraciones del Papa y los “comunicados del Vaticano”, claramente diferenciados porque postulan antagónicos objetivos para la resolución del conflicto interno de Venezuela. En oposición a Francisco que ha pedido por la paz en Venezuela, como se dijo antes, se encuentra el cardenal Pietro Parolin, quien desde su encumbrada posición emitió a comienzos de agosto un documento de rechazo a la Asamblea Constituyente, en abierta injerencia en los asuntos internos de Venezuela y en clara conjunción con la CEV, la Secretaría General de la OEA y el Gobierno de Estados Unidos.

No se puede esperar algo distinto de quien se negó varias veces a entregar información a una comisión creada por el Papa y en la que intentaba tener un cuadro real de la situación financiera del Vaticano, la cual increíblemente es “desconocida” por cualquier autoridad y jamás entregada al Papa. Cuando el Sumo Pontífice exigió conocer acerca del uso del dinero proveniente de las tradicionales colectas recibidas en las fiestas de San Pedro y San Pablo, y ejerció presión a través de su secretario, el prelado Alfred Xuareb, Parolin se vio obligado a entregar un informe, aunque ocultó datos relevantes, alegando que dichas cuentas se habían “mantenido hasta ahora en absoluta reserva por respeto a las indicaciones de los superiores…”. Se ignora quiénes puedan ser esos “superiores” que tienen mayor autoridad en la Iglesia que Francisco. Este es solo un ejemplo entre muchos otros que aparecen en el libro, respecto de las oscuras actuaciones del aparato permanente de poder del Vaticano, tras el cual se encuentra, sobre todo, la iglesia italiana y la estadounidense.

Y uno se pregunta, si de la manera más descarada se desconoce la autoridad del Papa en materia interna y financiera, qué se puede esperar en el ámbito internacional. El Vaticano vive una crisis profunda, los males de la sociedad capitalista lo han permeado: corrupción, enriquecimiento ilícito, pederastia, despilfarro y apego a los intereses de los poderosos en detrimento de los pueblos, que de manera sana y envueltos en una gran fe profesan su religión. He ahí el vía crucis de Francisco y su opción preferencial por los pobres como camino que ha elegido, para conducir una Iglesia, que parece ir en sentido contrario.

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