Opinión

El telefonito

Cuando el pícaro escocés Alexander Graham Bell le paleaba su invento al florentino Antonio Meucci, no imaginaba los estragos que el aparatico causaría en la MUD.

Cuando el pícaro escocés Alexander Graham Bell le paleaba su invento al florentino Antonio Meucci, no imaginaba los estragos que el aparatico causaría en la MUD.

Como canturreaba Popy, el teléfono es una necesidad, pero también un martirio político para la oposición teledirigida. Sus diputados, cada vez que suena el celular, quedan paralizados in situ. Unas veces los llama alguno de los financistas exógenos; otras, la voz viene de la MUD y, cuando la cosa es muy grave, de la misma embajada. Esta última llamada es la que acalambra y engurruña.

El telefonito estuvo particularmente activo y mortificante el 22 de diciembre, día en que la Asamblea Nacional designaría a los titulares de los poderes públicos. La bancada opositora escogió los parlamentarios que integrarían cada uno de los comités y seleccionó a sus afines de la “sociedad civil”.

Unos y otros participaron en todas las reuniones, evaluaron a los postulados y firmaron los informes respectivos. Aquella oposición de golpes, sabotajes, guarimbas, atajos y rabietas mal drenadas quedaba atrás. Algún día habría de madurar y ese día, al parecer, había llegado, pero… sonó el telefonito.

La bancada que se autodenomina “alternativa democrática” entró en crisis. Empezaron a reunirse en grupos de tres o cuatro. Hablaban entre ellos, con el agobiante aparato incrustado en la oreja. La embajada reclamaba. Los financistas presionaban. Lo grupos saltaban. 

De pronto designaban a un orador que despotricaba contra los nombres que ellos mismos propusieron. El tribuno desdecía de sus candidatos al poder ciudadano, electoral o judicial, todos ellos gente respetable minutos atrás, hasta el inoportuno momento en que sonó el telefonito. 

Los postulados de la oposición que veían la sesión por pantalla plana no se lo podían creer. Quienes los postularon ahora los dejaban guindando, en manos del “detestable oficialismo” que, al mantener su palabra, votaba por ellos.

Puro surrealismo. Nunca un postulado odió más a un teléfono móvil. En la embajada sonreían. Nacía la guarimba telefónica parlamentaria, engendrada por el ayuntamiento contra natura del telefonito y el miedo.

Al caer la tarde, los diputados opositores abandonaban la sesión maldiciendo el celular que a última hora les cambió la vida.

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