Opinión

Cuando los terremotos los causa el petróleo

Ya no hay vuelta atrás, los terremotos han dejado definitivamente de ser considerados únicamente como desastres naturales y han pasado a sumarse a las consecuencias de la acción del hombre sobre el medio ambiente. La acumulación de conocimientos sobre el origen de sismos relacionados con grandes obras públicas, la minería y, sobre todo, actividades propias de la extracción de petróleo y gas ha llevado al Servicio Geológico de Estados Unidos a incluir por primera vez los terremotos provocados en su última previsión de riesgo sísmico para las zonas central y este del país.

El tema no es desconocido en España, donde se dio el reciente ejemplo puntual del proyecto Castor, que fue objeto del interés internacional. Los informes científicos dejaron claro que la ola de centenares de movimientos sísmicos de hasta magnitud 4,2 que se produjo en 2013 en Castellón estaba relacionada con el comienzo de operaciones en la plataforma costera Castor, depósito subterráneo estratégico de gas natural. Un caso que ha costado muy caro a los ciudadanos y en el que muchos expertos creen que se minusvaloró el riesgo de que los temblores que ya se sabía que se inducirían fueran tantos y tan importantes.

Respecto al movimiento sísmico de magnitud 5,1 en Lorca (Murcia) hace cinco años, existe una hipótesis basada en datos científicos según la cual se debió, al menos parcialmente, a la extracción continua de agua subterránea. También se han relacionado, en otros países, terremotos con la construcción de grandes presas y con actividades mineras.

El hito que supone la inclusión de la peligrosidad sísmica inducida en un informe oficial en Estados Unidos se debe a que resulta obvia para los expertos la relación entre el gran aumento de la sismicidad en zonas del centro de Estados Unidos, especialmente Oklahoma, Kansas y Texas, con el aumento espectacular de las actividades de extracción de petróleo en yacimientos difíciles y extracción por fracturación hidráulica (fracking).

 

A pesar de la baja densidad de población en esos extensos estados, siete millones de personas viven en áreas afectadas por seísmos provocados, según la previsión. En Oklahoma y Kansas la probabilidad de que se produzca un terremoto de magnitud superior a 4,5 ya oscila entre el 5 y 12%., similar a la de muchas zonas de California, donde el riego sísmico natural es muy alto. Casi toda la sismicidad provocada se relaciona con la inyección en pozos de aguas residuales contaminadas procedentes de la extracción de petróleo y gas y no con la explotación en sí de los yacimientos, ha explicado Justin Rubenstein, director del Proyecto de Sismicidad Inducida en el Servicio Geológico de Estados Unidos. Ha habido bastantes grandes terremotos (superiores a magnitud 3) en los últimos años por esta causa en la zona centro de Estados Unidos, el mayor de magnitud 5,6. En una reunión de la Sociedad Sismológica Americana el mes pasado, Rubenstein recordó que cuando se limitó en Kansas la cantidad de aguas residuales que se podía inyectar, la sismicidad bajó a la mitad en los seis meses siguientes.

El interés por la sismicidad provocada ha llevado a volver la vista atrás, desde que empezó la explotación de petróleo en el siglo XX. La conclusión es que, al menos en Texas, se han producido numerosos terremotos en amplias zonas por causa humana desde 1925, según un estudio publicado la semana pasada en Seismological Research Letters, que refuta la postura de negación sostenida por numerosos políticos de este Estado. Este fenómeno ha aumentado, sin embargo, mucho en los últimos años. Se ha pasado de dos grandes seísmos al año en 2008 en Texas a 12 anuales en la actualidad. La mayoría tiene su epicentro a pocos kilómetros de un pozo de aguas residuales.

 

Los expertos en fracturación hidráulica, técnica en auge en Estados Unidos y Canadá, suelen coincidir en que los movimientos causados por este método no superarían nunca la magnitud 3, que no suele sentirse ni causar daños. Esto ha resultado ser cierto en Texas, según el estudio citado, pero no así en Canadá, donde ha cundido la alarma por el aumento de grandes terremotos en la zona oeste no costera del gran país, que se asocian al “fracking”. En el último año se han registrado dos seísmos de magnitud superior a 4 próximos entre sí. Otro estudio reciente en la misma revista, relativo a Canadá, ha encontrado una fortísima relación entre la actividad humana y terremotos iguales o superiores a 3 en una zona de 454.000 kilómetros cuadrados en Alberta y la Columbia Británica, de baja peligrosidad sísmica natural. Nada menos que el 60% de esta sismicidad se asocia al “fracking”, entre un 30 y un 35% a las aguas residuales y el resto a fenómenos tectónicos naturales. El periodo estudiado es desde 1985 a 2010. Sin embargo, son muy pocos relativamente los pozos alrededor de los cuales se producen estos movimientos pero por el momento no se puede predecir, al proyectarlos, cuáles serían.

Los expertos canadienes creen que la sismicidad asociada al fracking puede ser igualmente importante en Estados Unidos, pero que queda enmascarada por el gran volumen de agua utilizada en ese país en la extracción de petróleo y su consiguiente efecto sísmico.

Por otro lado, los mecanismos por los que se produce un movimiento sísmico (fallas y placas tectónicas) son iguales en uno natural y uno inducido, señalan los expertos, por lo que resulta imposible diferenciarlos en muchos casos. Las regiones con sismicidad inducida se identifican por un fuerte aumento en el número de terremotos en un área determinada y luego se estudia su posible relación con actividades humanas. Lo importante para ellos no es tanto identificar la causa concreta en cada lugar como alertar para establecer medidas de protección de la población y los bienes en zonas que no se consideraban antes de riesgo sísmico.

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