Opinión

El rapto y otra cosa

Se dice que el desarrollo del Derecho Penal es la historia de una abolición sucesiva, progresiva y continua. Les advierto que no soy abolicionista, pero lo expresado tiene una connotación en cuanto a esos viejos delitos que hoy se vienen a menos, como queriendo esfumarse y tomar posición en el crepúsculo del recuerdo

Se dice que el desarrollo del Derecho Penal es la historia de una abolición sucesiva, progresiva y continua. Les advierto que no soy abolicionista, pero lo expresado tiene una connotación en cuanto a esos viejos delitos que hoy se vienen a menos, como queriendo esfumarse y tomar posición en el crepúsculo del recuerdo. 

Es el caso del delito de rapto que castiga nuestro Código Penal cuando un individuo, por medio de violencia, amenazas o engaños, se lleva a una mujer con fines de libertinaje o de matrimonio. Pues bien, el rapto tiene una historia interesante contada por Heródoto en el Clío, el primero de los nueve libros, luego de sus viajes en la antigüedad, mucho antes de Cristo.     

Dice Heródoto, nacido en Halicarnaso, que los fenicios llegaron a Argos, un lugar de lo que hoy es Grecia, y que una vez vendidas sus mercancías arremetieron contra las mujeres para llevárselas; algunas escaparon pero una de ellas, Ío, hija del rey, dicen que subió a la nave, o la subieron según otra versión. Pero lo cierto fue que partieron con ella a Egipto y así comenzaron los agravios, porque los griegos en respuesta fueron hasta Tiro y le arrebataron la hija al rey de allá.

En principio quedaron a mano, pero los griegos repitieron y se llevaron a Medea, hija de otro rey. Luego Alejandro, hijo de Príamo, quiso tener mujer raptada de Grecia y se robó a Helena. Aquello se convirtió en raptos mutuos. Sin embargo, parece ser que el comienzo de esta historia no fue un rapto, sino que Ío, la hija de Ínaco, se unió con el patrón de la nave y se fue navegando enamorada. Yo recuerdo que en la década de 1950, sin reyes y sin naves, allá en mi pueblo oriental, era muy común oír decir: “fulano se sacó a fulana” y la sensación de la gente, lejos de un reproche, era como un consummatum est en medio del rumor, es decir, “todo está consumado”.

Otra cosa es el delito de secuestro. Si algo infunde terror en la vida cotidiana de ahora, es la acción criminal del secuestro, que lesiona la libertad humana a riesgo de perder la vida. Es un delito que se comete con la mayor vileza, es terrorismo y es una conducta despreciable en todos los sentidos, porque la persona secuestrada es sometida al vejamen, a la tortura moral y física. El secuestrador no es humano, es una cosa terrorífica, sin límites. ¡Tengan cuidado!

Abogado

/N.A

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