Opinión

La gasolina obrera

Lo cierto es que no serán recursos adicionales y, por tanto, no tiene sentido contar los pollos antes de que nazcan

El Congreso de los Trabajadores del Partido Socialista Unido de Venezuela le ha pedido al presidente Nicolás Maduro que sincere los precios de la gasolina. El jefe del Estado, naturalmente, les ha tomado la palabra y ha anunciado que se hará, pues la voz del pueblo es la voz de Dios. Sin embargo, no es algo que se ejecutará de inmediato, y es comprensible porque si uno va a tomar una medida que tiene veinte años de atraso no debería tener el mal tino de convertirla en un pésimo regalo de Navidad.

En 1989, el presidente Carlos Andrés Pérez recibió la misma recomendación de los jóvenes tecnócratas de su gabinete recién estrenado y por poco no llega al primer mes de gobierno. Claro que había una gran diferencia: ellos no representaban la voz de Dios, sino la del FMI. Esa terrible experiencia ha conducido a que  el aumento del precio de este producto específico sea un tema prohibido. Puede aumentar todo –y así ha ocurrido- menos la gasolina.

Es la típica situación de quién le pone el cascabel al gato. En los últimos años, la recomendación de aumentar el precio ha sido dada por expertos y legos, pero la gasolina sigue costando lo mismo, o más bien, cuesta cada día menos, si le compara con cualquier otra cosa que se venda por ahí. En realidad, prácticamente no queda nadie que esté de acuerdo con la grave distorsión de precios que existe alrededor del combustible (con lo que se paga por un marroncito se llenan tres tanques de una 4×4). Pero pregúntele usted a cualquier persona si tomaría ya la medida, en caso de tener en sus manos la posibilidad de hacerlo, y todas le responderán con el mismo giro que la dirigencia laboral del PSUV: "Sí, siempre y cuando se use el dinero en beneficio de los más necesitados". Aunque suene chocante, hay que recordar, por cierto, que eso fue lo mismo que argumentaron los tecnócratas de Pérez en 1989.

La mejor prueba de que el asunto es delicado es que hasta los trabajadores utilicen la palabra "sincerar" y no aumentar. Sincerar es un eufemismo patentado por el empresariado para exigir alzas de precios. ¿Cuántas veces hemos escuchado o leído que hay que sincerar el precio de la carne o de la leche?

No es la única ironía de esta palabra. En realidad, toda la discusión es muy insincera. Los obreros pesuvistas afirman que el precio debe subir, pero que los recursos obtenidos deben ser inyectados a programas sociales para beneficiar a los trabajadores. El Presidente dice que eso está aprobado y las barras lo aplauden. Nadie quiere soltar la verdad desnuda: sinceramente hablando, si la medida se toma, el dinero que ingrese irá a medio taponar una brecha fiscal considerable, es decir, que esos reales ya están comprometidos en los gastos presupuestarios (muchos de ellos sociales, eso no está en discusión), sobre todo ahora, con la baja en los precios del petróleo en el mercado  internacional. Lo cierto es que no serán recursos adicionales y, por tanto, no tiene sentido contar los pollos antes de que nazcan. Esa verdad también debería decirse, en aras de la sinceridad, pues.

clodoher@yahoo.com

/N.A

Articulos Relacionados

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Back to top button