Del golpe suave al golpe bajo
Los jóvenes entran para ser como Mahatma Gandhi y salen convertidos en Jack el Destripador
El golpe suave es una gran farsa: de suave no tiene nada. Los factores que patrocinan estas vías para derrocar gobiernos indóciles al poder hegemónico mundial entran a los países e intoxican a sectores de la juventud, principalmente de clase media, con el terrible veneno de una violencia estudiada al milímetro, administrada con cabeza de asesino en serie. Y ese ataque contra la juventud es de los golpes más duros y bajos que una nación pueda recibir.
Los chicos que se suman a estas perversas operaciones psicológicas son conquistados con el discurso de la no violencia, del poder que otorga la paz, pero sin darse cuenta y antes de que puedan reaccionar, están metidos en una secta de matones. Entran para ser como Mahatma Gandhi y salen convertidos en Jack el Destripador.
Nada de esto es sorpresivo. Hace años se han elevado voces de alerta al respecto. Pero, las tremendas fuerzas de la polarización han hecho que tales advertencias sean desestimadas. Sin ir muy lejos, en 2014 se les dijo a las familias de muchos jóvenes detenidos en disturbios que había mentes muy malignas utilizándolos como tontos útiles. Sin embargo, la clase media opositora no solo toleró la ola de violencia de la guarimba, sino que muchas familias incluso instigaron a sus muchachos a incorporarse a esa desquiciada forma de lucha. Algunos pagaron con sus vidas, otros sufrieron graves lesiones y muchos fueron detenidos y sometidos a juicio. A otros más (vaya usted a saber cuántos) los líderes negativos que asumieron el control de la oposición en esos días les hicieron lo peor que puede hacérsele a alguien: les malograron el alma. De aquella nefasta siembra se están cosechando los frutos espeluznantes de los últimos meses.
Por supuesto que para que tales conductas germinen se necesita un sustrato, unas condiciones mínimas. Por eso, más allá del componente político que tienen los asesinatos recientemente ocurridos, hay un fondo que amerita reflexión personal y familiar: el incremento en las manifestaciones de criminalidad en la clase media.
Estamos acostumbrados a pensar que la delincuencia es sinónimo de pobreza y que el criminal solo puede ser un malandro que sale del barrio e invade el candoroso espacio de la urbanización, la tranquilidad sifrina del centro comercial o esa burbuja de bienestar que es el carro. Sin embargo, de manera creciente, las conductas al margen de la ley (y de todo principio de humanidad) afloran en sectores sociales medios.
Los hechos ponen en tela de juicio las viejas convicciones acerca de las causas de delitos como el atraco, el secuestro, el tráfico de estupefacientes, la violencia sexual y el homicidio. Tradicionalmente se ha sostenido que el hambre, la descomposición social propia de la marginalidad y el resentimiento de clase son algunos de los motivos habituales. Pero, ¿cómo explicar un significativo número de esos delitos -cargados casi siempre de una escalofriante sevicia- perpetrados por jóvenes que han nacido y crecido en hogares bien establecidos, que han disfrutado de excelente educación, servicios de salud, deportes, recreación, tecnología e, incluso, lujos y caprichos?
Pongamos a un lado los casos patológicos de personas con perturbaciones mentales, pues se trata de anomalías que pueden presentarse en cualquier estrato social. Centrémonos en gente más normal, que tiene perfecta conciencia de las fronteras entre el bien y el mal y tratemos de entender por qué optan primero por estafar, contrabandear, bachaquear (¡sí, hay bachacos de clase media!, pero ellos dicen que son "empresarios"), raspar cupos, especular con dólares, traficar drogas… y luego, como parte de un proceso natural, muchos de ellos pasan a ejercer una criminalidad violenta que incluye extorsiones, amenazas de muerte, agresiones, torturas, asesinatos y hasta descuartizamientos e intentos de desaparecer cadáveres.
Me parece oír las voces que, a coro, afirman que todo esto es culpa del rrrégimen, de "el Difunto" (como dicen algunas personas con una pizca de burla, como si ellas mismas no fueran a morir algún día) o de Maduro. Para no entrar en discusiones bizantinas, convengamos en que el liderazgo revolucionario ha tenido su parte de culpa. Pero apuntemos hoy a la responsabilidad de ese segmento sociológico que con tanto orgullo se autocalifica como sociedad civil o sector democrático. Se supone que es un grupo que está en pie de lucha contra la barbarie. Se supone que representa otra cosa. Se supone que es la reserva moral de una sociedad muy dañada. ¿Cómo es posible que de esos terrenos bien cuidados, abonados y desmalezados surjan monstruos capaces de crímenes tan depravados?
Y una pregunta final: ¿qué más tiene que pasar para que "la gente decente y pensante de este país" (como dice, con ironía, mi amiga Carola Chávez acerca de la clase media) se dé cuenta de que sus muchachos son las primeras víctimas de un golpe que está muy lejos de ser suave?
/N.A