Caracazo en Quito
Otro metafórico venezolano, Rafael Caldera, dijo frente al “Sacudón” de 1989: “Venezuela era la vitrina, la show-window de América Latina; lo pobres de los cerros han roto a pedradas la ventana
Quito, frente al espejo, refleja la Caracas del 27 de febrero de 1989. La imagen guarda las diferencias de distancia y tiempo, pero en general, causas y efectos, abusos y torpezas se repiten. Allí está el paquetazo del FMI y la sumisión de un presidente con su gabinete a los designios de un organismo que recuerda a Atila. Allí están los pueblos, bajando de cerros y confines.
Cuando el Caracazo se convirtió en un reguero de muertos, el presidente del partido Acción Democrática, Gonzalo Barrio, se refugió en una metáfora: “Hemos recibido el beso mortal del FMI”. Lenín Moreno, menos culto y refinado que el afrancesado Barrios, escupió: “Los más violentos son enviados del dictador Maduro”. Prosaico o con elegancia, era el mismo avestruz, escondiendo la cabeza en el arenal del neoliberalismo.
Otro metafórico venezolano, Rafael Caldera, dijo frente al “Sacudón” de 1989: “Venezuela era la vitrina, la show-window de América Latina; lo pobres de los cerros han roto a pedradas la ventana”. La Revolución Ciudadana no era una vitrina, pero por primera vez los pobres y los pueblos indígenas eran atendidos y visibilizados. La traición de Moreno y el paquete del FMI les arrebataron el pan de la boca y el libro de las manos.
La oligarquía quiteña acusa de la rebelión popular a Maduro y Correa. La venezolana culpó del Caracazo a Fidel Castro (había estado en Venezuela 14 días atrás) y a los guerrilleros de los 60, muchos de ellos ya para entonces con el mismo caminar del papá de Piero, “como perdonando el viento”. Allá, desaparecieron los parlamentarios cuando el pueblo ecuatoriano irrumpió en el Congreso; aquí, diputados y senadores corrieron a quitar las placas oficiales a sus vehículos para que el pueblo caraqueño no los identificara.
Hubo una diferencia de tipo personal (o subjetiva, diría un compa ñángara): Lenín Moreno abandonó Quito y se escondió en Guayaquil. Carlos Andrés Pérez permaneció en Miraflores, al frente de la masacre. Dos demócratas: el de allá, huyendo del pueblo; el de aquí, ordenando ametrallarlo.
Pero ambos cayeron el día que bajaron los cerros aquí y los indígenas allá. El gobierno de Pérez sobrevivió tres años más, caído. El de Moreno, tendrá igual suerte. La caída de este falso Lenín la predijo, en 1917, un tal Vladimir Ulianov, el propio.