Che. Un hombre de otra época
El aniversario de la caída del Che que hoy conmemoramos en su quincuagésimo aniversario nos trae el recuerdo de un hombre que incluso después de su muerte, ha resistido en el tiempo las falsas imágenes que se pretendieron erigir en torno a él
Hablar del comandante Ernesto Che Guevara entraña una gran responsabilidad y un inmenso honor. Pocas personalidades de la historia contemporánea han copado la multitud de opiniones y comentarios de índole tan disímil, que su figura ha transitado por las inconmensurables facetas de leyenda o aventurero y "Quijote" del siglo XX, con la misma intensidad.
El problema de fondo es que el Che no fue un hombre de su época. Como todas las grandes personalidades de la historia, se antecedió a ella. Su visión de mundo transcurría mucho después de los acontecimientos cotidianos que le tocó vivir, y como aquellos adalides extraordinarios, podía otear los sucesos del futuro, adelantándose a su época. Como Bolívar y Fidel, como Einstein y Galileo, como Newton, Darwin y Copérnico, el Che fue un incomprendido, alguien que con su práctica trazó un camino señero en el comportamiento del hombre del futuro, a partir de una práctica y de una cotidianidad basada en el realce de los mejores valores de la condición humana para ponerlos al servicio de la construcción de una nueva sociedad en la que la humanidad pueda, en plenitud de condiciones, desatar su espíritu constructor de un mundo mejor.
El aniversario de la caída del Che que hoy conmemoramos en su quincuagésimo aniversario nos trae el recuerdo de un hombre que incluso después de su muerte, ha resistido en el tiempo las falsas imágenes que se pretendieron erigir en torno a él. Mucho se ha hablado del Che como un estereotipo, como un mito mediante el cual el movimiento revolucionario y especialmente Cuba intentaban edificar una falsa "deidad" que sirviera para desatar el ímpetu de la lucha contra el capitalismo y el imperialismo; es decir, como si fuera un "Superman" comunista que permitía desbrozar el camino de la revolución.
Desde el momento de su muerte, la propaganda imperialista pretendió asociar al Che con la idea de fracaso, de derrota, de fin de una época. Así, su ausencia física y el fin del proyecto que inició en Bolivia se podía exponer como la liquidación de una idea y de la posibilidad de construir un mundo distinto. Aunque no existía la posverdad y los medios de comunicación no eran tan tenebrosamente poderosos como ahora, la falsificación de la historia pretendía eliminar la mejor imagen de lucha inclaudicable y desinteresada que un hombre podía emprender en contra de los explotadores, incluso al precio de sacrificar su propia vida. Se equivocaron. Con su sangre, el Che sembró un camino que no se ha dejado de transitar ni un solo día de la historia de nuestra América.
La amplitud del pensamiento político y las facetas que transitó en su fructífera vida nos permiten tener una visión, si no acabada, bastante aproximada de la impronta del comandante Ernesto Guevara. El Che dedicó parte de su vida a teorizar sobre la estrategia y la táctica para la toma del poder en América Latina. Muy comúnmente se le ha adjudicado una supuesta visión dogmática respecto del papel de la lucha armada y la guerra de guerrillas como única opción para la toma del poder, acusándolo, además, de intentar extrapolar la experiencia de la revolución cubana. Sin embargo, la realidad es que, como lo reflejan sus escritos, siempre concibió la lucha guerrillera como lucha de masas, como lucha popular.
Muy pocos analistas de la época (y él no era un analista sino un luchador social) tuvieron la capacidad del Che para esbozar una interpretación tan acabada de la forma como se manifestaba la acción imperialista en América Latina, también en África y Asia. Así mismo, estudió y expuso acertadas ideas respecto de la situación económica de la región, la lucha de clases, el papel del Estado y el carácter de la revolución. Así mismo, su conocimiento de la historia latinoamericana, su capacidad para tener una visión totalizante de la problemática global y su influencia en los países subdesarrollados le permitieron construir un sólido paradigma que aportaba sustancialmente al camino de la liberación.
Vale decir que, como es conocido, no se quedó en la confección teórica. Su obra es, sobre todo, práctica. La llevó a cabo en su quehacer como estadista, como dirigente político, edificador de instituciones en la Cuba de los primeros años de revolución, también en la lucha en la Sierra Maestra y en las misiones internacionalistas en diferentes latitudes y longitudes del planeta.
La lucha ideológica cobró fuerza en estas condiciones, no sólo en el proceso de construcción socialista en Cuba, también en los debates que se generaban por la influencia de la revolución en los luchadores y en las organizaciones políticas de la región. Esto es primordial para alejarlo del dogma y ubicarlo responsablemente en su condición de pensador dialéctico y de ejecutor práctico de los procesos de transformación de la sociedad. Afirmó que "la Revolución Cubana ha mostrado una experiencia que no quiere ser única en América Latina", y reprochó a quienes trataron de "implantar la experiencia cubana sin ponerse a razonar mucho si es o no el lugar adecuado". Pareciera que estaba "mirando" el futuro más inmediato cuando solo tres años después de su muerte, habría de fructificar esta idea en Chile de la mano del presidente Salvador Allende, en la Revolución Sandinista un poco más de una década posterior a su partida, y en los recientes procesos populares que el devenir del siglo XXI trajeron para América Latina y el Caribe.
Así mismo, contrario a lo que se suele pensar, jamás hizo de la lucha armada una condición obligada del camino revolucionario. Opinaba que ello dependía de encontrar el momento adecuado en que existieran las circunstancias que la hicieran posible, para lo cual eran necesario dos factores que deben complementarse en lo subjetivo: "…la conciencia de la necesidad del cambio y la certeza de la posibilidad de este cambio revolucionario", a lo cual agregaba como imprescindible la existencia de condiciones objetivas, la firmeza en la voluntad de lograrlo y una correlación de fuerzas favorable en el mundo, entendiendo, sí, que era responsabilidad de los luchadores revolucionarios trabajar por crear esas condiciones y no sentarse a esperar que ellas maduraran por sí mismas. Pensaba que las fuerzas progresistas debían "utilizar hasta el último minuto la posibilidad de la lucha legal dentro de las condiciones burguesas", como lo expuso con determinación en su obra Táctica y Estrategia de la Revolución Latinoamericana. Sin embargo, no dejó de alertar acerca de que una victoria electoral del movimiento popular, que diera paso a la aplicación de un programa de gobierno orientado a grandes transformaciones sociales en un país, traería necesariamente la resistencia de los instrumentos de dominación de clase, en particular de las fuerzas armadas, a fin de impedir la ejecución de tal programa, afirmando premonitoriamente que esa ejecutoria podría devenir en golpes de Estado como lamentablemente ocurrió en varios países de nuestra región muy pocos años después de la muerte del Che.
En su rol de estadista, el comandante Guevara dejó una estela de dignidad y principios. En julio de 1960, durante un congreso latinoamericano de juventudes, expresó incluso comprensión hacia aquellos gobiernos latinoamericanos que se prestaban para confabularse al lado de Estados Unidos en su agresión contra Cuba, y se manifestó respetuoso de la soberanía de esos países, pero precisamente aquí en Uruguay, en Punta del Este en agosto de 1961, solo unos meses después de la derrota de la invasión mercenaria en Playa Girón, el Che advirtió que Cuba no podría ser separada del corazón de las naciones latinoamericanas y que lucharía por no ser apartada de la organización que los agrupaba, aceptando incluso que la Alianza para el Progreso podría llevar una mejoría de las condiciones de vida de decenas de miles de habitantes de la región. No es la opinión del guerrero desalmado que el imperialismo y sus voceros han querido mostrar, sino de un líder, un estadista que ante todo tenía la capacidad de entregar una gran cuota de amor y solidaridad a la humanidad, poseedor de una inconmensurable flexibilidad táctica en el análisis, mente fría y pasión revolucionaria en el tratamiento de asuntos sumamente complejos.
Ese sentir humanista del Che lo llevó a una vida de sacrificios en pro de dar el ejemplo sin proponérselo, sino como actitud cotidiana de vida, a diseñar y seguir caminos. Estuvo totalmente alejado de la vanagloria personal. Percibió como nadie la necesidad de un hombre nuevo que debería estar motivado por valores que superaran la visión mercantilista del trabajo, lo cual se manifestó en los hechos, en la promoción de un gran movimiento de trabajo voluntario que encaraba la construcción de la obra humana alejada de la búsqueda del beneficio personal, que, para el Che, era parte sustancial de la edificación del socialismo en Cuba, creando preceptos que no han sido mellados por las necesarias transformaciones que se deben hacer para enfrentar los retos de una economía mucho más interdependiente en el marco de un sistema capitalista cada vez más agresivo e intervencionista.
La consumación de la obra del Che vino dada por su convicción internacionalista, que lo llevó a una prédica de la cual no quiso estar apartado en la práctica. Esta semana estamos recordando precisamente los primeros cincuenta años desde que aquel 8 de octubre diera un paso a la inmortalidad, entregando su vida en las selvas de Bolivia, dando con ello al internacionalismo el horizonte más alto de desprendimiento en favor de la humanidad, sin importar en qué rincón de la geografía del planeta se lucha y se está dispuesto a la victoria o la muerte.
El Che se entregó al internacionalismo como expresión de solidaridad activa en su proyecto de luchar por una sociedad mejor, de manera leal, auténtica y aherrojado de un soporte ético que le hacía ponerse al frente de cualquier tarea que enfrentara, incluso la postrera, hace ya cincuenta años, lo hizo como siempre, como un soldado más, alejado de las glorias de su pasado como comandante de la Revolución Cubana o como dirigente del más alto nivel del gobierno de la Cuba revolucionaria. Lo encaró con el mismo desprendimiento con que se incorporó al Granma, entusiasmado por el inicio de la epopeya que Fidel le había propuesto. Lo hizo con la misma entereza que le permitió resistir los brutales ataques de asma en la humedad de la selva tropical de la Sierra Maestra. Lo asumió con el mismo fervor con que resolvió las responsabilidades gubernamentales de una gestión que se inició casi de inmediato bajo el asedio imperial.
¡Y cuando cayó, llegó a la muerte, con la misma convicción que vivió, para estar junto a nosotros, encabezando las nuevas batallas que se libran y se habrán de librar hasta la victoria, siempre!!!!
*Palabras en la conmemoración del Quincuagésimo aniversario de la caída del Che en el acto organizado por el Sindicato Único de la Construcción y Anexos (Sunca) de Uruguay, el 4 de octubre de 2017.