De cómo el Papa Francisco dijo que la OTAN es tremenda perra (+Clodovaldo)
Hoy, día de la Madre, recuerdo a la mía, gocha del páramo, cuando comentaba: “No le dijo perro, pero le mostró el tramojo”
Hoy, día de la Madre, recuerdo a la mía, gocha del páramo, cuando comentaba: “No le dijo perro, pero le mostró el tramojo”.
Citadino al fin, me vine a enterar de qué es con exactitud un tramojo, muchos años después, preguntándole a la señora Google, que es como una madrastra sabihonda. Pero ese no es el punto. El punto es que el papa Francisco, hablando en su elegante italiano, dijo lo que muchos otros dicen con menos gracia divina: que la OTAN es una perra.
Hay que valorar muchísimo que el pontífice se haya atrevido a decir algo así, siendo que él es el jefe de uno de los poderes fácticos de Europa, con regencia sobre las antiguas colonias del Viejo Continente y uno que otro lugar del mundo terreno. Y no se debe obviar que también, por supuesto, tiene atribuciones gubernativas más allá de esta pequeña esfera belicosa que es la Tierra, llegando hasta los confines del universo, si es que el universo tuviera confines.
Siendo (otra vez, según Mamá Google) el obispo de Roma, el romano pontífice, el sucesor del apóstol Pedro, el vicario de Cristo, la cabeza del Colegio Episcopal y el principal pastor de la Iglesia católica (pastor en el sentido humano, no en el perruno, ¡ojo!), el Papa no tendría por qué andar con estas figuras retóricas a la hora de juzgar y flagelar a los mortales comunes.
Bien podría decirles hipócritas a los nuevos fariseos otánicos, igual como Jesús en su hora de la verdad lo hizo con los fariseos originales. Pero no debemos olvidar que este señor es, después de todo, un político con sotana y báculo, así que un día dispara sus críticas hacia Rusia por estar aplastando a los angelitos ucranianos del batallón Azov, y al otro equilibra un poco, diciendo que la banda de los europeos “occidentales”, bajo la jefatura de Estados Unidos, no debió ladrarle en la cueva a Putin, que, por lo demás, es un individuo peligrosísimo, con pinta de rottweiler (esto último no lo dijo el Papa, que conste).
Lo cierto es que así estará la censura por estos días en la culta y refinada Europa, que el mismísimo santo padre tiene que andar con metáforas y símiles para decir lo que quiere decir. Ya podrá usted imaginarse lo que queda para la feligresía común y ni hablar de las posibilidades de expresión para los paganos y descreídos.
En todo caso, objetivamente hablando, la postura de Francisco abona a las argumentaciones que Rusia ha presentado desde antes de emprender acciones bélicas.
Putin viene diciendo, casi desde su incursión en la primera división de la política nacional rusa, que la OTAN debe cumplir los compromisos establecidos luego de la desintegración de la Unión Soviética, de no pretender expandirse más hacia las fronteras rusas, pues eso alteraría el frágil equilibrio geoestratégico de Eurasia. Concretamente, incorporar a Ucrania a la alianza o darle apoyo militar sería entendido como un gesto abiertamente hostil. Y eso fue lo que ocurrió. A eso es lo que el Papa llamó “ladrar en la puerta de Rusia”.
La ultraderecha, que anda envalentonada en Europa, ha dicho que se trata de una nueva prueba de que Francisco es un diablo comunista, el anticristo argentino, la Bestia Roja. Tal vez fue por eso que él (jesuita al fin, es decir, muy astuto) previamente había hecho lo mismo que sus predecesores: condenar la guerra en modo hippie y orar por las víctimas. Así les quitó peso a los argumentos de quienes lo acusan de tener una visión sesgada a favor de Rusia.
Esa primera opinión (la del modo hippie), dicho sea no de paso, había causado bastante desconcierto. No porque esté mal condenar la guerra, sino porque con esa postura se sumó a los individuos y gobiernos que critican unas guerras y se hacen los desentendidos con otras, incluso con las que están ocurriendo de forma simultánea.
Por ejemplo, es algo plausible que António Guterres, secretario general de la Organización de Naciones Unidas, haya ido a Ucrania en persona, de cuerpo presente, a posar haciendo pucheros para fotos y videos delante de las ruinas causadas por la guerra. Pero deja una sensación extraña el que no haya hecho lo mismo con Yemen, Palestina o la República Árabe Saharaui, para solo mencionar algunos lugares del planeta donde justo ahora están lloviendo plomo y bombas. Tampoco se le vio dándose una vueltecita así por Siria, donde hay ruinas como para hacerse 10 mil selfies de terror.
Y sobre Libia, Guterres ha hecho uno que otro taciturno llamado a las fuerzas extranjeras y mercenarias para que abandonen ese territorio (ya no se puede decir que sea un país, así de terrible fue la destrucción causada por la perra OTAN), pero conste que lo ha hecho desde su oficina en Nueva York y por Twitter. Nada de descender al infierno en el que se convirtió la otrora floreciente y pujante nación del Magreb, luego de la intervención “humanitaria” de Europa y EE.UU.
En cuanto al conflicto interno previo de Ucrania, que tiene desde hace varios años características de guerra civil y etnocidio, el máximo burócrata de la ONU no pasó de formular llamados y exhortos a cumplir con los Acuerdos de Minsk, cosa que no hicieron nunca los gobiernos fascistas ucranianos, siendo esa otra de las causas de lo que ocurre actualmente.
Desde luego, se podrá decir que Guterres hace esas cosas (y deja de hacer las otras) porque es el sumo pontífice de un orden político internacional surgido de la Segunda Guerra Mundial, pero que ya se encuentra bastante deformado (el orden, no el secretario). Visto así, no le queda otra opción al amable portugués que ser ambiguo. En su descargo hay que decir que al menos no parece ser de una raza tan obsecuente como (volviendo al tema canino) el perrito faldero Almagro en este lado del océano.
Ahora bien, ¿por qué Francisco habría de actuar también de ese modo sospechoso, dándole más peso a unas guerras que a otras, según quien las protagonice, si todos somos iguales a los ojos de dios? Misterios, no de la ciencia, sino de la Iglesia.
Por fortuna, entonces, Jorge Mario Bergoglio evidenció su propósito de enmienda y al menos le lanzó esa tarascada verbal a la OTAN, haciéndola ver como un cánido imprudente que con sus ladridos ha desatado una guerra en un país cuya desquiciada dirigencia «se moría» por entrar al club occidental. Ahora, eso está pasando, solo que quienes están muriendo para lograrlo no son los gobernantes, sino la gente común e inocente. Algo por demás normal en todas las guerras.
La alegoría perruna, en realidad, fue bastante benévola. El Papa pudo haber comparado a la OTAN con una jauría de hienas. Jesús, tal vez lo habría hecho. Pero hay que agradecerle porque al menos ha fomentado el interés en investigar un poco cuáles han sido las causas geopolíticas de esta guerra y así trascender eso que llaman “la narrativa” otanista, según la cual todo es culpa del psicópata y megalómano Putin, que es un tipo muy malvado, como suelen serlo todos los rusos en las películas de Hollywood.
También hay que admitir que tener un pontífice así, que se esfuerza al menos en aparentar neutralidad, es reconfortante para aquellos que son católicos pero no conservadores ni ultraderechistas, es decir, para la gente que trata de imitar a Cristo y no a los ricachones del Vaticano.
Por ejemplo, para este segmento de la feligresía en un país como Venezuela, esta actitud del Papa debe ser un alivio espiritual, sobre todo si se la compara con la del cardenal Baltazar Porras, el máximo pastor (y ladrador) católico del país. Este monseñor ha retornado triunfalmente a las trincheras mediáticas clamando al cielo imperial -¡tan piadoso como el 12 de abril de 2002!- para que EEUU no levante sus medidas coercitivas unilaterales. Parece que, según él, la grey todavía no ha sufrido lo suficiente.
Reflexiones mediáticas
El pasado martes 3 de mayo fue el Día Mundial de la Libertad de Expresión y, como de costumbre, saltaron EEUU y varios países de la Unión Europea a denunciar las violaciones a este derecho en Rusia, China, Irán, Venezuela, Cuba, Nicaragua y cualquier otro país irredento.
Mientras tanto, está en trámite la extradición de Reino Unido a EEUU de Julian Assange, para meterlo en prisión de por vida, en lo que constituye el caso más flagrante y vergonzoso de persecución a un periodista que se haya presentado a escala mundial en los últimos años y uno de los peores en toda la historia del periodismo de investigación.
Assange irá a dar a la cárcel y quedará silenciado para siempre porque reveló “secretos” de las élites putrefactas de EEUU y Europa, incluyendo crímenes de guerra, casos de corrupción, delitos comunes y barbaridades diversas. Muchos de los grandes medios globales que utilizaron los insumos obtenidos por él, ahora aplauden que se le castigue o miran para otro lado.
El Día de la Libertad de Expresión también transcurrió mientras la mafia otanista y su maquinaria mediática se han atribuido el derecho de filtrar la información a la que pueden acceder los públicos de sus naciones (y del mundo en general) sobre el conflicto de Ucrania. Preocupados por la salud mental de las masas de débiles mentales, tratan de evitar que lean propaganda rusa. ¡Vaya, qué sociedades tan libres!
Y en la misma semana, el gobierno de España (que imparte clases no solicitadas de respeto a la libertad de pensamiento y expresión) detuvo y va a procesar la extradición de un bloguero ucraniano, Anatoly Shari, acusado por las autoridades filonazis de ese país, de ser prorruso. Son las mismas autoridades españolas que se han negado rotundamente a extraditar a Venezuela a Enzo Franchini, presunto asesino de Orlando Figuera, el hombre que fue quemado vivo en Altamira. Alegan que Franchini es un” joven perseguido político por pensar distinto”.
También en España, el diario franquista ultrarreaccionario ABC entrevistó a la portavoz de la cancillería rusa, María Zajárova, pero luego decidió no publicar la entrevista porque a los dueños y directivos del periódico no les gustaron las respuestas, ya que no cuadran con su línea editorial. Una clase de periodismo libre, pues.
Frente a esta efeméride, finalmente, hay que decir que la libertad de expresión tiene obstáculos estructurales o circunstanciales y adversarios abiertos u ocultos en todas partes. El hecho de que uno muestre las contradicciones lacerantes que afloran en esos otros países (que se autoproclaman respetuosos de este derecho humano y lo pisotean a diario) no quiere decir que considere que en Venezuela todo marcha a pedir de boca.
No, en Venezuela se da un caso contradictorio: mientras existe una especie de orgía de expresión en la que se hacen incluso llamados abiertos al magnicidio, sigue habiendo, por otra parte, poco acceso a la información oficial y mucho funcionario que cree que los medios (los del Estado y los privados) existen para que ellos puedan admirar su propia guapura, como hacía Narciso en aquel estanque. Demás está decir que le hacen mucho daño a la Revolución, igual que los medios públicos que han sustituido el periodismo con la propaganda y la noticia con la consigna.
[Nota final: Respecto a esto último, un amigo entrañable me sugiere de vez en cuando que no me ocupe tanto de tales personajes, que eso es buscarse enemigos muy peligrosos o muy fastidiosos y que para enemigos ya tenemos bastantes con los de la derecha propiamente dicha. Lo dice con un zulianismo que nos trae de vuelta al tema del día: “¡No cuquéis al perro!”. Yo trato de hacerle caso, pero entran en juego el peso de tantos años de ejercicio del periodismo y el empeño de honrar el título de profesor con el que algunos me ensalzan. Entonces, vuelvo a contrariar una y otra vez su sabio consejo. ¡Perdón, hermano!, pero llego a creer que es inevitable, por razones de naturaleza. O, para decirlo con un giro refranero que también me recuerda a mi mamá Carmen, porque lo escuché por primera vez en un programa que ella sintonizaba en Radio Rumbos: “Perro que come manteca, mete la lengua en tapara”].
Ver también:
(Clodovaldo Hernández