Opinión

Lamento con armadura

Revolcado por los lechuginos, petimetres y mascachicles, estirando su pescuezo de morrocoy flaco, esperando ver un chance, un huequito por dónde colarse, y el huequito llega en forma de boquete y Henry arruga… o lo hacen arruga

Finalmente parece que Ramos Allup se quedará con los crespos hechos. Su motor arrechísimo  enchumbado por la pena. Henry, aquel que a sus setenta y tantos años, en 2015, fue elegido por las damas caceroleras como el político más sexy del país, según publicó un medio digital escualidísimo, de esos que mienten de con tal descaro, que no les tiembla la tecla para asegurar que Henry está de rechupete. Y estuvo de rechupete, porque si lo dijo El Efecto Tuyuyo, tiene que ser verdad. Y así fue el papachongo de la política, el presidenciable, el Ave Fénix blanco adeco, hasta que los mascachicles se lo llevaron por delante y él, quién sabe por qué causa mayamera, se dejó arrastrar.
 
Revolcado por los lechuginos, petimetres y mascachicles, estirando su pescuezo de morrocoy flaco, esperando ver un chance, un huequito por dónde colarse, y el huequito llega en forma de boquete y Henry arruga… o lo hacen arrugar.
 
Recostada a la biblioteca llena de libros con lomos dorados, fotogénicos, intactos; la falsa armadura antigua que compró en Toledo, mira a Henry y le susurra: “tanta alharaca, tanto manoteo, tanta euforia estridente, y mírate, bailando pegado con los lechuginos, obligado, apagado. Se te acabó esa burla chillona tan colorida que te caracterizó y que tanto juego daba. Tus ocurrencias, tu chispa, tu lenguaje romulero… No queda sino un cascarón vacío, sin más aspiraciones que no sean conservar lo que con tanto empeño, empeñando al país, lograste tener allá en Miami.
 
Lo triste, Henry -continuaba sollozante la armadura- es que dabas para mucho más. Yo no te veo retirado en el norte, paseando bicicleta con Diana por South Beach, metido todo el día en un mall, o peor, dando discursos con Pablo Medina en el Arepazo del Doral. No Henry, tú no naciste para ser un nadie con plata en Miami. Tu naciste para ser Ramos Allup, el dirigente histórico de un partido histórico, aunque la historia no los favorezca, claro, pero qué culpa tiene la historia de las adecadas de AD… No, Henry, tú no pintas nada fuera de este país, y lo sabes.
 
Yo, como armadura que soy, también tuve mis aspiraciones, y contaba contigo para alcanzarlas: me imaginé siempre, llegado el día, que me vestirías y saldríamos a la calle en nuestra propia cruzada, al grito de ”adeco es adeco hasta que se muera”, para barrer al chavismo. Latió mi corazón de lata cuando te vi sacar los cuadros del que te conté del Palacio Legislativo. Aceité mis articulaciones anticipando la batalla. ¡Ese es mi gallo! grité emocionado y me sentí joven de nuevo, deseoso de una gran Romería Blanca, ¡AD, juventud, AD, juventud…!
 
Mas mi entusiasmo se apagó de golpe cuando te vi en una tarima con la catirita mosquita muerta y el nazi de metro y medio que terminó escondido a la embajada de Chile. Sentí el picor del óxido corroer mis entrañas, como una señal, una premonición del negro abismo al que seríamos arrastrados, compañero. Esas trencitas alpinas eran definitiva y evidentemente pavosas, y ni hablar de los brinquitos que daba el metro y medio cuando comandaba a los guarimberos. No entiendo cómo tú, tan sagaz, no te diste cuenta.
 
Bueno, tampoco quiero ser tan dura contigo -prosiguió la armadura al ver que Henry hundía la cabeza para ocultar un irreprimible puchero. Yo ví como intentaste maniobrar en esa densa nube de mediocridad y reptilismo. Me pareció genial cuando filtraste la conversación de Diana acusando con papá D’Agostino a los lechuginos y petimetres que querían destruir al país. Volvió la esperanza a mi caparazón vacío, y volví a gritar ”Ese es mi gallo”.
 
Piaste, pero volviste a callar, pajarito. Te vi piar otras veces, como cuando aseguraste en la tele que AD iba a elecciones, en bajada y sin frenos. Y yo, que quiero creerte, otra vez de pie aplaudiendo, aunque vivo de pie porque soy una armadura decorativa, claro. Pero una te cree hasta que deja de hacerlo, Henry, porque no puede ser que pocos días después de decir que íbamos a ganar todas las gobernaciones, das esa rueda de prensa sentado en una mesita enclenque, con tres micrófonos apagados, y nos dices que no vamos… ¡Que no vamos! Una armadura seria no puede con tantos golpes, sin terminar abollada.
 
Y te dejaste representar en el diálogo por Rosales y Julio Borges ¡Julio Borges! ¿En serio, Henry? Tú, con tu despierta inteligencia, con tu carisma, con esa verborrea envolvente; te pusiste de lado y te perdiste, de paso, de pasar unos días en La Romana a todo trapo, chico. Y ahora, tampoco vas a las presidenciales, vale, para bailar, oootra vez, en comparsa hacia el barranco con esos sifrinos que se burlan de la ropa de Diana, de su melena platinada años setenta, que tan bien le queda… envidiosos sifrinos que no tienen armaduras en sus bibliotecas… que no tienen bibliotecas para poner una armadura…
 
Sinceramente no sé lo qué te está pasando, Henry, no sé qué pasó con tus motores arrechísimos. Lo que sí te digo es que ni sueñen que me voy a ir a Miami para oxidarme allá mientras Jaime Bayly te insulta como insultó a tu amigo Poleo. Ni se te ocurra embalarme y embalarte en plástico de burbujas para que terminemos cubiertos de polvo y telarañas allá. Si insistes dejarte lanzar a control remoto y como un suicida por los barrancos lechuguinos, no cuentes más conmigo, porque esta armadura, aunque falsa, tiene cierta dignidad y ¡No es no!”

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