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Ludovico Silva: Un marxista de otro mundo

Tenía algo de ángel, según algunos, de ángel enfermo. Su interpretación de la obra de Marx fue tan profunda y bien argumentada que todavía es incomprendida. A pesar de la clarividencia que mostró en sus análisis, falleció en 1988 sin imaginar los grandes acontecimientos que vendrían en el mundo y en Venezuela. Por eso, de acuerdo con Eduardo Rothe (el profesor lupa), fue un revolucionario que murió sin revolución

Ludovico me pareció un ángel, una de esas personas que encarnan pero que no pertenecen a este mundo”, dice el escritor Oscar Marcano, quien vivió el trance místico de visitar la casa del insigne filósofo un par de veces.

Ludovico no se llamaba Ludovico, sino Luis José, pero durante su intensa vida de estudiante de Filosofía en Europa (varias de las mejores universidades de España, Francia y Alemania lo vieron pasar) recibió ese apodo de profundas reminiscencias artísticas, pues Ludovico de Ariosto fue un gran poeta del Renacimiento italiano. El seudónimo tomó posesión de aquel inquieto joven, al punto de convertirse en el nombre con el que desarrolló una larga carrera como profesor universitario, editor de varias revistas, autor de numerosos libros de alta densidad filosófica y, para hacerle honor al apelativo, poeta de gran renombre. Ludovico era hermano de otros dos destacados académicos: José Agustín y Héctor Silva Michelena, solo que ellos —uno sociólogo, el otro economista— siempre usaron los dos apellidos, mientras Ludovico se quedó con el Silva a secas.

La visión de Ludovico Silva como un ser de otro mundo era común. Entre sus compañeros de la República del Este (una peña de intelectuales y beodos que arruinó varias tascas y bares en los años 70 y 80) decían que tenía voz de ángel enfermo. “Era así: una de las personas más bellas e íntegras que he tenido el privilegio de conocer”, subraya Marcano, quien tuvo esa experiencia gracias a su amistad con el poeta Efraín Valenzuela.

Valenzuela no solo fue amigo de Silva. También es uno de los estudiosos más profundos de su obra. Por eso, a menudo, diserta sobre ella y trata de mantenerla viva. En artículos, en conferencias, en diálogos comunes, procura explicar lo que Ludovico escribió magistralmente en su nutrida obra bibliográfica, por ejemplo: que “el capitalismo es capaz de transformar en valor de cambio (léase mercancía) todo cuanto toca: es el único valor verdaderamente valioso para él”.

Para estudiar la obra de Silva hay que disponer de varias vidas y tener una formación avanzada en Filosofía y en marxismo. Muchos lo consideran no solo un conocedor erudito de la obra de Marx, sino un innovador de las interpretaciones, un rebelde frente a las pretensiones —tan en boga en esos tiempos— de convertir al marxismo en un recetario. En buena medida, su visión del marxismo estuvo tan adelantada que aún hoy sigue siendo incomprendida.

“Era un honesto, modesto e impecable académico”, según lo define Eduardo Rothe, también conocido como El Profesor Lupa, quien estudió Filosofía en la Universidad Central de Venezuela en los años 60, hasta que abandonó las aulas para declararse combatiente revolucionario internacional. En cierto modo, Rothe también lo consideraba un ser con poderes extrasensoriales pues, a su juicio, “tenía todos los elementos filosóficos e históricos (salvo la dialéctica) para ver el futuro, para esperar y hacer venir la revolución”. A pesar de esas dotes para la clarividencia, Rothe dice que Silva, quien falleció en 1988, a los 51 años de edad, no pudo prever ni el derrumbe de la URSS ni la llegada de Chávez ni el camino de la espada de Bolívar por América Latina. “Triste —dice Rothe—. Ludovico me recuerda la frase de (Raoul) Vaneigem (un filósofo belga): ‘Las madrugadas en que se rompe el abrazo de los amantes, son idénticas a las madrugadas en que mueren los revolucionarios sin revolución’”.

POR CLODOVALDO HERNÁNDEZ

/N.A

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