Opinión

Clap con molotov

La insólita situación no debería ser nada extraña en un país de valores invertidos y ortodoxias subvertidas, donde la Conferencia Episcopal Venezolana ataca al Papa y el Partido Comunista de Venezuela lo defiende

La convergencia intertropical trajo lluvia la víspera. El cielo seguía encapotado hacia el Guaraira Repano. Las cajas de los Clap llegaron puntuales al edificio de Bello Monte y los parroquianos hacían su cola con disciplinado humor. De la moto bajó el guarimbero con sus aperos y kit de la última quemazón: una escuela en La Carlota. Se incorporó a la cola con la naturalidad de un beneficiario más de la Misión Alimentación.

Llevaba casco integral, máscara antigás, chaleco antibalas, morral de piedras, guantes de cuero y escudo con una cruz de caballero templario. El precio de su indumentaria de “manifestante pacífico” superaba el de la bolsa de los Clap que esperaba recibir de la dictadura. Para el joven, no había contradicción entre guarimbas y misiones, aunque aquellas se ensañan cruentamente contra estas. Los vecinos lo miraron sorprendidos, unos con curiosidad, otros con aprensión.

La insólita situación no debería ser nada extraña en un país de valores invertidos y ortodoxias subvertidas, donde la Conferencia Episcopal Venezolana ataca al Papa y el Partido Comunista de Venezuela lo defiende. En otro lugar de la cercada Caracas, en la cola de un Mercal, un joven respondía al saludo mandibuleado de su convive: “Aquí, chamo, saliendo de mi horario de guarimba, a mí me toca de 10 a 2, después me queda el resto de la tarde libre, tú sabes, puro mall y jeva”. Por toda respuesta recibió algo parecido a un eructo de admiración: “¡Guao!”.

Pero volvamos a la humeante Bello Monte. Cuando le llegó el turno al galáctico guarimbero de recibir su bolsa, el encargado del Clap se negó a entregársela. “¿Qué -le espetó el joven templario-, acaso eres de un colectivo? A mí me das la bolsa porque eso no es un regalo del réeegimen y ya mi abuela la pagó”. La discusión subió de tono, el nerviosismo agitó la cola.

El muchacho del Clap ripostó: “Un derecho que ustedes secuestran a los demás, queman los camiones y los locales de acopio”. Intervinieron unos vecinos y pidieron se le diera la bolsa al guarimbero y que se fuera. El chico del Clap accedió. El motorizado partió raudo, con su estrafalaria y costosa indumentaria, su morral de piedras y su bolsa de los Clap bajo el brazo. Una sutil llovizna empezó a desgranarse sobre la ciudad.
Profesor UCV

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