Opinión

De cómo la mente escuálida procesó la muerte de “el Koki” y la fiesta del tepuy /Clodovaldo Hernández

Y conste que he escrito escualidismo y no oposición venezolana por dos razones: la primera es porque no todo opositor es escuálido; y la segunda es porque no todo escuálido es venezolano

No es por nada, pero los mecanismos mentales del escualidismo son tan fascinantes que provoca ponerse a estudiar psicología para analizarlos con alguna base científica.

Y conste que he escrito escualidismo y no oposición venezolana por dos razones: la primera es porque no todo opositor es escuálido; y la segunda es porque no todo escuálido es venezolano.

Esta semana se han renovado mis ganas de sumergirme en ese segmento del inconsciente colectivo a propósito de las reacciones que varios acontecimientos muy impactantes generaron en el potencial objeto de estudio.

“El Koki”: ¿ídolo, chavista o mártir?

El primero de esos hechos fue la muerte de Carlos Luis “el Koki” Revette en un enfrentamiento en varias etapas con comandos de cuerpos de seguridad en Las Tejerías, estado Aragua.

Salta a la vista en casos como este es la ambivalencia, palabra que evita otra, más técnica, pero que no uso acá porque quienes la sufren clínicamente merecen respeto: bipolaridad.

Digamos que los escuálidos tienen sentimientos y opiniones encontradas  y muy cambiantes sobre sujetos como este pran.

Durante mucho tiempo fue una especie de ídolo secreto, pues era quien “le latía en la cueva a Maduro”. Cuando el individuo ordenaba disparar  a mansalva contra inocentes que circulaban por la autopista, y cuando sus tropas repelían los intentos de las autoridades por ingresar a su feudo, la Cota 905, esta subespecie de la fauna opositora montaba un verdadero aquelarre mediático y de redes.

[De hecho, el año pasado las acciones muy violentas de “el Koki” estaban presuntamente orquestadas con la otra megabanda, la que teledirige el prófugo Leopoldo López y que tenía planeada “la Fiesta de Caracas”, cuyos ejecutores eran lugartenientes (luceros, les dicen en argot carcelario) como Freddy Guevara y Emilio Graterón. Pero esa arista del tema quedará para otro día].

Cuando el Gobierno logró extirpar la banda delictiva de este barrio caraqueño y poner en fuga a Revette, los opinadores escuálidos se dividieron en dos bloques: el que dijo que “el Koki” siempre había sido chavista y por eso lo dejaron escapar; y los que afirmaron que la Operación Gran Cacique Indio Guaicaipuro había sido (aparte de un fracaso, porque el jefe logró evadirla) una horrenda violación de los derechos humanos por parte del rrrégimen en contra de gente buena.

Ahora, hace pocos días, cuando se detectó la presencia del célebre hampón en el estado Aragua, se repitió la secuencia de estados de ánimo. La primera reacción escuálida fue aplaudir. Dijeron que el tipo venía por lo suyo, que pronto estaría de nuevo gobernando su cota ante la incapacidad del Gobierno –Estado fallido, pues- para ejercer la autoridad y el uso legítimo de la fuerza.

El día que fue neutralizado (como se dice, eufemísticamente, en jerga policial) hubo de nuevo varios grupos. Uno está formado por los que se resisten a aceptar que el muerto sea “el Koki”, y exigen pruebas de ADN y necropsia a cargo de patólogos venezolanos probadamente independientes (es decir, opositores rabiosos) o, mejor aún, extranjeros, preferiblemente parecidos a “Ducky” Mallard, el doctor de la serie NCIS (en la que los marines se matan entre sí por quítame estas pajas, dicho sea de paso).

Otros dicen que lo de Las Tejerías fue un pote de humo para que la gente se olvide de la alcaldesa, el exalcalde, el general y las diputadas acusados de narcotráfico y contrabando de gasolina. Y otros más afirman que al pobre de “el Koki” lo mataron malamente, violando el Convenio de Ginebra sobre el Trato Debido a los Prisioneros de Guerra.

Y no ha faltado quien diga que la caída del personaje no es ningún logro porque en realidad esa banda la dirigen otros, como “el Vampi” (que no es Antonio Ledezma, necesario es aclararlo) o “el Garbis”, y que tal vez ahora asuma el mando “el Conejo”, convertido en el nuevo ídolo porque se les escapó.

En fin, que como se decía antes, no saben en qué palo ahorcarse, una señal clara de su dolencia mental colectiva.

El “carolinaherrerismo”

El otro episodio apropiado para poner al estereotipo del escuálido en un diván es el de los ricachones en el tepuy.

Un mecanismo fascinante en la cabeza de los opositores disociados hace que cualquier cosa negativa que suceda le sea atribuida bien al chavismo de manera directa o bien a opositores que –según su óptica- se han aliado con el rrrégimen, a los que se estigmatiza como alacranes, enchufados y otros vocablos que mejor no citamos acá, de modo que el artículo sea apto para todo público.

Más allá de las evidentes responsabilidades de Inparques, la Guardia Nacional Bolivariana, la gobernación de Bolívar, la alcaldía de la Gran Sabana y demás autoridades (que, ciertamente, tienen mucho qué explicar y que pueden atribuirse a la Revolución), hay un rasgo significativo en la visión escuálida del asunto: presentan a los asistentes al estrafalario convite como chavistas, aun cuando las figuras más relevantes pertenecen a lo que podría llamarse una rancia clase media que ha sido siempre rabiosamente antirrevolucionaria, incluso a unos niveles caricaturescos.

Y aquí surge una de las vertientes hasta cierto punto humorísticas del asunto, a la que bien podríamos nombrar como “carolinaherrerismo”: muchos de los comentaristas denigran de la fiesta porque la ven como un acto insufrible de nuevos ricos, de gente “recién vestida”, de igualados sociales. En fin, que opinan no tanto como gente preocupada por el frágil ecosistema del macizo guayanés, sino como si fueran aristócratas de cuna, oligarcas de abolengo o expertos autorizados  en asuntos del jet set, como el buen como el buen gusto y la etiqueta.

Por otro lado, ciertos personajes nefastos de la política vieron en el ágape tepuyano una oportunidad para  salir del ostracismo hablando de ecología y de lucha contra la minería ilegal. Sus declaraciones son genuinas piezas del caradurismo. Entre ellos destaca un pequeño ser que creció mucho (para los lados) cuando fue gobernador y convivió feliz con las temibles mafias de selva adentro, lo que no le impide promoverse como referencia moral en esos temas.

La frutería demolida

Para cerrar esta rápida incursión en los recovecos de la mentalidad escuálida, agreguemos otro capítulo de esa telenovela en la que todo, hasta los eventos más intrínsecos del mundo opositor, terminan siendo responsabilidad exclusiva del chavismo. Se trata de la demolición de una frutería en Altamira, territorio carapálida por antonomasia, jurisdicción del aristocrático municipio Chacao, comarca dirigida por un señor inequívocamente opositor, y un hecho que –por lo demás- ocurrió como parte de un pleito judicial entre una empresa privada y otro particular.

Los medios e influencers del escualidismo montaron una de sus típicas escenas con música incidental de violines lastimeros para deplorar la desaparición súbita del tradicional negocio, que en su versión melodramática no fue devorado por la picota implacable del capitalismo, no fue desaparecido entre gallos y medianoche por los poderosos intereses económicos que giran alrededor del valor de la tierra en la zona más cara de Caracas… sino que sucumbió por culpa e’ Maduro y de la decadencia ética que ha sufrido el país desde que es gobernado por chavistas.

Reflexión mediática dominical

Bloomberg busca un archiduque.  En Venezuela sabemos mucho de pseudoacontecimientos montados por la maquinaria mediática para desatar golpes de Estado o invasiones (“humanitarias” o abiertamente mercenarias). Pero, claro, no es un invento local, sino fórmulas de aplicación global.

Para quienes creen que solo los “medios subdesarrollados” aplican esas técnicas, he aquí otra prueba de que no es así: la encumbrada agencia de noticias financieras Bloomberg anunció (con estruendo de noticia de última hora) el inicio de la tan vaticinada invasión rusa a Ucrania sin que se hubiese disparado ni siquiera un tiro de salva.

Media hora después  (un lapso en el que el planeta entero pudo haber entrado en la vorágine de una guerra nuclear), este medio de comunicación retiró la noticia falsa de su hilo y pidió perdón.

Es difícil creer que haya sido un acto involuntario, un error, dada la magnitud del acontecimiento que se anunció y las repercusiones que hubiese tenido, de ser real.

Todo indica que la empresa del archimillonario estadounidense (nieto de judíos rusos) Michael Bloomberg, quería fabricar un evento que, por más que la prensa occidental ha anunciado, no acaba de ocurrir, como es la incursión de tropas rusas en territorio ucraniano. Al parecer, como todavía nadie ha asesinado al archiduque Francisco Fernando (crimen que desató la Primera Guerra Mundial),

Bloomberg quiso inventar mediáticamente un hecho de ese calibre. Grave, gravísimo, un delito de leso periodismo.

Otro ícono de las comunicaciones masivas estadounidenses, The New York Times, se ha dedicado desde enero a difundir informaciones que le dan volumen a los tambores de guerra. Primero fue una nota sobre la supuesta evacuación del personal de la embajada de Rusia en Kiev, abonando así a la tesis de la invasión inminente.

Luego de que esto fuese desmentido, ha publicado “reportajes” en los que se hacen cálculos de la mortandad que ocasionará la invasión todavía hipotética: de entada, 50 mil fallecidos.

Alguna gente, que sigue creyendo en la “reputación intachable” del NYT afirma que si este medio lo dice, por algo será. Olvidan que notas publicadas, con gran despliegue, por el diario neoyorquino en 2002, firmadas por la periodista Judith Miller, contribuyeron a darle credibilidad a la falsa tesis de las armas de destrucción masiva en manos de Irak. Altos funcionarios del gobierno de George W. Bush, como Colin Powell, Donald Rumsfeld y Condoleezza Rice se valieron de la cacareada seriedad del rotativo para sostener esta acusación, lo que les permitió desatar la invasión a Irak, el derrocamiento y la posterior ejecución de Saddam Hussein.

Miller salió discretamente del NYT en 2005, cuando ya era evidente que sus reportajes, basados en fuentes falsas, habían conducido a legitimar la destrucción total de un país y a causar un millón de muertos. Así que  no sería la primera vez que el “respetado” diario propicia (queriéndolo o sin querer-queriendo)  el inicio de una guerra que (en caso de que quede algo del planeta en pie) llenará las arcas del complejo industrial-militar de EE.UU. a consta de muchas vidas.

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