Opinión

Cosas absurdas, necias, locas y garciamarquianas oídas tras la victoria de Petro y Francia (+Clodovaldo)

Nada como una victoria de la izquierda castro-chavista-terrorista-putinesca y la consecuente derrota de la derecha recalcitrante-ultramontana-repugnante

Nada como una victoria de la izquierda castro-chavista-terrorista-putinesca y la consecuente derrota de la derecha recalcitrante-ultramontana-repugnante (como dijo alguien una vez) para que se genere toda una corriente de declaraciones absurdas, necias, locas y hasta garciamarquianas, no por bien escritas, sino por parecer inspiradas en el realismo mágico.

Por ejemplo, ¿cómo pueden caracterizarse esas expresiones lastimeras (y lastimosas) del tipo: “Ahora los pobres colombianos sabrán lo que es emigrar forzosamente de su patria debido a la persecución y la falta de oportunidades?”.

Uno lee la cuestión y se pregunta qué cree esta persona que han estado haciendo los colombianos los últimos 70 años. O, tal vez sea mejor decir “qué quiere hacer creer esta persona” porque la mayoría de estos comentarios no son el producto de la ingenuidad o la ignorancia, sino del deliberado interés en manipular a otros.

En todo caso, suponiendo que alguien piense esto de buena fe, habría que preguntarse qué clase de paraíso en la Tierra se imagina que es Colombia y cómo un ser humano medianamente bien informado puede tener semejante idea en la cabeza cuando estamos hablando de un país donde –para solo mencionar un asunto– los militares se echaron al pico al menos a 6 mil inocentes y los disfrazaron de combatientes guerrilleros para que los oficiales se ganaran galones, estrellas y soles en sus charreteras y para que el presidente democrático de turno dijera que su política de seguridad era un exitazo nunca antes visto.

¿Será que alguien en su sano juicio puede “pronosticar” una diáspora por motivos políticos y económicos en una nación que viene lanzando a sus hijos al mundo de manera continua y no pocas veces creciente durante más de medio siglo?

¿O será que piensan que los millones de colombianos que han migrado a Venezuela, Estados Unidos, Europa y muchos otros destinos en la segunda mitad del siglo pasado y las primeras décadas del presente lo hicieron porque en su país estaban demasiado bien? ¿O será que ya preveían que Petro y Márquez iban a ganar estas elecciones en 2022 y dijeron, con decenios o años de adelanto, “vámonos antes de que llegue la plaga”?

Entre las frases más delirantes generadas por la derrota está la advertencia de “en los próximos cuatro años los colombianos sabrán lo que es sufrir”.

Bueno, cada quien es libre de hacer las predicciones que le parezcan pertinentes o las que logre ver en alguna bola mágica o en la borra del café, pero ¿acaso puede hablarse de conocer sufrimientos cuando se hace referencia a un pueblo que todos los días, desde tiempos inmemoriales, sufre masacres, asesinatos selectivos, desplazamientos internos e inauditas desigualdades sociales? ¿De verdad creen que ese pueblo no ha sufrido y que ahora es cuando va a conocer los sufrimientos?

En la categoría de expresiones necias hay que anotar las referidas a Petro como un temible exguerrillero, a sabiendas de que él se dejó de eso hace muchísimo tiempo, mientras los que se le oponen no han parado de atentar contra la paz y de matar gente hasta el mismísimo sol de hoy.

En este punto merecen un pequeño comentario ciertos personajes venezolanos que enarbolan el discurso de que a Petro no se le puede perdonar su pasado de combatiente armado, pero que en su momento fueron admiradores y apologistas de, por decir un nombre, Teodoro Petkoff, que también –cuenta la leyenda– estuvo en la guerra de guerrillas y no como un soldado raso, sino como “el Comandante Roberto”. ¿Quién los entiende?

Está claro que alguna gente no se siente obligada a ser coherente con su pasado lejano. Otras personas dicen o escriben notas que se contradicen con lo que dijeron o escribieron la semana pasada o hace un mes. Pero hay unos peores: se llevan la contraria a sí mismos en una sola parrafada. Son unos bárbaros.

Por ejemplo, analicemos estos dos enunciados: «Colombia cae en manos de la izquierda por primera vez en 200 años» / «La izquierda es culpable de todo lo malo que ha ocurrido en Colombia». Ajá, no sé si es que he entendido mal, pero para mí que estas dos locuciones, dichas por separado pueden tener mucho peso argumentativo, pero juntas en el mismo texto suenan a flagrante contradicción porque, caramba, ¿si no ha gobernado nunca cómo puede ser la culpable de todo lo malo? ¿No debería tocarle una parte de la culpa –en justicia, la mayor parte– a la oligarquía y la ultraderecha que tienen dos siglos en el poder?

Ya en el fondo de la sentina nos encontramos no con frases, sino con sintagmas típicos de la titulación periodística, como la portada de la revista Semana horas antes de las elecciones: fotos enfrentadas de los rostros de los dos candidatos de la segunda vuelta y las palabras «Exguerrillero o ingeniero». Fue lo que llaman una pancada de ahogado que quedará anotada en los anales de la canalla mediática, un intento de hacer ver que el caricaturesco, troglodita e impresentable Rodolfo Hernández tenía más méritos que Gustavo Petro.

Y también en el campo de la guerra comunicacional, quedó registrado el primer intento de la pérfida, clasista y racista televisión «informativa» colombiana de humillar a Francia Márquez en el estreno de su nueva condición de vicepresidenta electa, haciendo ver que  ella se conformará con vivir sabroso en términos individuales, disfrutando de los lujos de la casa oficial bogotana.

Aquí vale la pena recordar una frase  del genio del realismo mágico latinoamericano Gabriel García Márquez: «el periodismo es la profesión que más se parece al boxeo». Si eso es verdad, en este caso la periodista (blanca y maquilladita como si caminara por la alfombra roja de los Grammy Awards) perdió por nocaut o, como se diría en la calle, la Negra Francia le dio hasta con el tobo.

Más reflexiones sobre periodismo

Mañana es el Día Nacional del y la Periodista, remembranza de la aparición del primer Correo del Orinoco, en 1818. Son muchas las reflexiones que podrían exponerse. Pero vamos a quedarnos con dos.

La primera es insistir en que no hay en el mundo un caso tan flagrante, ignominioso y depravado de violación a la libertad de expresión y de persecución a un periodista de investigación como el de Julián Assange, acusado de revelar secretos de seguridad nacional de Estados Unidos, pero cuyo pecado real fue divulgar crímenes de lesa humanidad cometidos por la pandilla que gobierna ese país.

Los organismos  internacionales y las ONG especializadas en la defensa del periodismo y la libertad de información son muy duras con los países del sur global, especialmente con los que tienen gobiernos no sumisos a los del norte. También son muy estrictas con los casos que se plantean en naciones  del “autoritarismo global” (así le dicen ahora), como Rusia y China, pero su firmeza se disuelve «misteriosamente» cuando se trata de Estados Unidos, sus aliados europeos y los gobiernos lacayos de derecha y ultraderecha en los otros continentes.

El de Assange –no debemos olvidarnos– es una revancha contra el director de WikiLeaks y es, principalmente, un escarmiento para que sepan a qué se van a enfrentar quienes osen divulgar información que los dueños del poder hegemónico mundial consideren que debe permanecer oculta. Por eso la extradición del comunicador a Estados Unidos, ya acordada por Londres, es repudiada por todos los periodistas que no están dedicando su trabajo a sostener ese megapoder.

La segunda reflexión es acerca del estado actual del periodismo en Venezuela. Luego de años de guerra mediática, en la que los medios opositores privados fueron factores cruciales de desestabilización política y económica, el campo revolucionario puede decir que está ganando el conflicto porque ya esos medios no tienen el poder que tuvieron y de algunos apenas si quedan las ruinas  (físicas o morales). Fueron a la guerra y la están perdiendo. Citando la letra de un tema de Fito Páez, “No es bueno nunca hacerse de enemigos / Que no estén a la altura del conflicto / Que piensan que hacen una guerra/ Y se hacen pis encima como chicos”.

Todo eso es cierto. Pero eso ha llevado a muchos funcionarios y líderes a creer que deben someter y controlar a todo ser humano que pretenda divulgar información, incluyendo periodistas profesionales y comunicadores populares.

Se llega a extremos absurdos como las ruedas de prensa sin preguntas o las entrevistas con preguntas previamente filtradas y a la situación embarazosa de que hasta altos jerarcas aleguen que no pueden declarar sobre un tema de su obvia competencia porque «no tienen permiso».

Todo eso atenta contra el ejercicio de la comunicación y obliga a buscar fuentes y voceros diferentes a las oficiales, lo cual casi nunca es favorable para la Revolución.

Esto, por cierto, se ha dicho y repetido muchas veces. Nuestro profesor Earle Herrera (a quien en estos días todos hemos recordado mucho), con su inmensa autoridad ética y técnica, no se cansó nunca de advertirlo, pero tal parece que estas desviaciones se instauraron como un patrón de conducta, como una cultura (o una anticultura) en todos los rincones del Estado.

Nota final: Aprovecho para dar las gracias al jurado del Premio Nacional de Periodismo que decidió otorgarme esta distinción en el renglón de Periodismo de Opinión. También les agradezco a quienes han comentado esa decisión, tanto a los que me han expresado su cariño, apoyo y felicitaciones, como a los que han aprovechado el momento para criticar mi trabajo y hasta para insultarme (sería el colmo que yo, teniendo tan privilegiadas tribunas, me indignara con la opinión ajena y mucho menos con eso que llaman maldiciones de burro negro).

Comparto el reconocimiento con el joven y pujante equipo de LaIguana.TV y con mis compañeros y compañeras de los otros medios que publican o reproducen mis trabajos: TodasadentroCiudad CcsÉpaleEl Especulador PrecozDiario Vea, 4F, Correo del OrinocoYVKE MundialRNV, la Radio del Sur y Colarebo.

Clodovaldo Hernández

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