Opinión

La piel del lagarto

Cierta crítica literaria procuró analizar el texto creativo sustrayéndolo de su contexto, e incluso, de su autor

Cierta crítica literaria procuró analizar el texto creativo sustrayéndolo de su contexto, e incluso,  de su autor. No logró, sin embargo, dar con “el grado cero de la escritura”. Por eso, la lectura de La piel del lagarto, libro de relatos donde Jorge Rodríguez muestra la piel de sus vivencias juveniles, nos remite a una ciudad, a un cerro, a una dialéctica de amores y violencia, a un tiempo histórico y a una Tierra de Nadie que es espacio universitario, pero sobre todo, huella espiritual.

Jorge cuenta, relata, en una época en que la gente ha dejado de contar. Corren los años de la década de los 80, a cuyos jóvenes se les calificó con efectismo fraseológico de “generación boba” y a la situación toda de América Latina de “década perdida”. La literatura entonces se vuelve hacia sí misma y el compromiso del escritor  se reduce a un acto umbilical. El sujeto de esa literatura de la “era del vacío”, nos dice Luis Brito García, es “el desubicado, el perplejo, el ser a la deriva y en declinación”.

A contracorriente de esa narrativa ensimismada, aparece el cuento: “Dime cuántos ríos son hechos de tus lágrimas”. Entonces el concurso de El Nacional era prestigiosa referencia de narradores nuevos o consagrados. Jorge Rodríguez gana el certamen y la crítica saluda un relato que nos regresa a la esencia del cuento, esto es, al arte de contar. Leemos una historia policial sin truculencias literarias, con una dosis de humor desde donde los personajes parecen decirnos: “no le cuentes a nadie mi historia”, mientras nos la van contando.

Luego viene un largo silencio literario durante el cual no supimos más del cuentista Jorge Rodríguez. Leímos algunos artículos suyos sobre sus lecturas, pero no buscábamos a un ensayista, sino al narrador. Echábamos la culpa a su oficio de psiquiatra o al de alcalde. El libro La piel del lagarto viene a salvarlo del juicio de los dioses y del más implacable, el de los lectores, con la esperanza de que no  vuelva a desaparecer de esos espacios donde el humor negro y el decir poético nos cuentan un tiempo, una ciudad, una universidad, un cerro y una juventud que llenaron de vida una época escéptica, pero no perdida.

Earle Herrera

Periodista / Profesor UCV

/N.A

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